¿Para cuándo la paz?

Al cumplirse un año de la invasión de Rusia en Ucrania y el inicio de una guerra que está llevando la muerte, la destrucción y la barbarie sobre este país y sus gentes, nadie parece aventurarse a hablar de paz o del fin de la acción cruel y criminal que Rusia desató tras la decisión caprichosa y delirante de su presidente, Vladimir Putin, de querer derrocar a un gobierno al que calificaba de drogadictos y degenerados, según su relato justificativo de la invasión.

No hay guerras buenas ni invasiones de países justificables, como a veces parece escucharse en quienes tratan de manejar principios morales intangibles e inmutables de la Guerra Fría para contemporizar con una amenazada Rusia frente al maléfico Estados Unidos. La unidad racial, étnicopolítica, religiosa o ideológica nunca pueden justificar la barbarie, como trata Putin de argumentar una y otra vez, bajo la excusa de una amenaza existencial para anexionarse territorios a sangre y fuego mediante la guerra, algo que ya ha hecho anteriormente en Chechenia o Crimea.

Lo que hay en estos momentos es un intento de dibujar nuevas fronteras en Europa, utilizando la fuerza de la guerra, y sobre ello no puede haber matices ni equidistancias posibles. Lo primero es condenar, rechazar y tratar de impedir la violación criminal del derecho internacional mediante el uso de la muerte y la destrucción para justificar la invasión de un país, como ha hecho Rusia, porque será la base moral para poder plantear otros muchos debates.

Después, podremos analizar la cuestionable evolución política de Ucrania y su deriva tras ese engaño que significó la revolución naranja de Maidán, en 2014. Naturalmente que deberemos señalar también la deriva militarista de la OTAN en Europa tras la caída del Muro de Berlín y sus intervenciones en diferentes países con distintas apariencias. Y por supuesto que pondremos sobre la mesa el convencimiento de que la política exterior y de seguridad promovida por la Unión Europea desde su creación ha sido un auténtico fracaso, revelando los límites y agujeros del proyecto europeo. Pero si somos incapaces de oponernos a la barbarie y tratar de evitar el sufrimiento de un país entero, junto a las tremendas penalidades añadidas que se extienden a otras muchas poblaciones, siendo conscientes de que amenazar, una y otra vez, con el uso del arma nuclear, como están haciendo los jerarcas rusos, no es admisible hoy en día, careceremos de argumentos que puedan ser defendibles.

Es buen momento, por ello, para recordar que estos mismos principios son también aplicables a otros países y otros pueblos. Los palestinos asesinados por Israel y confinados en campos de concentración, los saharauis diezmados por los marroquíes y los yemeníes bombardeados por los saudíes son pueblos a los que podemos aplicar estos mismos principios que se escuchan desde gobiernos y dirigentes occidentales con los ucranianos. Porque la aplicación de un doble rasero es lo que ha impulsado a demasiados países a utilizar la guerra y la muerte como un arma política efectiva, seguros de que no podrán reprocharles lo que a otros han tolerado.

Ahora bien, ¿quién va a poder impulsar, albergar y tutelar un proceso de paz como el que necesita esta guerra? Naciones Unidas está completamente desaparecida, demostrando que su crisis existencial es mayor de lo que se señalaba. La Unión Europea está sometida a los Estados Unidos, sin una política exterior nítidamente propia, convertida en un instrumento más de la OTAN, con unos países bálticos y Polonia que propugnan entrar en guerra directa con Rusia. Una de las partes claramente contendientes en la guerra, como son los Estados Unidos, nunca podrá impulsar un proceso de paz, cuando además ha manifestado que su voluntad es debilitar y causar el mayor daño posible a Rusia y a su ejército. Van a tener que ser otros países centrales los que promuevan un proceso de paz que será largo y muy costoso, a la vista de la situación creada, en el que no va a haber ganadores. Y China es firme candidato, con una interesante primera propuesta que demuestra su capacidad de liderazgo.

Ucrania ha perdido alrededor de 100.000 kilómetros cuadrados de los 600.000 que tiene el país, especialmente en zonas clave desde el punto de vista estratégico y de recursos. Contener a una potencia como Rusia a lo largo de este año es un mérito, pero su presidente, Volodímir Zelenski, parecía más interesado en impulsar un conflicto mundial, pidiendo bombardeos sobre Moscú y armas nucleares, que en estudiar vías de solución a la guerra para evitar más sufrimientos a su población.

Rusia soporta un enorme daño en su maquinaria militar y en bajas, las mayores desde la Segunda Guerra Mundial, para hacerse con un territorio arrasado y con poblaciones prorrusas que no van a ser fáciles de administrar bajo el autoritarismo. Los profundos daños en su economía junto a su aislamiento económico y político tardarán décadas en superarse en una sociedad que, aunque fuertemente reprimida, no va a asumir con facilidad el coste humano en muertos y heridos de esta delirante aventura militar.

Así las cosas, no va a haber vencedores claros y todas las partes tendrán que asumir costes para poder dibujar un escenario de paz hacia el que avanzar, esperemos que más pronto que tarde.

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