A lo largo de todo el mundo, y también en España, se extiende un clamor a favor de repensar a fondo el modelo turístico de masas. Importantes ciudades turísticas están poniendo freno a la expansión de alquileres turísticos, como ha hecho Nueva York, limitando la apertura de nuevos hoteles para priorizar la calidad de vida de los habitantes en lugar de las ganancias privadas a corto plazo, como ha llevado a cabo Ámsterdam, o incluso aprobando una tasa a cada visitante que permanezca un solo día en su ciudad, como acaba de hacer Venecia.
Pero también en España crece por momentos una ola de malestar y descontento hacia un turismo masificado y descontrolado por el que están apostando numerosas ciudades y comunidades al erosionar la convivencia en los municipios, expulsando a sus vecinos al convertir las viviendas en productos turísticos especulativos, destruyendo el comercio tradicional, dañando lugares queridos y barrios tradicionales, mientras se pone en peligro la sostenibilidad y se destruyen los espacios vitales para vivir.
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