
No ha podido elegir peor momento el presidente Pedro Sánchez y su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, para anunciar su apoyo a la propuesta del rey de Marruecos sobre la autonomía en el Sáhara occidental, basada en aceptar la soberanía marroquí sobre unos territorios ocupados militarmente. Mientras la comunidad internacional mostraba su rechazo unánime a la invasión militar de Rusia sobre Ucrania, el Gobierno español se vio obligado a confirmar lo que el presidente Sánchez había comunicado mediante una carta personal al propio rey de Marruecos. España aceptaba por la fuerza de la ocupación armada, la soberanía sobre unos territorios que, como han reconocido de manera repetida las Naciones Unidas y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, no son parte de Marruecos al tener la consideración de territorio no autónomo pendiente de descolonización.
Mientras el rey de Marruecos, Mohamed VI, disfrutaba en uno de sus lujosos palacios en el estuario del rio Komo, en Gabón, recibía la carta que le remitió el presidente del Gobierno de España, sintiéndola como una victoria personal histórica. Y sin dudarlo un momento, el propio rey ordenó filtrar a la prensa este documento diplomático, violando (una vez más) las normas básicas que rigen las relaciones entre Estados y obligando al Ejecutivo español a dar explicaciones atropelladas de una decisión incomprensible.
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