Los ladridos de la concejala de Servicios Sociales de Alicante

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Cualquiera que haya tenido un perro sabe, de sobra, lo buenos que son. Leales, entregados, cariñosos, siempre pendientes de las personas con las que conviven, agradecidos con los juegos y caricias que les damos. Ojalá muchas personas fueran capaces de desarrollar muchas de las cualidades que tienen los perretes. Además, convivir y disfrutar de la compañía de un perro lleva a una comunión muy particular con ellos, saben cual es tu estado de ánimo, mientras se aprende a conocer el significado de sus gruñidos y ladridos. Hay ladridos de alegría, para llamar la atención, de protección.

Afortunadamente, hemos avanzado tanto en el respeto y el amor a los animales que, aunque dolorosos, son minoritarios quienes los maltratan o utilizan de manera vejatoria. Malas personas con muy malas entrañas, sin duda. Por eso, resulta sorprendente que toda una concejala de Acción Social y Familia, Educación y Sanidad de una capital como Alicante, Julia María Llopis, del PP, insulte a las personas, organizaciones y colectivos vecinales que están trabajando en el reparto de comida en la Zona Norte de la ciudad para las miles de personas sacudidas por la crisis del coronavirus. A esos ciudadanos, que merecen un homenaje público, la edil les acusa de ladrar.

Es verdad que en esta ciudad hemos visto de todo en su Ayuntamiento, pero asistir al espectáculo de una concejala de políticas sociales y educación, que insulta, descalifica y menosprecia a las decenas de personas que se han tenido que arremangar para dar de comer a las familias abandonadas por el gobierno municipal, que de un día para otro han perdido incluso los recursos para poder alimentarse, resulta lamentable, despreciable y verdaderamente indigno.

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Coronaciudades

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Hemos comenzado eso que se ha dado en llamar la nueva normalidad, otro de esos términos polémicos que, en definitiva, nos avisa de que en adelante tendremos que saber coexistir con el covid-19. La emergencia sanitaria va a dar paso al nuevo mundo que deja la presencia del patógeno entre nosotros, con el que tendremos que aprender a convivir, al menos durante algún tiempo, tras la dura experiencia del confinamiento.

Todos los planos de nuestra vida van a verse afectados, de manera que vamos a experimentar transformaciones de mayor o menor intensidad que van a cambiar nuestra forma de vivir, de trabajar y de relacionarnos. No me refiero, únicamente, a los aspectos materiales, como el trabajo, el consumo o nuestros desplazamientos, sino a otros más relacionales, como el valor de la compañía, la importancia de la cercanía con los otros, el placer de las cosas pequeñas como pasear, disfrutar de los parques y plazas que tenemos cerca de casa, sentarnos a tomar un café o una cerveza tranquilamente mientras conversamos o leemos, apreciar más la proximidad y todo lo que tenemos. Y todo ello lo podemos hacer en nuestros barrios y ciudades.

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