Calidad de vida con enfoque ecosocial

Los investigadores sociales llevamos dedicando importantes esfuerzos a comprender qué significa vivir bien, qué es tener calidad de vida y cómo acceder a expectativas más saludables. Durante años, se ha creído que tener y consumir era la manera de disfrutar de una buena vida, de manera que los indicadores económicos han condicionado el acercamiento a estas cuestiones. Es así como la crítica a las teorías y modelos de desarrollo junto a los paradigmas sobre el bienestar han marcado, a lo largo del tiempo, la manera de conocer esta mejor manera de vivir y disfrutar de la vida.

Pero con el tiempo, han avanzado nuevos enfoques multidisciplinares que ayudan a saber mejor qué significa vivir bien en un contexto ecosocial, un marco analítico imprescindible hoy en día en sociedades cada vez más complejas en las que las personas necesitan de buenos ecosistemas sociales y medioambientales, que podríamos denominar enfoques “post PIB”. Su propósito es aportar información diferencial pormenorizada sobre el modo de vida de la sociedad española para conocer su calidad, sus disfunciones y riesgos. Es una manera de trascender las simples magnitudes estadísticas para profundizar en razones filosóficas, causas históricas, explicaciones sociológicas y elementos antropológicos, con frecuencia ausentes en estos trabajos pero fundamentales para comprender mejor la batería de datos que proporcionan estos estudios.

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Derecho a la alimentación

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Mucho se ha insistido en destacar cómo, cuando nuestra economía afronta una situación de shock, el empleo sufre de manera muy profunda sus efectos en forma de despidos, cierres de empresas, aumento del desempleo y procesos de regulación de empleo como demostración de la extrema precariedad del mercado de trabajo. Es algo que hemos observado en crisis económicas anteriores, que vimos con particular crudeza a lo largo de los años de la Gran Recesión, en la pasada década, y que vemos ahora también repetirse, aunque de manera mucho más atenuada por el efecto amortiguador que están teniendo los ERTE (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo) puestos en marcha por este gobierno.

Sin embargo, muy poco se ha hablado de otro efecto no menos visible y dramáticoque se desencadena automáticamente en nuestra sociedad cuando atraviesa una situación de crisis como la que ahora se ha desatado por el efecto del coronavirus. Hablamos de los cientos de miles de personas que, en ciudades y municipios, salen a la calle para acudir a organizaciones solidarias y caritativas en busca de alimentos con los que poder comer. Es algo habitual desde hace décadas, atendido por la caridad institucionalizada, comedores sociales, bancos de alimentos y numerosas redes espontáneas de solidaridad. Adquirió especial crudeza a lo largo de los años de dura crisis financiera vivida en España a partir de 2008, pero que hemos visto renacer con inusitada fuerza desde el inicio del estado de alarma, a raíz de la extensión de la pandemia del covid-19.

No hay duda del importante papel que estas entidades sociales y ciudadanas que trabajan para alimentar y dar comida a un volumen tan importante de personas vienenllevando a cabo. Sin embargo, en muchos casos se han convertido en los diques de contención de un sistema social incapaz de dar respuesta a una necesidad fundamental de las personas, sustituyendo así los derechos por caridad. Y es que el derecho a la alimentación desborda el problema del acceso a alimentos, para extenderse a situaciones que afectan a la salud, la soberanía alimentaria del conjunto de la población, así como el acceso y la distribución de comida, sin olvidar la producción agropecuaria y el medio ambiente.

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El éxito de Kerala

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Mientras algunos de los países occidentales más poderosos sufren el fracaso de sus estrategias de contención frente a la pandemia del covid-19, que está causando estragos entre la población más vulnerable de un buen número de países empobrecidos, el pequeño estado de Kerala, en la India, ha tenido un llamativo éxito al abordar la enfermedad que ha centrado la atención de especialistas de todo el mundo. Hasta el punto de hablarse del modelo Kerala como un buen ejemplo en la respuesta satisfactoria a una pandemia por parte de la sanidad pública. Sin embargo, el caso de Kerala tiene particularidades que acentúan, toda vía más si cabe, el buen hacer incuestionable en la gestión de la pandemia hasta la fecha.

Con una población cercana a los 35 millones de personas, Kerala es uno de los estados más pequeños del gigantesco país que es la India, con 1.400 millones dehabitantes en 28 estados distintos. La pujanza de su crecimiento económico, junto a los avances en su desarrollo industrial y tecnológico han permitido que esta nación sea la decimosegunda economía mundial, si bien, India concentra una de las mayores bolsas de pobreza extrema de todo el mundo, con altos niveles de malnutrición y analfabetismo,junto a tasas de enfermedad muy elevadas. En ello tienen mucho que ver la persistencia del sistema de castas y el mantenimiento de desigualdades atroces, además de unosservicios públicos tan débiles como precarios en dispositivos esenciales.

Sin embargo, el estado de Kerala es la excepción. La región cuenta con la mayor tasa de alfabetización de la India, que llega hasta el 94%, teniendo la mayor esperanzade vida del país, así como las tasas más bajas de mortalidad infantil y pobreza, junto alos niveles de cobertura educativa y sanitaria más elevados de la India. Hasta el punto que las expectativas de vida para la población de este estado son mayores que las de la población afroamericana en los Estados Unidos, contando con tasas de alfabetización en mujeres más altas de las que se dan en toda China. Y en este escenario destacan tres elementos singulares que explican el avance en sus altos niveles de desarrollo humano y sus buenos indicadores sociales.

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