Carta abierta al alcalde de Alicante, Luis Barcala

Estimado alcalde de Alicante, me dirijo a usted respetuosamente, aprovechando la oportunidad que me da este medio, con el que colaboro todas las semanas. Quiero compartir mi escrito con nuestros lectores, convencido de que muchos de ellos participan de las preocupaciones que le traslado. Le aseguro que esta carta se la escribo en mi condición de profesor universitario e investigador en temas de pobreza y desarrollo desde hace décadas, estudioso sobre el impacto de estos problemas, que lleva tiempo investigando a fondo los efectos de la pandemia sobre la pobreza en la sociedad. Y por supuesto, también como vecino comprometido con nuestra ciudad.

Como bien sabe, el impacto de la gigantesca crisis multidimensional desencadenada por la pandemia de SARS-CoV-2 desde que sus primeros efectos fueron detectados, a principios de 2020, ha causado un “shock” sin precedentes en el conjunto de nuestra sociedad, con un notable ensanchamiento de la pobreza y la exclusión. Todos los informes y datos disponibles hasta la fecha coinciden, unánimemente, en destacar el aumento del número de hogares en riesgo de pobreza, muchos de los cuales han pasado a estar en condiciones de pobreza extrema. Un buen número de personas y familias han visto, de manera abrupta, desaparecer sus ingresos esenciales procedentes de las rentas del trabajo de las que dependían, generándose situaciones de necesidad sobrevenida y de carencias materiales básicas que ha habido que atender con urgencia.

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No podemos seguir maltratando a nuestros mayores

No hace muchos años, los directores de las entidades bancarias colmaban de regalos a muchos de sus clientes, engatusando a las personas mayores que domiciliaban sus pensiones y mantenían sus ahorros con obsequios como vajillas, cuberterías, cacerolas y todo tipo de variopintos objetos. Eran tiempos en los que las sucursales parecían bazares, mostrando en su interior productos pintorescos para agasajar a la clientela, a la que los empleados de las entidades llamaban por sus nombres, conociendo a cada uno de los familiares como si formaran parte de ella.

Los mayores iban al banco con la tranquilidad de quien iba al bar de la esquina, hasta el punto de que en cuanto entraban, empleados y directivos salían a saludarles, poniendo al día sus cartillas y cuentas antes, incluso, de darles los buenos días, entregándoles a continuación algún pequeño obsequio. Todos hemos tenido en nuestras casas infinidad de objetos de propaganda de los bancos y cajas, en muchos casos de dudosa utilidad, pero que se conservan en los cajones con el cuidado con el que se guardan los pequeños recuerdos familiares.

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Reivindicando las políticas sociales durante la pandemia

Desde que el 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciara la declaración oficial de pandemia de Covid-19, todos los países han tenido que hacer frente a una situación novedosa a medida que avanzaban los efectos de una gigantesca crisis sanitaria, desconocida en extensión e intensidad. De inmediato se desencadenó una profunda disrupción laboral, con la desaparición de ingresos esenciales de un día para otro en millones de personas, generándose situaciones de pobreza y necesidad sobrevenidas que dañaron a cientos de miles de hogares en toda España.

Junto a la pérdida de vidas humanas, el enorme sufrimiento causado en la población y la preocupación generalizada que se registraba en el conjunto de la sociedad, de manera inmediata se vivieron los efectos de las duras medidas adoptadas por las autoridades desde el plano económico y laboral para hacer frente a las diferentes olas de contagios vividas, generándose un aumento de las situaciones de privación material, caída de rentas, aumento de la pobreza y carencia de ingresos básicos en un número considerable de hogares. Si bien el impacto afectó a amplios segmentos de población, se plantearon condiciones de especial severidad sobre las personas más vulnerables, apareciendo situaciones particularmente graves sobre colectivos y personas con mayor riesgo social y de exclusión.

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Política de maleducados

Las lamentables declaraciones realizadas por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, sobre la escritora Almudena Grandes, en relación con su nombramiento como hija predilecta de Madrid, los términos despectivos que utilizó para referirse a una persona recientemente fallecida, junto al cuestionamiento del indudable prestigio y proyección de esta novelista han generado tanto rechazo como enfado.

Todo un alcalde de la capital de España, portavoz nacional del Partido Popular y uno de los máximos dirigentes de una derecha que defiende dejar en paz a los muertos, con la tumba todavía caliente de la escritora, explica de manera desvergonzada que la aceptación de la propuesta realizada por tres concejales de izquierdas para dar a esta escritora ese reconocimiento era, simple y llanamente, una treta para poder tener aprobados unos presupuestos que sus socios de Vox no apoyaban, porque, en opinión de este dirigente del PP, esta gran escritora no es merecedora de este reconocimiento. No le bastaba con dejar constancia de su falta de respeto institucional al no expresar unas condolencias como alcalde de todos los madrileños, ni siquiera un simple y frío mensaje en esas redes sociales que llenan de felicitaciones a los suyos y reproches a los que no son los suyos, ni tampoco les importó no asistir al funeral ni al entierro de una literata tan querida como valorada. Por si fuera poco, se atrevió a poner en duda que una madrileña de Chamberí que a lo largo de toda su vida ha reivindicado Madrid por los cuatro costados, fuera merecedora de este reconocimiento, denominándola con especial desprecio como “personaje”.

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Dormir al raso

Es cierto que estamos ante unas navidades atípicas, en las que todo cambia por días y nuestros cimientos parecen moverse como si estuvieran agitados por un terremoto. Pero a pesar de ello, hay elementos, emociones y valores que no cambian, formando parte del paisaje con el que envolvemos estas fiestas tan hogareñas, tan dadas a los buenos sentimientos y a las hermosas palabras.

                    Por eso, resulta llamativo que por estas fechas de frío y aislamiento, nos hayamos olvidado de los que duermen en las calles, de todas esas sombras envueltas en mantas y ropajes, recostados sobre cartones que encontramos en nuestras ciudades. Por el día acomodados como pueden en los bancos de plazas y parques, y por la noche buscando el refugio a la entrada de otros bancos, junto a los cajeros automáticos que escupen un dinero que ellos nunca tendrán.

Con los transeúntes que pueblan nuestras calles ocurre un fenómeno sorprendente. Aunque son personas que no pasan desapercibidas, con rostros llamativos curtidos por el sufrimiento, envueltos en ropajes muy precarios y con frecuencia en mal estado, rodeados siempre de enseres que dibujan el mapa del dolor en el que viven, intentamos no mirarlos a la cara para tratar de evitar tomar conciencia de su dolorosa existencia. Hasta el punto de que, a base de ignorarles, se han convertido en parte del paisaje urbano, un elemento más, desvencijado, eso sí, pero que ya pertenece a nuestras calles, como esos bancos rotos, esos baches o esas papeleras destrozadas, que con el tiempo ni consiguen atraer nuestra atención.

Pero tanta indiferencia como mostramos hacia quienes se han despeñado por el agujero de la vida para acabar durmiendo a la intemperie como pueden, no impide que sigan estando ahí, aunque las instituciones que tienen que evitar que haya personas durmiendo de manera inhumana actúen con indiferencia, cuando no con un manifiesto desprecio hacia tanta desdicha.

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