La paradoja de los carritos y nuestro compromiso ciudadano

Son numerosas las personas que exigen más y más a las instituciones públicas, pidiendo incluso que cumplan con obligaciones que nos corresponden a todos nosotros, como si fuéramos seres infantiles, sin responsabilidades sociales ni obligaciones ciudadanas. Y es cierto que las instituciones públicas tienen competencias muy amplias que tienen que ejercer para mejorar nuestras vidas, pero sorprende que muchos de quienes no paran de pedir y reclamar olvidan sus deberes y compromisos más básicos, actuando con niveles de egoísmo enfermizos.

Lo hemos visto con claridad en los momentos más duros de la pandemia, por muchos de quienes no paraban de exigir de manera airada ayudas y subvenciones sin parar, de reclamar atención sanitaria y cuidados médicos, de pedir todo tipo de medidas y dispositivos, pero que luego se negaban hasta a ponerse una simple mascarilla en lugares públicos en los que había personas de riesgo. La ausencia de la más mínima empatía, incluso hacia personas a las que podían poner en peligro para su salud, retrataba el egoísmo y el incivismo de muchos de esos negacionistas de la empatía.

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¿Cómo va el 3-30-300?

Los árboles son seres vivos que proporcionan innumerables beneficios a nuestra vida, particularmente en las ciudades, allí donde la ausencia de masa forestal hace que sean mucho más valiosos. La presencia de arbolado mejora las condiciones ambientales y ayuda a reducir la temperatura en las vías públicas, ofreciendo sombra y facilitando la vida de pequeña fauna, al tiempo que oxigena el ambiente y ayuda a reducir el intercambio de CO2, proporcionando más confort a los espacios que habitamos.

No es casual, así, que se multipliquen los estudios científicos recientes en todo el mundo que coinciden en demostrar las valiosas aportaciones a la salud física y emocional para niños y adultos que tienen los espacios verdes arbolados en los entornos urbanos, algo que está dando mayor importancia, si cabe, a la plantación, el cuidado y la repoblación de árboles en nuestros municipios.

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Hacer las paces con nuestras ciudades

Las Navidades son unas fechas especiales en las que todos salimos a las calles de nuestras ciudades a disfrutar con los nuestros de esa energía que encontramos en el espacio público. En pocos momentos del año recorremos, paseamos y disfrutamos con tanta intensidad de nuestros barrios y calles, que rebosan de esa alegría que transmiten las personas cuando comparten con otros momentos de satisfacción. Y es que, ¿para qué vivir en ciudades si no somos capaces de hacerlas habitables, accesibles y saludables para quienes en ellas residen?

Las calles son el espacio central de las urbes, los circuitos nerviosos que conectan la vida y transmiten los estímulos sociales. Como espacios públicos que son, las calles son las vías de comunicación por excelencia, lugares de paseo y ocio, ejes que albergan el comercio que satisface nuestras necesidades materiales de proximidad. Pero también son articuladores de encuentro y sociabilidad, necesarios para nuestra salud física y emocional, donde salimos al encuentro de los demás y al disfrute de la vida mediante el esparcimiento, el juego, las relaciones, el descubrimiento o las compras, visitando los comercios y establecimientos locales. No es casual que tantas veces necesitemos salir a la calle, aunque solo sea a dar un paseo y sentirnos mejor.

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Mujeres, ciudades y perros

Nuestras ciudades cambian, evolucionan y se transforman lentamente de la mano de las personas que las habitan, aunque con frecuencia pase desapercibido o no reciba la importancia que merece. Se habla mucho de los procesos de planificación urbana, de los planes generales, de las intervenciones arquitectónicas, mientras que de manera silenciosa se están produciendo lentas transformaciones en nuestras calles y barrios de una enorme profundidad que, en muchos casos, ni políticos, arquitectos o urbanistas son capaces de anticipar.

            En estos momentos, importantes cambios en los usos y las funciones de nuestras ciudades están siendo impulsados por las principales mascotas que conviven con nosotros, los perros. A su vez, cada vez más mujeres han decidido tenerlos como valiosa compañía, hasta el punto de alterar los usos y funciones en algunos de sus espacios, impulsando ciudades más humanas, con mayores interacciones relacionales y de convivencia.

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Las ciudades y las migraciones

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El papel cada vez más importante de las ciudades de todo el mundo hacia las migraciones viene centrando numerosas actividades en los últimos años. Alcaldes y funcionarios locales, técnicos y especialistas, junto a organizaciones sociales vienen participando en debates, cumbres y foros encaminados a tomar conciencia sobre la forma más adecuada en que ciudades y entidades locales pueden gestionar mejor el impacto que las migraciones impulsan. Hasta tal punto que el término “migración” se ha convertido también en un sinónimo de urbanización, debido al papel dominante de las metrópolis como destino de la mayoría de los migrantes.

Junto a importantes organizaciones y centros de investigación, destacados académicos vienen analizando los nuevos perfiles de unas ciudades cada vez más precisas a la hora de intervenir sobre los procesos migratorios con mucha mayor eficacia que los propios estados. Autoras como la socióloga, premio Príncipe de Asturias y profesora de la Universidad de Columbia, Saskia Sassen, ha estudiado a fondo las nuevas ciudades globales cuyas capacidades trascienden con creces las fronteras de un país. A su vez, la antropóloga y profesora de la Universidad de Manchester, Nina GlickSchiller, amplía este enfoque, describiendo las ciudades como espacios de continuos cambios que determinan el carácter de las urbes contemporáneas, asignando un papel cada vez más importante a las administraciones municipales, mucho más de lo que sus autoridades creen. De esta forma, surge con fuerza la convicción de que las urbes tienen una responsabilidad cada vez mayor sobre las migraciones y los inmigrantes que en ellas viven, habiéndose convertido en determinantes significativos de los patrones mundiales de la inmigración en estos momentos.

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Las ciudades y la Agenda 2030

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Uno de los elementos que están impulsando cambios en las ciudades de todo el mundo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados por las Naciones Unidas en septiembre de 2015 y que establecen la llamada Agenda 2030. Su capacidad para avanzar sobre un buen número de los desafíos sociales, ambientales y económicos que tienen las urbes, la posibilidad de generar procesos de planificación adaptados a las capacidades específicas de cada municipio, junto a las abundantes buenas prácticas que se están desplegando en ámbitos subnacionales están colocando a estas agendas locales y regionales 2030 como valiosos activos de localización a nivel mundial.

En la medida en que el proceso de urbanización global avanza de manera imparable, albergando más de un 54% de la población mundial en las zonas urbanas, emergen problemas de una particular intensidad en las ciudades, de cuya respuesta dependerá el futuro de la humanidad. Desde la garantía de ofrecer viviendas adecuadas acompañadas de servicios de calidad que permitan sostener una vida digna de los ciudadanos, hasta afrontar los nuevos efectos del cambio climático, el aumento de la contaminación y de los riesgos por los desastres naturales, junto a desafíos históricos, como las bolsas de pobreza y desigualdad que conforman los cinturones urbanos de miseria, sin olvidar los altos niveles de desempleo existentes en barrios marginales en los que se concentran la exclusión y la marginación. Estos y otros muchos problemas son identificados en las 169 metas que es donde de verdad se materializa la Agenda 2030, bien distintos de los 17 Objetivos que publicitan numerosas personas e instituciones, y que no pasan de ser simples eslóganes propagandísticos.

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Impactos sociales del alquiler turístico

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Con frecuencia, somos incapaces de comprender y anticiparnos a cambios y transformaciones que suceden en nuestras ciudades y barrios. En algunos casos, por la velocidad tan acelerada a la que se suceden, en otros, por carecer de herramientas adecuadas de comprensión, pero también por incapacidad manifiesta de nuestros responsables públicos.

El derecho al descanso, la ocupación a veces salvaje de los espacios públicos por terrazas y veladores, la falta de viviendas asequibles, las bolsas de pobreza y desigualdad, el encarecimiento del mercado de alquiler, la ausencia de equipamientos públicos y zonas verdes, el envejecimiento poblacional, el deterioro de los espacios de convivencia, la expulsión de los vecinos de toda la vida, la turistificación descontrolada, junto a la pérdida del patrimonio urbano, son algunos de los problemas más importantes que están encima de la mesa en ciudades como Alicante, con particular intensidad en el Centro Tradicional y el Casco Antiguo, generando conflictos vecinales así como profundas mutaciones en calles y barrios.

Todo ello se agrava cuando las instituciones públicas, en particular las municipales, se muestran incapaces de comprender adecuadamente todos estos procesos, careciendo incluso de instrumentos para la intervención. Por decirlo de otra forma, difícilmente Alicante va a poder abordar algunos desafíos novedosos del siglo XXI con herramientas caducas del siglo XX, como el Plan General de 1987, actualmente en vigor, por mucho que se empeñen sus responsables municipales en afirmar lo contrario.Sigue leyendo

Ciudades éticas

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Estas semanas de inicio de las nuevas corporaciones municipales en toda España se escuchan numerosos compromisos sobre los proyectos de ciudad que alcaldes y concejales quieren llevar a cabo en sus localidades. Son muchas las propuestas fragmentadas que se hacen, tratando de dar respuesta a necesidades puntuales de los vecinos, pero muy pocas las reflexiones sobre estrategias urbanísticas que puedan mejorar nuestra convivencia; numerosas las ideas sobre el entorno construido o por levantar, pero prácticamente ninguna sobre cómo las personas habitan, de manera individual y colectiva, nuestras ciudades.

Por el contrario, ningún alcalde, concejal o grupo político en los ayuntamientos reflexiona sobre lo que el sociólogo norteamericano Richard Sennett, en su último libro denomina como “ética para la ciudad”, las bases para avanzar hacia ciudades más éticas, en las que se puedan repensar los componentes esenciales de la ciudad que permitan profundizar en valores que den una mayor calidad de vida, en línea con algunas de las últimas propuestas que avanza el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (HABITAT).

Es cierto que nuestros responsables políticos valoran sus mandatos en función de las construcciones, edificios y equipamientos que son capaces de levantar, como si fueran monumentos imperecederos a su gestión. Sin embargo, lo que el historiador francés Fustel de Coulanges bautizó en 1864 como La Ville, lo que hoy entendemos como la ciudad física, compuesta por los edificios, los espacios públicos y las infraestructuras, deben estar al servicio de sus habitantes, quienes con sus usos, sus relaciones e interacciones proyectan los valores que modelan estas ciudades.

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Capacidades locales

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A raíz del debate que hace pocas semanas tuvo lugar en la Sede Universitaria sobre la EDUSI, “Un proyecto de regeneración urbana para Alicante”, varios participantes me comentaron días después su interés por la propuesta que allí expliqué para que desde el Ayuntamiento y desde proyectos de esta naturaleza se apoye la generación, el aprovechamiento y el fortalecimiento de capacidades locales, entendiendo que el desarrollo de las mismas pretende entender y abordar las particularidades de cada grupo humano, desde el mejor conocimiento y reconocimiento de los actores involucrados en distintas escalas, con la finalidad de construir sociedades más fuertes e inclusivas.

No creo que estemos ante un tema menor, por la importancia que tiene para impulsar redes, personas, conocimiento y, por qué no decirlo también, empleo en nuestra propia ciudad. Al mismo tiempo, se utiliza y se pone al servicio de la población experiencia y formación por parte de personas que conocen de primera mano cuestiones muy precisas sobre las que llevan trabajando desde hace tiempo. Tampoco podemos olvidar la relevancia que ofrece la construcción de capacidades locales a la hora de generar una mayor pertenencia a los barrios y a las ciudades. Y por último, instituciones como la Comisión Europea están apostando con fuerza para que las ciudades impulsen capacidades, medios, personal y recursos propios que se construyan y reconstruyan al servicio de la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes. Con mayor motivo en estrategias y acciones como la EDUSI (Estrategia de Desarrollo Urbano SostenibleIntegrado) financiada con fondos europeos, que apuestan decididamente por la sostenibilidad.

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La ciudad educadora

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De la misma forma que la actividad económica no puede estar a merced de los intereses especulativos y las fuerzas del mercado, tampoco podemos dejar la conciencia colectiva abandonada a los caprichos de las inercias sociales y los narcisismos comunitarios. Las virtudes ciudadanas son cualidades que requieren de un aprendizaje para poder construir una convivencia respetuosa con los demás, cobrando particular importancia en las ciudades, el espacio comunitario por excelencia.

En tiempos donde se reivindican el individualismo, el egoísmo y los intereses personales como bandera, la cultura de la ciudadanía cobra especial relevancia como forma de entender la política, la democracia y nuestra relación con los demás, algo que exige que sepamos conjugar dos planos fundamentales que tenemos que hacer compatibles en nuestras sociedades democráticas, como son las opciones personales y las decisiones colectivas, sometidas al necesario diálogo social pero también bajo la imprescindible regulación legal. El problema es que hoy en día, nuestros gobernantes creen que la simple aprobación de leyes, reglamentos, decretos y normativas generan automáticamente cambios sociales y transformaciones en las conductas de las personas bajo amenaza de severas sanciones, sobre todo en el ámbito de los comportamientos ciudadanos. Y todo ello porque se renuncia cada vez más al papel del diálogo como herramienta política imprescindible para la construcción de una ciudadanía comprometida y a utilizar la pedagogía social como mecanismo para generar cambios colectivos.

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