Repensar nuestro turismo

A lo largo de todo el mundo, y también en España, se extiende un clamor a favor de repensar a fondo el modelo turístico de masas. Importantes ciudades turísticas están poniendo freno a la expansión de alquileres turísticos, como ha hecho Nueva York, limitando la apertura de nuevos hoteles para priorizar la calidad de vida de los habitantes en lugar de las ganancias privadas a corto plazo, como ha llevado a cabo Ámsterdam, o incluso aprobando una tasa a cada visitante que permanezca un solo día en su ciudad, como acaba de hacer Venecia.

Pero también en España crece por momentos una ola de malestar y descontento hacia un turismo masificado y descontrolado por el que están apostando numerosas ciudades y comunidades al erosionar la convivencia en los municipios, expulsando a sus vecinos al convertir las viviendas en productos turísticos especulativos, destruyendo el comercio tradicional, dañando lugares queridos y barrios tradicionales, mientras se pone en peligro la sostenibilidad y se destruyen los espacios vitales para vivir.

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Ciudades hostiles

Son numerosos los problemas que requieren intervenciones urgentes en nuestras ciudades. La lista es amplia, aunque su contenido varía en función de los intereses de unos y otros. Pero con el tiempo, ha avanzado una manera de actuar sobre nuestras urbes que se denomina arquitectura hostil, entendida como intervenciones en los espacios públicos mediante modificaciones encaminadas a desalentar su utilización por determinados colectivos, particularmente desfavorecidos y sin hogar.

Naturalmente que el urbanismo, al tener que ordenar, elegir y jerarquizar sobre la ciudad, determina elementos que pueden ser contrapuestos entre sí, como sucede cuando se opta por el vehículo privado frente al peatón o al espacio público frente al privado.

La arquitectura hostil interviene a modo de técnicas deliberadas sobre las calles, el mobiliario y los edificios para impedir que las personas puedan ocupar lugares públicos, evitando así que puedan juntarse en determinados espacios, para favorecer la individualidad frente a la sociabilidad, e incluso el consumo sobre el disfrute. De esta manera, cada vez más lugares están al servicio de actividades económicas privadas que condicionan hasta el libre tránsito por ellas, como sucede en algunas calles y vías públicas inundadas de terrazas de bares y restaurantes.

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Kitty Genovese en nuestras ciudades

Los árboles no pueden impedir que veamos el bosque que tenemos delante de nuestros ojos. Mientras seguimos enzarzados en analizar el impacto de lo sucedido tras las pasadas elecciones autonómicas y municipales, en medio de la inminente convocatoria de elecciones generales de julio, no podemos dejar de reflexionar, a su vez, sobre la manera de mejorar nuestras vidas y nuestra convivencia. Porque la política no va, únicamente, de políticos y de sus partidos, por relevantes que éstos sean y como a veces puede parecer, sino especialmente de las propuestas, medios e instrumentos para hacer entre todos que la sociedad avance y los ciudadanos puedan disfrutar de una mejor vida.

Lo explicó hace ya tiempo, allá por el año 431 a.C. en su discurso fúnebre Pericles en el cementerio del cerámico en Atenas, como recogió el historiador Tucídides, en uno de los más altos testimonios de cultura y civismo que nos haya dejado la antigüedad. En este discurso, se señalaba: “Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.”

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La paradoja de los carritos y nuestro compromiso ciudadano

Son numerosas las personas que exigen más y más a las instituciones públicas, pidiendo incluso que cumplan con obligaciones que nos corresponden a todos nosotros, como si fuéramos seres infantiles, sin responsabilidades sociales ni obligaciones ciudadanas. Y es cierto que las instituciones públicas tienen competencias muy amplias que tienen que ejercer para mejorar nuestras vidas, pero sorprende que muchos de quienes no paran de pedir y reclamar olvidan sus deberes y compromisos más básicos, actuando con niveles de egoísmo enfermizos.

Lo hemos visto con claridad en los momentos más duros de la pandemia, por muchos de quienes no paraban de exigir de manera airada ayudas y subvenciones sin parar, de reclamar atención sanitaria y cuidados médicos, de pedir todo tipo de medidas y dispositivos, pero que luego se negaban hasta a ponerse una simple mascarilla en lugares públicos en los que había personas de riesgo. La ausencia de la más mínima empatía, incluso hacia personas a las que podían poner en peligro para su salud, retrataba el egoísmo y el incivismo de muchos de esos negacionistas de la empatía.

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¿Cómo va el 3-30-300?

Los árboles son seres vivos que proporcionan innumerables beneficios a nuestra vida, particularmente en las ciudades, allí donde la ausencia de masa forestal hace que sean mucho más valiosos. La presencia de arbolado mejora las condiciones ambientales y ayuda a reducir la temperatura en las vías públicas, ofreciendo sombra y facilitando la vida de pequeña fauna, al tiempo que oxigena el ambiente y ayuda a reducir el intercambio de CO2, proporcionando más confort a los espacios que habitamos.

No es casual, así, que se multipliquen los estudios científicos recientes en todo el mundo que coinciden en demostrar las valiosas aportaciones a la salud física y emocional para niños y adultos que tienen los espacios verdes arbolados en los entornos urbanos, algo que está dando mayor importancia, si cabe, a la plantación, el cuidado y la repoblación de árboles en nuestros municipios.

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Hacer las paces con nuestras ciudades

Las Navidades son unas fechas especiales en las que todos salimos a las calles de nuestras ciudades a disfrutar con los nuestros de esa energía que encontramos en el espacio público. En pocos momentos del año recorremos, paseamos y disfrutamos con tanta intensidad de nuestros barrios y calles, que rebosan de esa alegría que transmiten las personas cuando comparten con otros momentos de satisfacción. Y es que, ¿para qué vivir en ciudades si no somos capaces de hacerlas habitables, accesibles y saludables para quienes en ellas residen?

Las calles son el espacio central de las urbes, los circuitos nerviosos que conectan la vida y transmiten los estímulos sociales. Como espacios públicos que son, las calles son las vías de comunicación por excelencia, lugares de paseo y ocio, ejes que albergan el comercio que satisface nuestras necesidades materiales de proximidad. Pero también son articuladores de encuentro y sociabilidad, necesarios para nuestra salud física y emocional, donde salimos al encuentro de los demás y al disfrute de la vida mediante el esparcimiento, el juego, las relaciones, el descubrimiento o las compras, visitando los comercios y establecimientos locales. No es casual que tantas veces necesitemos salir a la calle, aunque solo sea a dar un paseo y sentirnos mejor.

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Mujeres, ciudades y perros

Nuestras ciudades cambian, evolucionan y se transforman lentamente de la mano de las personas que las habitan, aunque con frecuencia pase desapercibido o no reciba la importancia que merece. Se habla mucho de los procesos de planificación urbana, de los planes generales, de las intervenciones arquitectónicas, mientras que de manera silenciosa se están produciendo lentas transformaciones en nuestras calles y barrios de una enorme profundidad que, en muchos casos, ni políticos, arquitectos o urbanistas son capaces de anticipar.

            En estos momentos, importantes cambios en los usos y las funciones de nuestras ciudades están siendo impulsados por las principales mascotas que conviven con nosotros, los perros. A su vez, cada vez más mujeres han decidido tenerlos como valiosa compañía, hasta el punto de alterar los usos y funciones en algunos de sus espacios, impulsando ciudades más humanas, con mayores interacciones relacionales y de convivencia.

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Las ciudades y las migraciones

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El papel cada vez más importante de las ciudades de todo el mundo hacia las migraciones viene centrando numerosas actividades en los últimos años. Alcaldes y funcionarios locales, técnicos y especialistas, junto a organizaciones sociales vienen participando en debates, cumbres y foros encaminados a tomar conciencia sobre la forma más adecuada en que ciudades y entidades locales pueden gestionar mejor el impacto que las migraciones impulsan. Hasta tal punto que el término “migración” se ha convertido también en un sinónimo de urbanización, debido al papel dominante de las metrópolis como destino de la mayoría de los migrantes.

Junto a importantes organizaciones y centros de investigación, destacados académicos vienen analizando los nuevos perfiles de unas ciudades cada vez más precisas a la hora de intervenir sobre los procesos migratorios con mucha mayor eficacia que los propios estados. Autoras como la socióloga, premio Príncipe de Asturias y profesora de la Universidad de Columbia, Saskia Sassen, ha estudiado a fondo las nuevas ciudades globales cuyas capacidades trascienden con creces las fronteras de un país. A su vez, la antropóloga y profesora de la Universidad de Manchester, Nina GlickSchiller, amplía este enfoque, describiendo las ciudades como espacios de continuos cambios que determinan el carácter de las urbes contemporáneas, asignando un papel cada vez más importante a las administraciones municipales, mucho más de lo que sus autoridades creen. De esta forma, surge con fuerza la convicción de que las urbes tienen una responsabilidad cada vez mayor sobre las migraciones y los inmigrantes que en ellas viven, habiéndose convertido en determinantes significativos de los patrones mundiales de la inmigración en estos momentos.

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Las ciudades y la Agenda 2030

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Uno de los elementos que están impulsando cambios en las ciudades de todo el mundo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados por las Naciones Unidas en septiembre de 2015 y que establecen la llamada Agenda 2030. Su capacidad para avanzar sobre un buen número de los desafíos sociales, ambientales y económicos que tienen las urbes, la posibilidad de generar procesos de planificación adaptados a las capacidades específicas de cada municipio, junto a las abundantes buenas prácticas que se están desplegando en ámbitos subnacionales están colocando a estas agendas locales y regionales 2030 como valiosos activos de localización a nivel mundial.

En la medida en que el proceso de urbanización global avanza de manera imparable, albergando más de un 54% de la población mundial en las zonas urbanas, emergen problemas de una particular intensidad en las ciudades, de cuya respuesta dependerá el futuro de la humanidad. Desde la garantía de ofrecer viviendas adecuadas acompañadas de servicios de calidad que permitan sostener una vida digna de los ciudadanos, hasta afrontar los nuevos efectos del cambio climático, el aumento de la contaminación y de los riesgos por los desastres naturales, junto a desafíos históricos, como las bolsas de pobreza y desigualdad que conforman los cinturones urbanos de miseria, sin olvidar los altos niveles de desempleo existentes en barrios marginales en los que se concentran la exclusión y la marginación. Estos y otros muchos problemas son identificados en las 169 metas que es donde de verdad se materializa la Agenda 2030, bien distintos de los 17 Objetivos que publicitan numerosas personas e instituciones, y que no pasan de ser simples eslóganes propagandísticos.

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Impactos sociales del alquiler turístico

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Con frecuencia, somos incapaces de comprender y anticiparnos a cambios y transformaciones que suceden en nuestras ciudades y barrios. En algunos casos, por la velocidad tan acelerada a la que se suceden, en otros, por carecer de herramientas adecuadas de comprensión, pero también por incapacidad manifiesta de nuestros responsables públicos.

El derecho al descanso, la ocupación a veces salvaje de los espacios públicos por terrazas y veladores, la falta de viviendas asequibles, las bolsas de pobreza y desigualdad, el encarecimiento del mercado de alquiler, la ausencia de equipamientos públicos y zonas verdes, el envejecimiento poblacional, el deterioro de los espacios de convivencia, la expulsión de los vecinos de toda la vida, la turistificación descontrolada, junto a la pérdida del patrimonio urbano, son algunos de los problemas más importantes que están encima de la mesa en ciudades como Alicante, con particular intensidad en el Centro Tradicional y el Casco Antiguo, generando conflictos vecinales así como profundas mutaciones en calles y barrios.

Todo ello se agrava cuando las instituciones públicas, en particular las municipales, se muestran incapaces de comprender adecuadamente todos estos procesos, careciendo incluso de instrumentos para la intervención. Por decirlo de otra forma, difícilmente Alicante va a poder abordar algunos desafíos novedosos del siglo XXI con herramientas caducas del siglo XX, como el Plan General de 1987, actualmente en vigor, por mucho que se empeñen sus responsables municipales en afirmar lo contrario.Sigue leyendo