
La palabra “empoderamiento” está de moda y su uso indiscriminado, especialmente a la hora de hablar de la mujer, se ha impuesto. Organizaciones y activistas, políticos y académicos, junto a instituciones de toda naturaleza no paran de repetir que hay que lograr el empoderamiento de la mujer, que trabajan con ese propósito y que su logro pasa por ser un objetivo fundamental de su actuación. Naturalmente que es importante avanzar hacia ello, aunque sería bueno preguntarnos, ¿qué entienden por empoderamiento?, o también, ¿de qué manera trabajan para avanzar en ello? Y las preguntas no son ni mucho menos banales cuando hablamos de un concepto tan manoseado que ha acabado por desdibujarse.
En los manuales técnicos se define el empoderamiento como un proceso mediante el cual las personas refuerzan sus capacidades, habilidades y recursos personales para asumir un mayor protagonismo, individual y social, con la finalidad de liderar y asumir transformaciones positivas en las situaciones que viven para permitirles avanzar en la mejora de sus vidas. El empoderamiento no es, ni mucho menos, un concepto nuevo, sino que surge de los enfoques participativos y la educación popular que se generalizó en los años 60 y 70 del siglo pasado, promovidos inicialmente por Paulo Freire. Si bien es cierto que se puede aplicar sobre todos los grupos vulnerables, marginados o en situación de discriminación, su mayor desarrollo teórico y práctico se ha alcanzado sobre las mujeres, cuando en las década de los 80 comenzó a trabajarse su acceso a recursos esenciales (materiales, simbólicos y políticos), junto a un reforzamiento de sus capacidades, para llevarlas a asumir el protagonismo de sus vidas en todos los ámbitos. De esta manera, el enfoque feminista del empoderamiento, asumido y utilizado desde muchos espacios, pretende generar cambios individuales y colectivos, para lo cual se pretende modificar los procesos y estructuras que reproducen, de una u otra manera, la subordinación de las mujeres por razón de género. Es a partir de entonces cuando el concepto se ha extendido con facilidad, figurando en los objetivos destacables de las Naciones Unidas y de otras muchas instituciones internacionales, aunque para propósitos contrapuestos.
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