La gravedad del sabotaje a los gasoductos Nord Stream

Las explosiones provocadas en cuatro tramos de los gasoductos Nord Stream I y II bajo el mar Báltico representan un salto muy peligroso en la guerra que se libra en territorio europeo, con repercusiones muy graves y de consecuencias insospechadas en la tensión global.

En un escenario bélico tan delicado como el que vivimos, en el que se repiten amenazas de ataque nuclear por Rusia, se han destruido dos canalizaciones estratégicas vitales para el suministro de gas a Europa que, como estamos viendo con la crisis de suministro energético desencadenada, no van a poder reanudar el suministro en el futuro con independencia del resultado de la guerra ni será una carta para la negociación con las autoridades rusas en el marco de las sanciones impuestas. Europa se queda sin una de las fuentes de suministro energético fundamental sobre la que ha planificado su economía y pierde la posibilidad de exigir la reanudación del suministro de gas en función de la marcha de la guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones impuestas a la Federación Rusa. Pero este país también ve destruida una infraestructura fundamental que permite exportar un recurso energético clave para obtener recursos fundamentales para su maltrecha economía.

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¿El fin de qué abundancia?

Afirmaba el presidente Macron hace pocos días, de manera solemne, en rueda de prensa tras la celebración del Consejo de Ministros, que había llegado “el fin de la abundancia”. Una declaración tan grandilocuente, realizada en un momento histórico como el que vivimos, suena al aviso de llegada de una catástrofe, cuando se hace en medio de una guerra a las mismas puertas de Europa, hablando de cortes de energía y posibles racionamientos disfrazados de “medidas de ahorro”, con un encarecimiento de productos básicos muy por encima de lo que pueden soportar familias y trabajadores, ante dificultades para abastecernos de energía y redistribuir la que tenemos entre todos los países europeos, cuando sufrimos problemas de suministro de materias primas y bienes esenciales, ante empresas que tienen que cerrar y familias que comienzan a acaparar leña ante un invierno repleto de incertidumbres.

Pero alguien debería de haber preguntado al presidente Macron de qué abundancia hablaba, porque para millones de europeos, sacudidos por la Gran Recesión generada durante la gigantesca crisis financiera que a duras penas pudieron mantenerse a flote no ha habido abundancia, sino pura supervivencia, por no hablar de los millones de trabajadores y desempleados más que también se han visto golpeados por los efectos económicos y sociales de la pandemia de COVID-19, cuyas consecuencias todavía perduran en algunos sectores. El conjunto de la clase media europea vive con lo justo, endeudada y trampeando como puede para salir adelante, mientras se explica que hay que gastar miles de millones de euros para enviar armas para la guerra de Ucrania, se anuncia pobreza, racionamientos, inflación desbocada, cierre de empresas y dificultades para el suministro energético.

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La fatiga de Europa ante un verano inquietante

Pocos veranos han sido tan extraños como el que vivimos este año los europeos. Con una guerra a nuestras puertas, tratando de recuperar las vacaciones tras vivir los dos últimos años atenazados por la pandemia, viendo a nuestro alrededor como muchos conocidos siguen cayendo contagiados como fichas de dominó, con una escalada inflacionista que ha llevado los precios de alimentos esenciales a niveles de artículos de lujo, escuchando avisos continuos de que el próximo invierno será muy duro e incluso podremos pasar frío por el corte del suministro de gas desde Rusia, padeciendo los efectos inequívocos de un cambio climático que está afectando a nuestras vidas y acelerando la quema de nuestro valioso patrimonio forestal, con un cansancio en la sociedad que empieza a tener costes visibles y acelerar situaciones de inestabilidad.

Ante un futuro tan inquietante, miremos donde miremos, solo nos queda vivir el presente. Es así que este verano lo vivimos como si hubiéramos subido a la cubierta del Titanic para bailar y beber, ajenos a esos icebergs que asoman por el horizonte. Y no es para menos. Hacía tiempo que la sociedad no acumulaba tanto sacrificio y dolor continuado, desde que en 2008 comenzó una gigantesca recesión mundial de la mano de una crisis económica y financiera de dimensiones cataclísmicas. Y cuando parecía que recuperábamos el aire, que abandonábamos tanto sufrimiento, nuevas catástrofes asoman por el horizonte sin darnos un respiro.

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El telegrama largo de Kennan y la guerra de Rusia contra Ucrania

La guerra de Rusia contra Ucrania ha llevado a revisar un buen número de sucesos y teorías para tratar de comprender mejor la estrategia destructiva de Vladimir Putin.

En coincidencia con el inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, el pasado mes de febrero, se cumplían 76 años de un momento histórico en las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en el inicio de la llamada Guerra Fría, que fue fundamental para entender las decisiones que explicaban la política exterior soviética, sirviendo para construir la política norteamericana en las siguientes décadas. Además, fue un momento tan importante en las relaciones internacionales que se estudia en universidades y centros de pensamiento de todo el mundo, con el nombre de “el telegrama largo de Kennan”.

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Lecciones en Afganistán

Con la dificultad que tiene valorar los acontecimientos históricos cuando se están produciendo, no hay ninguna duda de que estamos asistiendo a una derrota de los países occidentales en Afganistán, por muy esperada que fuera, y a una tragedia humana de consecuencias todavía incalculables sobre buena parte de la población afgana, especialmente para sus mujeres y niñas.

No se trata únicamente de las vergonzosas y humillantes imágenes de la retirada a las que estamos asistiendo y el abandono a su suerte de buena parte de la población afgana, que permanecerán como símbolos icónicos de las dos décadas fracasadas de invasión militar estadounidense y de la OTAN en el país. Hablamos del desastre geoestratético y sus inciertos efectos que va a causar tras otras guerras desastrosas anteriores sobre Irak, Siria y Libia, cuyas consecuencias llevamos años sufriendo.

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Las posibilidades de nuestros nietos

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En plena crisis económica, como la que vivía España por el año 1930, tras los dañinos efectos del crack del 29 y la Gran Depresión, llegó hasta nuestro país uno de los más importantes economistas de la historia invitado por la Residencia de Estudiantes, John Maynard Keynes. El propósito era dar una conferencia que tituló con el sugestivo nombre de “Posible situación económica de nuestros nietos”, en la que trataba de exponer su visión sobre el mundo en un siglo, para el año 2030. A punto de llegar a esta fecha, podemos reflexionar sobre ese mundo que pronosticaba Keynes como si fuéramos sus nietos, pero con la mirada puesta en lo que ya es un presente que se nos muestra repleto de incertidumbres.

Cuando se relee el discurso pronunciado por Keynes en Madrid hace noventa años, sorprende comprobar la vigencia de sus análisis en un mundo que tanto ha cambiado pero que mantiene muchos de sus problemas. “La depresión mundial reinante, la enorme anomalía del desempleo en un mundo lleno de necesidades, junto a los desastrosos errores cometidos, nos impiden ver la verdadera interpretación de lo que está sucediendo y nos impiden alcanzar la verdadera interpretación de los hechos”, explicó con particular lucidez y vigencia Keynes ante el público que abarrotaba el salón de actos de la Residencia de Estudiantes.

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