Lecciones en Afganistán

Con la dificultad que tiene valorar los acontecimientos históricos cuando se están produciendo, no hay ninguna duda de que estamos asistiendo a una derrota de los países occidentales en Afganistán, por muy esperada que fuera, y a una tragedia humana de consecuencias todavía incalculables sobre buena parte de la población afgana, especialmente para sus mujeres y niñas.

No se trata únicamente de las vergonzosas y humillantes imágenes de la retirada a las que estamos asistiendo y el abandono a su suerte de buena parte de la población afgana, que permanecerán como símbolos icónicos de las dos décadas fracasadas de invasión militar estadounidense y de la OTAN en el país. Hablamos del desastre geoestratético y sus inciertos efectos que va a causar tras otras guerras desastrosas anteriores sobre Irak, Siria y Libia, cuyas consecuencias llevamos años sufriendo.

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Meterse en charcos

Nunca dejan de sorprenderme todas esas personas que parecen disfrutar metiéndose en líos, generando polémicas y alimentando conflictos de toda naturaleza. Es verdad que forma parte de estos tiempos agitados de redes sociales fáciles, repletas de inmundicia, donde triunfa el exabrupto y la barbaridad de personajillos carentes de méritos y trayectoria, que buscan su fama a base del insulto fácil, del acoso sistemático y el disparate sin límite. Y a algunos no parece haberles ido tan mal jugar en esta siniestra liga, a juzgar por casos como el de Toni Cantó, una de las personas más tóxicas que tiene la política en estos momentos y que más ha trabajado por degradarla y devaluarla, tratando de vivir de ella a cualquier precio, aunque sea convirtiéndose en el nuevo “Pecas” de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Precisamente por ello, me resulta incomprensible que haya importantes responsables políticos que estén jugando a la provocación, como seña de identidad de su liderazgo, practicando una política de tierra quemada que tiene muchos costes y muy pocas ganancias. Es verdad que hay fuerzas políticas que han hecho de la generación sistemática de conflictos de toda naturaleza el eje de su presencia pública, como sucede con Vox, algo que comparten los partidos de ultraderecha. No es el consenso, el diálogo o la razón la fuerza que les mueve sino precisamente lo contrario, generar brechas en la sociedad para agrietar la convivencia y alimentar así conflictos de toda naturaleza.

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