En memoria de Arcadi Oliveres

Reconozco que me recorre una extraña sensación al tratar de homenajear la figura de una persona recientemente fallecida y no invadirme un sentimiento de pena o de tristeza. Pero es algo lógico al tratarse de alguien como Arcadi Oliveres, cuya muerte se produjo hace pocos días con la misma coherencia, incluso me atrevería a decir que con la misma belleza con la que recorrió la vida desde el compromiso activo frente a las injusticias, las pobrezas y las violencias.

Hablar de Arcadi (todos lo llamábamos siempre por su nombre) es hacerlo de una de las personas más queridas y respetadas entre movimientos sociales y ONG, cristianos de base y grupos eclesiales, activistas y militantes de causas diversas, como atestigua el hecho de que sus charlas y conferencias contaban, siempre, con un lleno absoluto de personas con orígenes, perfiles y edades muy diversas. Pero es que el gran Arcadi tenía la capacidad de llegar a todos los públicos con sus análisis claros, directos y comprometidos, habiéndose ganado un respeto y una admiración de años de compromiso público con algunas de las causas más importantes que han estado encima de la mesa en las últimas décadas, dando razones, argumentos y humanidad a estas reivindicaciones.

Pocas personas se han recorrido España de punta a punta con tanta disponibilidad y amabilidad como lo ha hecho Arcadi durante años, hablando con claridad de asuntos que muy pocos profesores universitarios se atrevían a mencionar, acompañado de su sonrisa apacible, su andar lento y su barba blanca que le imprimía una especial ternura. Mucho antes de que se conocieran los casos de corrupción vinculados a la familia real, Arcadi cuestionaba públicamente una monarquía rodeada de irregularidades. Cuando pocos se atrevían a explicar algunas de las prácticas de las grandes empresas transnacionales, Arcadi analizaba con nombres y apellidos la impunidad de muchas de sus actuaciones. Sin dejar nunca de denunciar el gasto militar inútil, de pedir pan y derechos para los pobres, de reclamar un reparto justo de la riqueza y los recursos, siempre reivindicando una no violencia que fue seña de identidad a lo largo de toda su vida. Y lo hacía, además, desmenuzando las cifras con una facilidad pasmosa, ofreciendo infinidad de ejemplos cotidianos y divertidas anécdotas que daban mayor humanidad a lo que explicaba.

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