Una importante Iniciativa Legislativa Popular

Esta semana se votó favorablemente en el Congreso de los Diputados una importante Iniciativa Legislativa Popular (ILP), amparada por el artículo 87.3 de la Constitución y avalada por más de 700.000 firmas, junto al respaldo de otras 906 organizaciones sociales, en la que se pide la regularización de cientos de miles de inmigrantes que viven y trabajan en España de manera irregular sin contar con permisos de residencia y de trabajo, también conocida como #ILPRegularizacion.

La posibilidad de presentar estas ILP se recogió como un reconocimiento a que los propios ciudadanos puedan impulsar iniciativas legislativas para su debate y aprobación, si así lo aprueban los grupos políticos del parlamento, en un intento de facilitar la participación política en la elaboración de normas ampliamente sentidas y demandadas por la sociedad. Bien es cierto que las exigencias recogidas en la ley orgánica que regula el ejercicio de este derecho son muy estrictas y farragosas, comenzando por la presentación ante la mesa del Congreso por la comisión promotora de un texto articulado y bien desarrollado, precedido de una exposición de motivos, que fundamente la justificación de la ILP, siendo esta mesa la que resuelve inicialmente sobre la admisión de la iniciativa y el plazo para el procedimiento de recogida de firmas, lo que se comunica a la Junta Electoral Central.

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Giro migratorio

En el inicio del nuevo año, el debate migratorio está ocupando un papel muy importante, anunciando que se va a convertir en uno de los asuntos estrella en numerosos países y gobiernos del mundo en coincidencia con la convocatoria de numerosas citas electorales que este año se celebrarán, desde el Parlamento Europeo, hasta Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, por señalar algunos casos.

Por un lado, la multiplicación de guerras y conflictos sangrientos en diferentes lugares del mundo está elevando de manera significativa el número de refugiados, desplazados internos y solicitantes de asilo, superando por vez primera los 103 millones de personas en 2022, un 15% más que el año anterior. Contrariamente a la creencia extendida, el grueso de esos solicitantes son acogidos por países de renta baja o media, un 83% del total según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Pero al mismo tiempo, la crisis climática está impulsando con fuerza un nuevo tipo de migraciones ambientales que está creciendo año a año de manera imparable, ascendiendo a más de 32 millones de personas también en 2022, atendiendo a las cifras recogidas por el Centro Internacional de Monitoreo del Desplazamiento (IDMC).

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Migraciones que no se detienen

Como ya sucedió en el año 2006, nuevamente las islas Canarias están viviendo un repunte en la llegada de inmigrantes embarcados en cayucos procedentes de países de África occidental, en particular senegaleses. Al igual que ocurrió en aquellas fechas, una vez más se habla de una “crisis de los cayucos”, de la misma forma que se denominó la situación hace diecisiete años, como si fueran movimientos periódicos inevitables impulsados por fuerzas imparables de la naturaleza, pero no es así.

Aquellos que tengan la tentación de hacer un uso político de esta situación, acusando al Gobierno en funciones de izquierda de alimentar esa estupidez interesada que algunos denominan “efecto llamada”, como ha sucedido en tantas ocasiones, deberían mirar lo que está sucediendo en la Italia gobernada por la ultraderechista Giorgia Meloni, desbordada por la llegada de pateras a la isla de Lampedusa, o en la Polonia dirigida por el partido ultraconservador, Ley y Justicia, en su frontera con Bielorrusia o en tantos otros países. La presión migratoria avanza en todo el mundo al compás del caos migratorio que han alimentado los países occidentales en las últimas décadas, algo generalizado que no distingue de gobiernos ni de colores políticos, a pesar de las patrañas que difunde la extrema derecha.

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El naufragio de la política migratoria de la UE

En octubre de 2013 se produjo en el Mediterráneo, junto a la isla de Lampedusa, el dramático naufragio de un barco procedente de Libia que acabó con la vida de 360 personas, en su mayoría mujeres y niños. Las imágenes de cientos de ataúdes en un hangar del aeropuerto de la isla, donde se apilaron los féretros, dieron la vuelta al mundo y sacudieron a la opinión pública. Mientras las autoridades de la UE declaraban que evitarían que una tragedia similar volviera a suceder, el Papa Francisco, con su claridad habitual, señaló: “Solo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza”. Investigaciones posteriores acreditaron que la guardia costera italiana desatendió las llamadas desesperadas de ayuda realizadas desde el barco.

El cinismo de la UE llegó hasta el punto de que a los escasos náufragos rescatados con vida se les ingresó en el centro de internamiento de Mineo, en Lampedusa, tras incoarles expedientes de expulsión, mientras que a los cerca de 400 fallecidos se les concedió automáticamente y con honores la ciudadanía italiana y, con ello, la europea.

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Fronteras sin principios

Más allá de ser el espacio físico o imaginario que separa a los estados, las fronteras se han convertido en el lugar que refleja las contradicciones morales y políticas que todos los países tienen en sus políticas migratorias. Por encima de cualquier otra diferencia, todos los países, en mayor o menor medida, tienen en sus fronteras un espacio refractario, opaco a los derechos humanos, impermeable a cualquier consideración ética donde se acumulan barbaridades contra los otros, contra esos a los que llamamos inmigrantes, siempre pobres, generalmente desdichados, con frecuencia desvalidos.

Lo vivido en la frontera entre Melilla y Nador estos pasados días es uno más de esos episodios inhumanos que se justifican en nombre del control de fronteras, aunque costara la vida de una treintena de muchachos jóvenes africanos, junto a esas decenas de heridos amontonados en un solar a los que los gendarmes marroquíes se aproximaban solo para pegar, aunque algunos de ellos mostraran signos evidentes de estar agonizando. Un escalofrío moral más al que que ya estamos acostumbrados, protagonizado en este caso por ese país vecino y “nuevo amigo” que es Marruecos, al que todo consentimos. “Operación bien resuelta”, afirmó nuestro presidente del Gobierno, añadiendo más sal a la herida, más crueldad a la inhumanidad. Pero es lo que desde hace años vienen haciendo otros muchos gobiernos, en España y en diferentes países del mundo. Contra eso que se denomina inmigración irregular todo vale, siempre que los inmigrantes contra los que se actúe sean pobres, claro.

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Mandarlos a Ruanda

Mientras Europa afronta los múltiples efectos de la grave crisis de refugiados desencadenada por la guerra en Ucrania, tomaba carta de naturaleza una grave violación contra una de las leyes del derecho humanitario más importante, que puede acabar con el derecho al asilo y a la protección internacional, tal y como los hemos conocido desde que fueron establecidos tras la Segunda Guerra Mundial.

Los planes impulsados desde Reino Unido por su primer ministro, Boris Johnson, para enviar a Ruanda a grupos de solicitantes de asilo desde territorio británico en vuelos de la infamia que han sido criticados por cientos de organizaciones sociales y humanitarias, universidades, diputados conservadores y hasta por una veintena de obispos de la Iglesia anglicana demuestra, a partes iguales, los malos tiempos que atraviesa una figura jurídica que ha sido fundamental para salvaguardar la vida de las personas desde hace décadas, mediante la Convención de Ginebra y su Protocolo de Nueva York, pero también evidencia la descomposición moral y política que vive Reino Unido desde que se embarcó en esa aventura trufada de mentiras y engaños llamada Brexit.

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Tendencias migratorias

A medida que las migraciones se han convertido en uno de los factores de enfrentamiento político, utilizado con demasiada frecuencia para generar división en la sociedad, son numerosas las instituciones, centros de investigación y académicos que dedican importantes esfuerzos a comprender mejor las causas, consecuencias e impactos de uno de los componentes fundamentales de la humanidad a lo largo de su historia.

Cuando todos los países trabajan para avanzar hacia una necesaria recuperación económica y social que permita superar las diferentes y profundas crisis que la pandemia ha arrojado sobre nuestras vidas, existe una importante preocupación por conocer cuáles van a ser los cambios que se han producido sobre los movimientos migratorios globales y restaurar la circulación de personas y trabajadores, fundamentales para un correcto funcionamiento de nuestras economías y sociedades. De hecho, comienzan a surgir voces que alertan en toda Europa sobre la necesidad urgente de contar con trabajadores extranjeros en países y sectores clave, en la medida en que el declive demográfico y los reajustes en la población laboral impedirán un normal funcionamiento de la economía de no contarse con estas personas.

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Más pateras y más inmigrantes

Nuevamente, comprobamos que la llegada de pateras hasta las costas del Mediterráneo procedentes del litoral argelino, como vemos en Alicante, se sucede a lo largo de todos los meses. Efectivamente, las pateras que llegan hasta nuestras costas han pasado de ser estacionales y concentrarse en la temporada de verano, como sucedía hace unos años, a ser permanentes y recibirse en un goteo continuado. Y es que la ruta migratoria desde Argelia hacia el litoral Mediterráneo, y particularmente hasta Alicante, ha pasado a convertirse en uno de los itinerarios clandestinos utilizados por los traficantes de personas desde el norte de África hasta Europa, algo que no se acaba de comprender bien por parte de instituciones y responsables públicos.

No hay duda de que, con los años, han mejorado extraordinariamente las capacidades y dispositivos de detección, salvamento y acogida de migrantes que vienen en patera hasta nuestras costas por parte de diferentes áreas, servicios y profesionales. Es algo muy importante, no solo desde el punto de vista policial y de la seguridad, sino especialmente para salvar vidas y dar la adecuada acogida inicial a quienes realizan una travesía clandestina dura y peligrosa, en la que arriesgan sus vidas, como con demasiada frecuencia comprobamos en numerosos naufragios con víctimas. De hecho, en el proyecto “Missing Migrants”, de seguimiento de inmigrantes muertos a lo largo de sus desplazamientos por el mundo, desplegado por la Organización Internacional de Migraciones (OIM), se contabilizan 81 personas fallecidas en la ruta desde Argelia hasta las costas españolas del Mediterráneo.

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Alicante no es Ceuta

En coincidencia con los acontecimientos que se han vivido estos días en Ceuta y la llegada de unas diez mil personas procedentes de Marruecos en condiciones lamentables, he escuchado comentarios que trataban de comparar la crisis vivida en la frontera con este país con la llegada de pateras hasta las costas alicantinas. A todas luces, es una analogía muy desafortunada.

Ni por la intensidad, ni por el número, ni por las características, ni por las motivaciones, ni por su naturaleza se pueden comparar, ni de lejos, las dinámicas migratorias que se viven desde Marruecos hacia España a través de Ceuta, con la llegada de pateras hasta las costas alicantinas. Por si fuera poco, los acontecimientos vividos estos días en la frontera con Ceuta han dejado bien a las claras la falta de miramientos de la teocracia autoritaria de Sidi Mohammed ben Hassan ben Mohammed ben Youssef Alaoui, más conocido como Mohamed VI, jefe espiritual y líder religioso de los marroquíes, para lanzar a su pueblo, pobre y desesperado, contra la frontera de otro país para presionarlo, amedrentarlo y chantajearlo. En un episodio insólito en las relaciones internacionales, Marruecos no ha dudado en poner en riesgo la vida de sus ciudadanos, incluyendo la de miles de niños, a los que se ha llegado a sacar de sus colegios para meterlos en autobuses e introducirlos de manera irregular en otro país con mentiras, sin siquiera el conocimiento de sus padres. Se entenderá, bien a las claras, que cualquier comparación de esta barbaridad con las pateras que a cuentagotas llegan hasta las costas alicantinas es tan inadecuada como fuera de lugar.

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Chantaje marroquí desde la debilidad

Desde hace años, la monarquía sátrapa alauita viene chantajeando, desafiando y utilizando todo tipo de amenazas contra España como instrumento de presión política. Lo han sufrido todos los gobiernos, de uno y otro color, de muy distintas maneras.

Ha ejercido esa presión facilitando la salida de inmigrantes desde sus costas, suspendiendo los acuerdos de pesca, bloqueando las fronteras de Ceuta y Melilla, exigiendo material militar, tomando el islote Perejil, reclamando dinero a cambio de que sus gendarmes vigilen las fronteras, haciendo la vista gorda con las narcolanchas,  anexionándose unilateralmente aguas de nuestra jurisdicción, enviando a la real fuerza aérea de Marruecos a adentrarse en nuestro espacio aéreo, torpedeando la cooperación española en el Sahara, negándose a cumplir los acuerdos migratorios firmados, exigiendo un trato preferencial para sus productos, facilitando la actuación de grupos yihadistas o pidiendo que sus agentes secretos puedan actuar con impunidad en nuestro territorio.

Distintos presidentes acabaron siempre aceptando sus chantajes, haciendo de Marruecos uno de nuestros socios menos fiables y más impredecibles. Sucedió con Zapatero, que en el año 2008 regaló a Marruecos bombas y armamento por el precio simbólico de un euro, mientras miraba para otro lado ante las graves violaciones marroquíes a los derechos humanos en el Sahara, o con Rajoy, que en el año 2015 negoció ante la UE un tratamiento privilegiado para los productos agrícolas marroquíes, afirmando que este país era un “ejemplo democrático” a seguir en África. Todos los gobiernos en España han acabado pasando por el aro, en un momento u otro, ante los desplantes marroquíes, con el agravante de que los reyes de ambos países han presumido históricamente de una privilegiada relación de hermandad que nunca sirvió más que para pagar viajes y dispendios monárquicos.

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