Fronteras sin principios

Más allá de ser el espacio físico o imaginario que separa a los estados, las fronteras se han convertido en el lugar que refleja las contradicciones morales y políticas que todos los países tienen en sus políticas migratorias. Por encima de cualquier otra diferencia, todos los países, en mayor o menor medida, tienen en sus fronteras un espacio refractario, opaco a los derechos humanos, impermeable a cualquier consideración ética donde se acumulan barbaridades contra los otros, contra esos a los que llamamos inmigrantes, siempre pobres, generalmente desdichados, con frecuencia desvalidos.

Lo vivido en la frontera entre Melilla y Nador estos pasados días es uno más de esos episodios inhumanos que se justifican en nombre del control de fronteras, aunque costara la vida de una treintena de muchachos jóvenes africanos, junto a esas decenas de heridos amontonados en un solar a los que los gendarmes marroquíes se aproximaban solo para pegar, aunque algunos de ellos mostraran signos evidentes de estar agonizando. Un escalofrío moral más al que que ya estamos acostumbrados, protagonizado en este caso por ese país vecino y “nuevo amigo” que es Marruecos, al que todo consentimos. “Operación bien resuelta”, afirmó nuestro presidente del Gobierno, añadiendo más sal a la herida, más crueldad a la inhumanidad. Pero es lo que desde hace años vienen haciendo otros muchos gobiernos, en España y en diferentes países del mundo. Contra eso que se denomina inmigración irregular todo vale, siempre que los inmigrantes contra los que se actúe sean pobres, claro.

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Mandarlos a Ruanda

Mientras Europa afronta los múltiples efectos de la grave crisis de refugiados desencadenada por la guerra en Ucrania, tomaba carta de naturaleza una grave violación contra una de las leyes del derecho humanitario más importante, que puede acabar con el derecho al asilo y a la protección internacional, tal y como los hemos conocido desde que fueron establecidos tras la Segunda Guerra Mundial.

Los planes impulsados desde Reino Unido por su primer ministro, Boris Johnson, para enviar a Ruanda a grupos de solicitantes de asilo desde territorio británico en vuelos de la infamia que han sido criticados por cientos de organizaciones sociales y humanitarias, universidades, diputados conservadores y hasta por una veintena de obispos de la Iglesia anglicana demuestra, a partes iguales, los malos tiempos que atraviesa una figura jurídica que ha sido fundamental para salvaguardar la vida de las personas desde hace décadas, mediante la Convención de Ginebra y su Protocolo de Nueva York, pero también evidencia la descomposición moral y política que vive Reino Unido desde que se embarcó en esa aventura trufada de mentiras y engaños llamada Brexit.

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Tendencias migratorias

A medida que las migraciones se han convertido en uno de los factores de enfrentamiento político, utilizado con demasiada frecuencia para generar división en la sociedad, son numerosas las instituciones, centros de investigación y académicos que dedican importantes esfuerzos a comprender mejor las causas, consecuencias e impactos de uno de los componentes fundamentales de la humanidad a lo largo de su historia.

Cuando todos los países trabajan para avanzar hacia una necesaria recuperación económica y social que permita superar las diferentes y profundas crisis que la pandemia ha arrojado sobre nuestras vidas, existe una importante preocupación por conocer cuáles van a ser los cambios que se han producido sobre los movimientos migratorios globales y restaurar la circulación de personas y trabajadores, fundamentales para un correcto funcionamiento de nuestras economías y sociedades. De hecho, comienzan a surgir voces que alertan en toda Europa sobre la necesidad urgente de contar con trabajadores extranjeros en países y sectores clave, en la medida en que el declive demográfico y los reajustes en la población laboral impedirán un normal funcionamiento de la economía de no contarse con estas personas.

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Más pateras y más inmigrantes

Nuevamente, comprobamos que la llegada de pateras hasta las costas del Mediterráneo procedentes del litoral argelino, como vemos en Alicante, se sucede a lo largo de todos los meses. Efectivamente, las pateras que llegan hasta nuestras costas han pasado de ser estacionales y concentrarse en la temporada de verano, como sucedía hace unos años, a ser permanentes y recibirse en un goteo continuado. Y es que la ruta migratoria desde Argelia hacia el litoral Mediterráneo, y particularmente hasta Alicante, ha pasado a convertirse en uno de los itinerarios clandestinos utilizados por los traficantes de personas desde el norte de África hasta Europa, algo que no se acaba de comprender bien por parte de instituciones y responsables públicos.

No hay duda de que, con los años, han mejorado extraordinariamente las capacidades y dispositivos de detección, salvamento y acogida de migrantes que vienen en patera hasta nuestras costas por parte de diferentes áreas, servicios y profesionales. Es algo muy importante, no solo desde el punto de vista policial y de la seguridad, sino especialmente para salvar vidas y dar la adecuada acogida inicial a quienes realizan una travesía clandestina dura y peligrosa, en la que arriesgan sus vidas, como con demasiada frecuencia comprobamos en numerosos naufragios con víctimas. De hecho, en el proyecto “Missing Migrants”, de seguimiento de inmigrantes muertos a lo largo de sus desplazamientos por el mundo, desplegado por la Organización Internacional de Migraciones (OIM), se contabilizan 81 personas fallecidas en la ruta desde Argelia hasta las costas españolas del Mediterráneo.

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Alicante no es Ceuta

En coincidencia con los acontecimientos que se han vivido estos días en Ceuta y la llegada de unas diez mil personas procedentes de Marruecos en condiciones lamentables, he escuchado comentarios que trataban de comparar la crisis vivida en la frontera con este país con la llegada de pateras hasta las costas alicantinas. A todas luces, es una analogía muy desafortunada.

Ni por la intensidad, ni por el número, ni por las características, ni por las motivaciones, ni por su naturaleza se pueden comparar, ni de lejos, las dinámicas migratorias que se viven desde Marruecos hacia España a través de Ceuta, con la llegada de pateras hasta las costas alicantinas. Por si fuera poco, los acontecimientos vividos estos días en la frontera con Ceuta han dejado bien a las claras la falta de miramientos de la teocracia autoritaria de Sidi Mohammed ben Hassan ben Mohammed ben Youssef Alaoui, más conocido como Mohamed VI, jefe espiritual y líder religioso de los marroquíes, para lanzar a su pueblo, pobre y desesperado, contra la frontera de otro país para presionarlo, amedrentarlo y chantajearlo. En un episodio insólito en las relaciones internacionales, Marruecos no ha dudado en poner en riesgo la vida de sus ciudadanos, incluyendo la de miles de niños, a los que se ha llegado a sacar de sus colegios para meterlos en autobuses e introducirlos de manera irregular en otro país con mentiras, sin siquiera el conocimiento de sus padres. Se entenderá, bien a las claras, que cualquier comparación de esta barbaridad con las pateras que a cuentagotas llegan hasta las costas alicantinas es tan inadecuada como fuera de lugar.

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Chantaje marroquí desde la debilidad

Desde hace años, la monarquía sátrapa alauita viene chantajeando, desafiando y utilizando todo tipo de amenazas contra España como instrumento de presión política. Lo han sufrido todos los gobiernos, de uno y otro color, de muy distintas maneras.

Ha ejercido esa presión facilitando la salida de inmigrantes desde sus costas, suspendiendo los acuerdos de pesca, bloqueando las fronteras de Ceuta y Melilla, exigiendo material militar, tomando el islote Perejil, reclamando dinero a cambio de que sus gendarmes vigilen las fronteras, haciendo la vista gorda con las narcolanchas,  anexionándose unilateralmente aguas de nuestra jurisdicción, enviando a la real fuerza aérea de Marruecos a adentrarse en nuestro espacio aéreo, torpedeando la cooperación española en el Sahara, negándose a cumplir los acuerdos migratorios firmados, exigiendo un trato preferencial para sus productos, facilitando la actuación de grupos yihadistas o pidiendo que sus agentes secretos puedan actuar con impunidad en nuestro territorio.

Distintos presidentes acabaron siempre aceptando sus chantajes, haciendo de Marruecos uno de nuestros socios menos fiables y más impredecibles. Sucedió con Zapatero, que en el año 2008 regaló a Marruecos bombas y armamento por el precio simbólico de un euro, mientras miraba para otro lado ante las graves violaciones marroquíes a los derechos humanos en el Sahara, o con Rajoy, que en el año 2015 negoció ante la UE un tratamiento privilegiado para los productos agrícolas marroquíes, afirmando que este país era un “ejemplo democrático” a seguir en África. Todos los gobiernos en España han acabado pasando por el aro, en un momento u otro, ante los desplantes marroquíes, con el agravante de que los reyes de ambos países han presumido históricamente de una privilegiada relación de hermandad que nunca sirvió más que para pagar viajes y dispendios monárquicos.

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La UE naufraga en el sur

Tras la gigantesca crisis migratoria que estalló en la UE desde el año 2015, cuando decenas de miles de migrantes forzosos trataban de llegar hasta su territorio, protagonizando en muchos casos dramáticos naufragios en el Mediterráneo, la Comisión Europea se inventó una respuesta llamada “Agenda Europea de Inmigración” que, según se decía, daría una respuesta integral a la gestión de la inmigración en Europa y marcaría un antes y un después en la política migratoria en los países de la Unión. Lo cierto es que, mientras responsables comunitarios de entonces hacían declaraciones rimbombantes sobre la política de migración y asilo pactada, la realidad se empeñaba en demostrar que Europa atravesaba la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial debido a la pasividad, la negligencia y la irresponsabilidad de instituciones y países, incapaces de respetar sus propios acuerdos.

Recientemente, la comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Dunja Mijatović, calificaba de “deplorable” la política migratoria y de asilo de la UE desde 2015 y no le faltaba razón. Basta decir que, desde entonces y según datos oficiales de las Naciones Unidas, se han contabilizado en naufragios de embarcaciones que trataban de acceder a costas europeas 18.226 personas fallecidas, junto a los cuerpos que nunca serán encontrados. De ellos, 1.717 corresponden a fallecidos que trataban de llegar hasta España en el pasado 2020, lo que da buena idea de la importancia que ha adquirido nuestro país como frontera Sur en las rutas migratorias que tratan de llegar hasta el continente europeo.

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La encrucijada migratoria

La gravedad de los problemas y la urgencia de muchos de los desafíos que tenemos entre manos es de tal naturaleza que estamos dejando de lado demasiadas asignaturas pendientes que siguen estando ahí, formando parte de la columna vertebral de nuestra sociedad.

Una de ellas es el análisis y la intervención sobre los procesos, las dinámicas y los flujos migratorios que se están viendo profundamente afectados por la pandemia de covid-19. Las migraciones atraviesan profundos cambios que también van a tener su impacto en las dinámicas demográficas, en las pautas de movilidad geográfica, en los perfiles y motivaciones de quienes se desplazan por el mundo, así como en las estrategias de integración social, laboral y ciudadana de los inmigrantes que viven con nosotros y de sus familias. Bueno sería no perder de vista muchas de estas transformaciones por la repercusión que van a tener en nuestras sociedades y la necesidad de anticipar políticas e intervenciones adecuadas en muchos niveles.

Empecemos señalando algo de una enorme trascendencia que no había sucedido en la historia reciente. La pandemia ha afectado a la movilidad humana como nunca se había vivido, interrumpiendo los flujos migratorios globales. Por ello, adquieren más visibilidad esas migraciones clandestinas que, por medio de traficantes de personas, están cruzando de manera desesperada algunas fronteras en el mundo, poniendo en riesgo numerosas vidas. Es lo que ha sucedido con las migraciones africanas llegadas hasta las islas Canarias en los últimos meses, muy dramáticas y con motivaciones de distinta naturaleza, a veces nada sencillas de comprender. No es casual que el pasado año de explosión de coronavirus, no menos de 1.717 personas hayan fallecido tratando de llegar hasta España, con un incremento del 29% respecto al año anterior, según el documentado informe anual de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía (Apdha).

Pero el grueso de los desplazamientos humanos en el mundo no se hace en patera, ni mucho menos, sino en aviones y a través de aeropuertos que, en estos momentos, ofrecen grandes limitaciones para acceder a ellos y estrictos controles para la entrada en otros países. De manera que las migraciones globales se han interrumpido y tendremos que ver cuándo y cómo se reanudan.

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Migraciones en Canarias: sobrepasados por la realidad

Uno de esos refranes tan nuestros afirma que “a perro flaco, todo son pulgas”. Es lo que le sucede a España desde hace demasiado tiempo con su política migratoria y de asilo. A los fallos en la recepción, acogida y gestión de las migraciones llegadas a las Islas Canarias en las últimas semanas se suma el hacinamiento de varios miles de inmigrantes en el CETI de Melilla, junto a un goteo desconcertante de pateras en diferentes provincias, sin olvidar el colapso en todo el sistema de asilo y refugio, con decenas de miles de expedientes acumulados y pendientes de resolución.

No es de recibo que en una política de Estado tan importante se vaya a salto de mata, apagando fuegos solo cuando las llamas amenazan con devorarnos. España es un punto de tránsito clave de las rutas migratorias hacia Europa desde hace décadas, algo que ya no justifica tanta improvisación. Al mismo tiempo, el fracaso estrepitoso de la política europea de migración y asilo (por llamarlo de alguna manera) y su gigantesca irresponsabilidad en la mal llamada crisis de los refugiados que estalló en Europa en el año 2015 exigen contar con políticas efectivas que impidan el caos y el disparate, como los vividos en los últimos años. Con mayor motivo sabiendo que el auge de las fuerzas neofascistas utiliza las migraciones como una de sus grandes armas para crear alarma y difundir barbaridades. Bueno sería que nuestros dirigentes políticos actuaran con responsabilidad y no dieran carnaza a esta extrema derecha asalvajada.

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Temporeros

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En los meses más duros del confinamiento, encerrados en nuestras casas mientras la pandemia se extendía por todo el mundo, tomamos conciencia de la importancia de numerosas profesiones de las que dependen nuestras vidas. Muchos de ellos fueron considerados como trabajadores esenciales, dedicándoles aplausos, reconocimientos y palabras de agradecimiento, aunque mucho me temo que en poco tiempo hemos olvidado aquella explosión de cariño.

Sin embargo, mientras llenábamos nuestras neveras y poníamos la comida en nuestras mesas, ignorábamos el papel fundamental de un grupo de trabajadores esenciales que lo hacen posible, también en aquellas fechas, saliendo todas las mañanas a trabajar muy temprano, en jornadas largas y sacrificadas, para retornar después a sus lugares de alojamiento, generalmente en condiciones de hacinamiento, insalubridad y extrema pobreza. Hablo de los trabajadores y trabajadoras agrícolas temporeros, básicamente inmigrantes, muchos de los cuales se han convertido estos días en víctimas de contagios por covid-19 en diferentes lugares de nuestra geografía.

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