
Uno de esos refranes tan nuestros afirma que “a perro flaco, todo son pulgas”. Es lo que le sucede a España desde hace demasiado tiempo con su política migratoria y de asilo. A los fallos en la recepción, acogida y gestión de las migraciones llegadas a las Islas Canarias en las últimas semanas se suma el hacinamiento de varios miles de inmigrantes en el CETI de Melilla, junto a un goteo desconcertante de pateras en diferentes provincias, sin olvidar el colapso en todo el sistema de asilo y refugio, con decenas de miles de expedientes acumulados y pendientes de resolución.
No es de recibo que en una política de Estado tan importante se vaya a salto de mata, apagando fuegos solo cuando las llamas amenazan con devorarnos. España es un punto de tránsito clave de las rutas migratorias hacia Europa desde hace décadas, algo que ya no justifica tanta improvisación. Al mismo tiempo, el fracaso estrepitoso de la política europea de migración y asilo (por llamarlo de alguna manera) y su gigantesca irresponsabilidad en la mal llamada crisis de los refugiados que estalló en Europa en el año 2015 exigen contar con políticas efectivas que impidan el caos y el disparate, como los vividos en los últimos años. Con mayor motivo sabiendo que el auge de las fuerzas neofascistas utiliza las migraciones como una de sus grandes armas para crear alarma y difundir barbaridades. Bueno sería que nuestros dirigentes políticos actuaran con responsabilidad y no dieran carnaza a esta extrema derecha asalvajada.
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