Entre el maltrato y la desconexión digital

La brecha o exclusión digital no afecta, únicamente y como se cree, a personas mayores, vulnerables o con escasos recursos económicos, ni mucho menos. Avanzar hacia una mejor sociedad, más fuerte y cohesionada pasa por comprender que no podemos utilizar los avances tecnológicos para privar de derechos a grupos enteros, dificultando la relación con la Administración a sectores cada vez más amplios y obstaculizando el acceso a servicios públicos esenciales a colectivos y entidades sociales básicos para el ejercicio de una ciudadanía plena. Por tanto, es un problema de todos.

Pero la realidad avanza imparable e insensible, dejando en la cuneta a cada vez más personas que añaden, a sus muchas dificultades para salir adelante y tener una vida digna, la exclusión digital que, como una muralla, se alza frente a ellos cada día más alta, más infranqueable, más inaccesible. La desconexión digital que sufren muchas personas es el nuevo analfabetismo del siglo XXI, que impide su participación efectiva en nuestra sociedad. Una nueva brecha social que tomó carta de naturaleza con la pandemia de COVID-19, pero que se ha extendido a una velocidad imparable, sin tomar conciencia de sus efectos indeseados sobre amplios grupos de personas.

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Brecha digital que empobrece

Son muchos los estudios e investigaciones que se están llevando a cabo para determinar la huella que la pandemia ha generado en nuestra sociedad en términos de pobreza, exclusión y desigualdad. Se trata de conocer las consecuencias desencadenadas sobre las condiciones de vida de la población que, con mayor crudeza, ha sufrido estos meses tan duros, saber cómo ha afectado a la vida de personas y familias, evitando que haya sectores que se queden excluidos, marginados y apartados de la ansiada recuperación económica y social.

Entre los muchos datos que investigadores y centros de estudios manejamos, destaca con fuerza un elemento que en esta pandemia ha jugado un papel clave sobre la población más vulnerable en su acceso a ayudas y dispositivos sociales, e incluso por su papel fundamental para la inclusión social y la educación de sectores tan importantes como los niños, niñas y adolescentes (NNA). Nos referimos a la profunda brecha digital que se está abriendo en numerosos hogares y grupos de personas, particularmente los más pobres y vulnerables, convirtiéndose con rapidez en un factor de exclusión añadido de primer orden.

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Economía digital y desigualdad

En todo el mundo avanza la llamada economía digital, impulsada por el máximo aprovechamiento de los avances tecnológicos y en las telecomunicaciones para afianzar la conformación de nuevos monopolios digitales de dimensiones globales, dotados de un poder inusitado. De la misma forma que el carbón impulsó la revolución industrial en Europa durante el siglo XIX, la digitalización y las tecnologías de la información están propulsando la economía y la sociedad global en el siglo XXI con características novedosas, marcadas por el poder absoluto de un reducido grupo de nuevas megacorporaciones, capaces de intervenir sobre todas las esferas de nuestras vidas, poniendo el planeta y las bases materiales de la vida humana a su servicio.

Las históricas dinámicas de acumulación económica están pasando del capital productivo al capital algorítmico, obtenido a través de la acumulación ingente de información manejada por grandes corporaciones tecnológicas especializadas, que utilizan para obtener gigantescas plusvalías mediante un cambio histórico en las reglas de juego. Ya sea a través de comercios de venta electrónica, mediante la utilización de plataformas digitales de entretenimiento, el uso de redes sociales, el alquiler de vehículos, el acceso a nuestros servicios de banca electrónica, el empleo de nuestro teléfono móvil o de buscadores de internet, estamos continuamente ofreciendo información personal a través de miles de millones de datos, unas veces de manera consciente y otras muchas sin tener conocimiento de ello. Esta cantidad fabulosa de datos se acumulan en empresas tecnológicas especializadas para su uso, su venta y explotación,

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Oligarquías digitales

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Los gobiernos que concentran el poder en un pequeño grupo de personas se denominan oligarquías, caracterizándose por controlar el conjunto de las políticas del Estado a favor de sus intereses. Para ello, monopolizan la economía, desplegando un amplio dominio sobre el poder político, al tiempo que ejercen una concentración progresiva de los recursos a su servicio. El resultado es un acaparamiento de la economía en beneficio de estos oligarcas, generando una desigualdad creciente en el reparto y acceso a los recursos, causando procesos de acumulación de riqueza, de renta y poder a costa de aumentar los sectores empobrecidos. El resultado es el debilitamiento de los sistemas democráticos, aumentando la injusticia y la impunidad.

En un mundo cada vez más dislocado por las profundas desigualdades que están dañando las bases de la convivencia, se abre paso con fuerza una nueva forma de concentración de poder, de riqueza y de control nunca antes visto, de la mano de las grandes corporaciones y monopolios digitales. Hasta el punto que se está produciendo una reconfiguración silenciosa de la economía y también del poder político en todos los países, de la mano de poderosas empresas tecnológicas especializadas en uno de los productos más valiosos en estos momentos: los datos personales.

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