El barrio de San Antón como metáfora

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Con relativa frecuencia se menciona la ausencia de un modelo de ciudad como uno de los principales motivos del proceso de deterioro imparable que vive Alicante, algo equivocado. Quienes lo afirman deben pensar que las urbes son como las magdalenas, que crecen en función de los moldes que tengan, cuando en realidad, lo que viene fallando es un buen modelo de gobierno municipal para evitar que Alicante y sus barrios permanezcan como un barco a la deriva y sin rumbo, abandonados a su suerte.

Ese buen modelo de gobierno del que Alicante carece tendría que haber recuperado, hace tiempo, la ciudad como un espacio de derechos: a la vida de calidad para sus vecinos, al cuidado de los barrios y los espacios públicos, a la convivencia, a la vivienda, a la identidad, al respeto del patrimonio urbano, a la participación real, a la regeneración urbana, a la cohesión social y a la convivencia, entre otros muchos.

Por el contrario, el abandono visible que viven buena parte de los 42 barrios y partidas rurales en Alicante evidencia una falta de proyecto político global sobre la ciudad, dejando así que se ensanche una brecha cada vez mayor entre unos barrios y otros. En muchos de ellos el deterioro urbano es imparable, la falta de cohesión social manifiesta, la degradación en su parque de viviendas y en sus escasos espacios públicos insoportable, viviendo actuaciones de carácter marginal que los convierten en territorios en declive, a pesar de tener unas condiciones magníficas para disfrutar de una buena calidad de vida.

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Las ciudades y las migraciones

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El papel cada vez más importante de las ciudades de todo el mundo hacia las migraciones viene centrando numerosas actividades en los últimos años. Alcaldes y funcionarios locales, técnicos y especialistas, junto a organizaciones sociales vienen participando en debates, cumbres y foros encaminados a tomar conciencia sobre la forma más adecuada en que ciudades y entidades locales pueden gestionar mejor el impacto que las migraciones impulsan. Hasta tal punto que el término “migración” se ha convertido también en un sinónimo de urbanización, debido al papel dominante de las metrópolis como destino de la mayoría de los migrantes.

Junto a importantes organizaciones y centros de investigación, destacados académicos vienen analizando los nuevos perfiles de unas ciudades cada vez más precisas a la hora de intervenir sobre los procesos migratorios con mucha mayor eficacia que los propios estados. Autoras como la socióloga, premio Príncipe de Asturias y profesora de la Universidad de Columbia, Saskia Sassen, ha estudiado a fondo las nuevas ciudades globales cuyas capacidades trascienden con creces las fronteras de un país. A su vez, la antropóloga y profesora de la Universidad de Manchester, Nina GlickSchiller, amplía este enfoque, describiendo las ciudades como espacios de continuos cambios que determinan el carácter de las urbes contemporáneas, asignando un papel cada vez más importante a las administraciones municipales, mucho más de lo que sus autoridades creen. De esta forma, surge con fuerza la convicción de que las urbes tienen una responsabilidad cada vez mayor sobre las migraciones y los inmigrantes que en ellas viven, habiéndose convertido en determinantes significativos de los patrones mundiales de la inmigración en estos momentos.

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Las ciudades y la Agenda 2030

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Uno de los elementos que están impulsando cambios en las ciudades de todo el mundo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados por las Naciones Unidas en septiembre de 2015 y que establecen la llamada Agenda 2030. Su capacidad para avanzar sobre un buen número de los desafíos sociales, ambientales y económicos que tienen las urbes, la posibilidad de generar procesos de planificación adaptados a las capacidades específicas de cada municipio, junto a las abundantes buenas prácticas que se están desplegando en ámbitos subnacionales están colocando a estas agendas locales y regionales 2030 como valiosos activos de localización a nivel mundial.

En la medida en que el proceso de urbanización global avanza de manera imparable, albergando más de un 54% de la población mundial en las zonas urbanas, emergen problemas de una particular intensidad en las ciudades, de cuya respuesta dependerá el futuro de la humanidad. Desde la garantía de ofrecer viviendas adecuadas acompañadas de servicios de calidad que permitan sostener una vida digna de los ciudadanos, hasta afrontar los nuevos efectos del cambio climático, el aumento de la contaminación y de los riesgos por los desastres naturales, junto a desafíos históricos, como las bolsas de pobreza y desigualdad que conforman los cinturones urbanos de miseria, sin olvidar los altos niveles de desempleo existentes en barrios marginales en los que se concentran la exclusión y la marginación. Estos y otros muchos problemas son identificados en las 169 metas que es donde de verdad se materializa la Agenda 2030, bien distintos de los 17 Objetivos que publicitan numerosas personas e instituciones, y que no pasan de ser simples eslóganes propagandísticos.

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