Pobrezas complejas

A medida que hemos avanzado en el estudio y en un mejor conocimiento de la pobreza y sus componentes personales, sociales y territoriales, hemos pasado de analizar y valorar elementos vinculados a la renta y al consumo a incorporar otros muchos indicadores multidimensionales que nos permiten comprenderla mejor. Si siempre es complicado acercarnos a dinámicas extraordinariamente complejas que intervienen en los procesos de privación y adversidad, lo es todavía más cuando hablamos de colectivos vulnerables y excluidos, que en muchos casos viven en condiciones de marginalidad o fuera de los circuitos formales, saliendo adelante como pueden.

Sin darnos cuenta de ello, en las últimas décadas hemos encadenado crisis que se han ido sucediendo y aumentando en intensidad, con implicaciones globales, sociales y económicas de una enorme profundidad, en lo que algunos investigadores denominan ya como “Policrisis”. Tras la Gran Recesión provocada por la crisis financiera internacional que dañó economías enteras, cuando comenzábamos a recuperarnos nos vimos asolados por una virulenta pandemia global que provocó 25 millones de muertes en todo el planeta, generando un shock en la economía y en las sociedades nunca visto. Dos años después y cuando el mundo consiguió amortiguar sanitaria y económicamente esta pandemia, estalló la invasión rusa en Ucrania y se desató una guerra en Europa con efectos colaterales muy dañinos, con una crisis energética, una escalada inflacionista, el aumento de precios de productos esenciales, la escasez de alimentos básicos y la subida del precio de la vivienda, a los que se añaden los efectos del cambio climático que están agudizándose rápidamente, junto a la multiplicación de conflictos regionales.

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Migraciones que no se detienen

Como ya sucedió en el año 2006, nuevamente las islas Canarias están viviendo un repunte en la llegada de inmigrantes embarcados en cayucos procedentes de países de África occidental, en particular senegaleses. Al igual que ocurrió en aquellas fechas, una vez más se habla de una “crisis de los cayucos”, de la misma forma que se denominó la situación hace diecisiete años, como si fueran movimientos periódicos inevitables impulsados por fuerzas imparables de la naturaleza, pero no es así.

Aquellos que tengan la tentación de hacer un uso político de esta situación, acusando al Gobierno en funciones de izquierda de alimentar esa estupidez interesada que algunos denominan “efecto llamada”, como ha sucedido en tantas ocasiones, deberían mirar lo que está sucediendo en la Italia gobernada por la ultraderechista Giorgia Meloni, desbordada por la llegada de pateras a la isla de Lampedusa, o en la Polonia dirigida por el partido ultraconservador, Ley y Justicia, en su frontera con Bielorrusia o en tantos otros países. La presión migratoria avanza en todo el mundo al compás del caos migratorio que han alimentado los países occidentales en las últimas décadas, algo generalizado que no distingue de gobiernos ni de colores políticos, a pesar de las patrañas que difunde la extrema derecha.

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