
Al cumplirse un año de la invasión de Rusia en Ucrania y el inicio de una guerra que está llevando la muerte, la destrucción y la barbarie sobre este país y sus gentes, nadie parece aventurarse a hablar de paz o del fin de la acción cruel y criminal que Rusia desató tras la decisión caprichosa y delirante de su presidente, Vladimir Putin, de querer derrocar a un gobierno al que calificaba de drogadictos y degenerados, según su relato justificativo de la invasión.
No hay guerras buenas ni invasiones de países justificables, como a veces parece escucharse en quienes tratan de manejar principios morales intangibles e inmutables de la Guerra Fría para contemporizar con una amenazada Rusia frente al maléfico Estados Unidos. La unidad racial, étnicopolítica, religiosa o ideológica nunca pueden justificar la barbarie, como trata Putin de argumentar una y otra vez, bajo la excusa de una amenaza existencial para anexionarse territorios a sangre y fuego mediante la guerra, algo que ya ha hecho anteriormente en Chechenia o Crimea.
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