Dilemas humanitarios en la guerra de Ucrania

La guerra que está teniendo lugar en Ucrania, tras la invasión realizada por el ejercito ruso, está planteando importantes tensiones y dilemas, no solo en el plano militar, estratégico y político, sino de una manera muy particular en el plano humanitario. Todo parece indicar que la operación corta y enérgica que planteaba Rusia, con una victoria apabullante y un control sobre todo el territorio de Ucrania, se ha convertido en una sucesión de fracasos y de sangrientas batallas, con un coste altísimo para el ejército ruso, tanto en términos de vidas humanas como de equipos militares, cuyo máximo exponente ha sido la pérdida de doce altos generales en el escenario de guerra abatidos por las tropas ucranianas.

Todo ello ha sido posible gracias al abastecimiento masivo de material militar, suministros, munición, recursos y sobre todo inteligencia por parte de los países occidentales y de la propia OTAN, en unos niveles nunca vistos en una guerra de esta naturaleza. Hasta el punto de que se habla de lo que se denomina, técnicamente, como una “guerra proxy”, aquellos combates de un estado contra otro en el que, además de sus fuerzas militares, se utilizan fuerzas de otro país, bien sea a través de soldados, milicias, equipos o combatientes de distinta naturaleza. Pero también Rusia está recurriendo a ello, en la medida en que ha necesitado contar con los sangrientos mercenarios de Wagner, voluntarios chechenos, fuerzas daguestaníes, soldados cosacos y bielorrusos, junto a milicianos de Siria, entre otras fuerzas que están ahora mismo sobre el terreno protagonizando los combates.

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El valor de nuestra solidaridad

Nadie está preparado para una guerra de destrucción, muerte y barbarie como la que ha desencadenado Vladimir Putin en Ucrania. Pero mucho menos, en medio de una devastadora pandemia que cumple dos años y cuyas dañinas consecuencias persisten, dentro de una Europa que todavía mantiene muy presentes los efectos de la gigantesca destrucción causada durante la Segunda Guerra Mundial y promovida por una potencia nuclear con aires imperialistas que afirma abiertamente querer derrocar a gobierno de un país al que califica de drogadictos, como hizo Putin al justificar esta salvajada.

Ahora queda esperar que se alcance con rapidez un acuerdo de paz, aunque sea precario e inestable, pero que permita detener la destrucción perpetrada por la maquinaria militar rusa e impida lo que estamos viendo con un enorme dolor, una vez más. En una guerra es la población civil la que sufre siempre, en mayor medida, el efecto de las decisiones de dirigentes políticos y militares.

Junto a la lógica indignación y el enorme dolor que todos compartimos ante el inimaginable sufrimiento y destrucción al que estamos asistiendo, se ha desatado, una vez más, una corriente de solidaridad en la ciudadanía que, con rapidez, se ha movilizado para tratar de colaborar, de alguna manera, con la población atacada y con los cientos de miles de refugiados que están huyendo por las fronteras. Esa misma solidaridad que, como Eduardo Galeano señaló, es la ternura que tienen los pueblos para enviar cariño y ayuda a quien peor lo está pasando.

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Tras la catástrofe

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Tragedias como la que vive Ecuador no son nuevas. Con cierta rutina, nos hemos acostumbrado a terremotos e inundaciones, ciclones y tsunamis, hambrunas, huracanes y todo tipo de catástrofes, si bien en los últimos años su intensidad y especialmente sus dramáticas consecuencias sobre millones de personas y en decenas de países permiten que veamos con claridad cristalina cómo su impacto es mayor cuanto más pobre y miserable es el territorio que lo sufre. Éste es un matemático axioma que funciona con precisión geométrica a la hora de llevarse por delante la vida de personas y dañar regiones enteras, pero cuya aplicación no tiene nada de caprichoso, sino que es el fruto de procesos humanos deliberados cuyo resultado genera lo que podríamos llamar catástrofes de clase.

Efectivamente, cada catástrofe es un excelente indicador de la situación social y política de cada país, así como de su grado de desarrollo, pero particularmente de las condiciones de vida de los más desposeídos. Y ello coloca a los pobres ante un caprichoso privilegio, uno de los pocos que tendrán a lo largo de sus desdichadas existencias: el ser víctimas predilectas de estos siniestros, protagonistas privilegiados de cada catástrofe.

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Otro abuso bancario sin regulación: el cobro de comisiones por donaciones a ONG ante catástrofes

Pintada Banqueros

Cuando se produce una nueva catástrofe humanitaria caigo en la cuenta de que se produce un nuevo incumplimiento del Gobierno en la eliminación de un abuso más de los bancos; en este caso, del abuso que supone el cobro de importantes comisiones que vienen aplicando a todos aquellos que en los últimos años han tratado de aportar su generosidad y colaboración hacia las víctimas de tantos desastres como se han venido produciendo, mediante aportaciones a ONG.

Desde la matanza de los Grandes Lagos en 1994, hasta ahora, siempre que se ha producido una tragedia humanitaria se ha pedido la solidaridad de la población a través de aportaciones económicas a las ONG. Así sucedió con motivo del Huracán Mitch en 1998, el tsunami del sudeste asiático en 2004 y el terremoto de Haití de 2010, entre otros. Algún día hablaremos de la filosofía, los mensajes, el empleo y la rendición de cuentas de todo ese dinero recaudado a lo largo de tantos años con motivo de tanto sufrimiento y destrucción. Pero lo que hoy nos ocupa es otro tema bien distinto, relacionado con los abusos que los bancos han venido cometiendo con estas transferencias humanitarias.

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