Una de chinos

En los últimos días se ha hablado mucho de chinos. Una espectacular operación policial sobre una red de ciudadanos chinos y algunos españoles, acusada entre otros muchos delitos de blanqueo de capitales por importe superior a los 1.200 millones de euros, nos ha dejado boquiabiertos. El desfile de carritos de supermercado repletos de dinero, los montones de fajos de billetes, encontrados en los lugares más recónditos por la Policía, ha añadido, si cabe, mayor expectación sobre unos hechos que han tenido una dimensión mundial, al haberse emitido 110 órdenes de arresto además de en España, en otros ocho países. Y por si todo ello fuera poco, los responsables de esta trama son conocidos oligarcas chinos que se codeaban con las más altas autoridades chinas y españolas, llegando a vender obras de arte a la responsable del IVAM valenciano, mujer de un exconseller y actual diputado del grupo popular valenciano, Rafael Blasco, imputado por numerosos delitos relacionados con la corrupción en las ayudas al desarrollo de la cooperación valenciana.

Pero no nos engañemos, sobre los chinos existen en España tantas leyendas urbanas como desconocimiento, algo que ha sido alimentado por ser la comunidad extranjera más hermética, más desconocida y menos integrada en nuestra sociedad de todas las nacionalidades que viven entre nosotros.

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El deliberado colapso de la ayuda al desarrollo

La profunda crisis sistémica que vivimos, alimentada por la delincuencia financiera mundial, está teniendo también una incidencia notable sobre las políticas globales de ayuda al desarrollo, que en muchos países como en el nuestro viven un auténtico proceso de voladura controlada y deliberada. De esta forma, las políticas públicas de ayuda al desarrollo atraviesan el proceso de cambio y transformación más importante desde que fueron formuladas, que va más allá de reajustes económicos, al experimentar una auténtica reconversión política, ideológica e instrumental que afecta a procesos morfológicos e instrumentales de un enorme calado.

No son solo recortes lo que está contribuyendo a desdibujar las políticas globales de ayuda al desarrollo, sino su progresivo y deliberado deterioro de la mano de intereses económicos, políticos y comerciales abrasivos que transforman de forma acelerada los paradigmas esenciales sobre los que han avanzado las políticas de solidaridad internacional.

Es cierto que desde que se inició la maldita hipercrisis mundial, las políticas globales de ayuda al desarrollo han sufrido en muchos países profundos recortes y reajustes, cuando no un profundo cuestionamiento sobre su papel y funcionalidad. Pero hay que dejar claro que este proceso no está teniendo la misma intensidad en todos los países y sociedades, delimitando de forma muy nítida Estados y sociedades anémicas, en las que el proceso de crisis económica se ha convertido en un formidable vendaval social e institucional; frente a otros países y sociedades éticamente fuertes, moralmente vigorosas, económicamente saludables y socialmente más equilibradas.

Así las cosas, todo el entramado doctrinal e institucional sobre el que se ha venido levantando la Ayuda Oficial al Desarrollo ha saltado por los aires de la mano de las políticas de austeridad y consolidación fiscal que se promueven en muchos países, pero también como consecuencia de procesos especulativos de dimensión mundial. De tal manera que acabamos por convivir con el hambre como un residuo inevitable de nuestro bienestar, mientras hemos incluido a los alimentos en las dinámicas especulativas del capitalismo de casino cuyos resultados devastadores estamos viviendo con toda su crudeza, como bien señalan autores como Jean Ziegler, en su obra «Geopolítica del hambre».

No es casual, por ello, que desde que se iniciara la crisis sistémica en 2008 se hayan desencadenado una serie de procesos íntimamente relacionados, que al tiempo que profundizan los procesos de empobrecimiento global, aumentan la necesidad de promover instrumentos de desarrollo de alcance también mundial. Y entre ellos, podemos destacar: la persistencia y crecimiento del hambre en el mundo; una progresiva reducción de los recursos en las agencias encargadas de paliarlo; al tiempo que el precio de los alimentos esté aumentando de forma vertiginosa; convirtiéndose a los alimentos en objeto de especulación financiera en los mercados de valores y fondos de inversión, agudizando con ello un nuevo neocolonialismo agrario. Analicemos rápidamente cada uno de estos elementos.

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