No podemos seguir maltratando a nuestros mayores

No hace muchos años, los directores de las entidades bancarias colmaban de regalos a muchos de sus clientes, engatusando a las personas mayores que domiciliaban sus pensiones y mantenían sus ahorros con obsequios como vajillas, cuberterías, cacerolas y todo tipo de variopintos objetos. Eran tiempos en los que las sucursales parecían bazares, mostrando en su interior productos pintorescos para agasajar a la clientela, a la que los empleados de las entidades llamaban por sus nombres, conociendo a cada uno de los familiares como si formaran parte de ella.

Los mayores iban al banco con la tranquilidad de quien iba al bar de la esquina, hasta el punto de que en cuanto entraban, empleados y directivos salían a saludarles, poniendo al día sus cartillas y cuentas antes, incluso, de darles los buenos días, entregándoles a continuación algún pequeño obsequio. Todos hemos tenido en nuestras casas infinidad de objetos de propaganda de los bancos y cajas, en muchos casos de dudosa utilidad, pero que se conservan en los cajones con el cuidado con el que se guardan los pequeños recuerdos familiares.

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Nuestro compromiso con los problemas mundiales

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Todos los países, sus gobiernos y sociedades, hemos asumido compromisos muy importantes sobre buena parte de los desafíos globales que tiene la humanidad en estos momentos. La erradicación del hambre, la lucha contra la pobreza extrema, el cambio climático, la desigualdad profunda o la crisis mundial de desplazamientos son algunos de esos problemas sobre los que solo se podrá avanzar en su solución desde respuestas internacionales coordinadas.

Por si fuera poco, la extensión de políticas económicas regresivas, junto al auge de fuerzas autoritarias de extrema derecha han llevado a un tratamiento brutal hacia quienes viven en la privación y sobre aquellos otros que escapan de guerras o sufren persecuciones. Es por ello que no hay dudas de que, solo y únicamente mediante el acuerdo y la implicación de toda la comunidad internacional, podrán abordarse desafíos que son de carácter global, algo que habitualmente se olvida cuando se formulan muchas de las respuestas políticas de corto alcance con frecuencia se escuchan.

Recientemente se han conocido los datos globales del Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre la ayuda a los países pobres ofrecida por los treinta países más ricos del planeta y su grado de cumplimiento de la resolución 2626 de la Asamblea General de las Naciones Unidas del año 1970 para dar el 0,7% del Producto Interior Bruto (PIB) a los países en desarrollo para luchar, reducir y eliminar la pobreza en el mundo. Las cifras conocidas son desalentadoras porque subrayan que la ayuda en el mundo hacia los países empobrecidos descendió un 2,8% respecto al año 2017, llevando el esfuerzo de todos los países donantes a un escaso 0,31%, un nivel prácticamente constante en una década y muy por debajo del compromiso del 0,7% asumido hace ya casi medio siglo. Todo ello cuando los problemas globales pendientes no paran de aumentar y cuando los países occidentales suscribieron nuevamente el compromiso de alcanzar el tan gastado objetivo del 0,7% en el año 2030 a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). No hace falta saber muchas matemáticas para asegurar que, una vez más, lejos de avanzarse hacia su cumplimiento, los países se alejan del mismo.

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La semilla del 0,7%

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Se cumplen diecinueve años del arranque de las grandes movilizaciones que a favor del 0,7% del PNB de ayuda para el Tercer Mundo tuvieron lugar en toda España y que significaron el arranque del movimiento 0,7%. Casi dos décadas es tiempo suficiente para realizar un pequeño análisis de lo que significó esta emblemática campaña para el conjunto de la sociedad, precisamente en unos momentos en que el Gobierno del PP está procediendo a un profundo desguace de la política de ayuda al desarrollo y ha llevado la cooperación internacional a su mínimo histórico.

En el mes de abril de 1994 los rebeldes Tutsis del FPR entraron en Kigali, desencadenando uno de los más terribles genocidios conocidos en el siglo XX. Entre 800.000 y 1.000.000 de personas fueron asesinadas de forma premeditada, en una acción planificada durante meses por fanáticos Hutus, con la complicidad de varios Gobiernos occidentales. Todo ello originó una catástrofe humanitaria provocada por millones de personas que huían de forma desesperada para escapar de una muerte segura. La dimensión de la tragedia y especialmente la rapidez con que se desarrolló, contaron con la pasividad de la comunidad internacional y de instituciones multilaterales, que demostraron el escaso valor que otorgaban a la vida humana en algunas partes del planeta. Pero en esta ocasión, los medios de comunicación retransmitieron por vez primera y en tiempo real, informaciones que detallaban la dimensión del gigantesco drama que se estaba viviendo. Ante nuestros ojos aparecían cientos de miles de personas cuyo único propósito a lo largo de toda su vida era sobrevivir, algo que significó un auténtico aldabonazo en muchas conciencias, llevando a numerosos ciudadanos de bien a preguntarse por las causas de tanto horror y la manera de paliar tanto sufrimiento humano. Se empezaba a producir un cambio trascendental en la opinión pública española, que empezaba a mostrarse a favor de la ayuda a los países pobres y la cooperación internacional.

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La voladura de la cooperación española

Indicadores para confirmar el deliberado colapso de la política de AOD

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La política de cooperación española no atraviesa buenos momentos. Tampoco el conjunto de políticas sociales y de solidaridad, si bien, el recorte que se ha efectuado sobre la ayuda al desarrollo en España solo puede considerarse  histórico, descomunal, el mayor en toda la comunidad de países donantes y muy superior al que se ha llevado a cabo sobre otras áreas sociales, educativas o sanitarias. Es así que se ha insistido en la profundidad de los recortes sobre la cooperación española, ignorando que esta política atraviesa un estado de extrema gravedad que va más allá de los recortes económicos, aún siendo estos enormemente graves, para conducirla a una situación que desdibuja completamente sus finalidades esenciales y la reduce a un simple instrumento de intereses de distinta naturaleza.

Los profundos recortes sobre la cooperación española que han adoptado tanto el anterior Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, como particularmente el Gobierno de derechas de Mariano Rajoy, la han conducido a una situación de desmantelamiento efectivo al reducirla a la mínima expresión, alejada de acuerdos y compromisos contraídos en la agenda internacional del desarrollo. Si los recortes han sido tan profundos se debe a que nuestra política de Ayuda Oficial al Desarrollo no se había consolidado como una verdadera política de Estado, permaneciendo instalada desde tiempos inmemoriales en una situación de permanente crisis que alejaba nuestro sistema de cooperación de los donantes más relevantes.

 Ni la crisis de la cooperación española comenzó con los recortes que en mayo de 2008 inició el Gobierno de Zapatero, ni tiene una exclusiva motivación económica aunque los recursos sean imprescindibles, sino que hunde sus raíces en problemas de mucho mayor calado que con el paso de los años se han acabado por cronificar, pero de los que se ha querido hablar muy poco, porque para ello había que hablar de política, de política de ayuda al desarrollo y, por tanto, de opciones, decisiones y responsabilidades políticas. Y ello es algo que de forma deliberada se ha querido evitar por muchos de los actores de la cooperación española, para no incomodar a sus responsables y poder acceder a sus favores. Y esta “aristocracia” de la cooperación en España ha tenido, también, responsabilidades con su pasividad, cuando no han apoyado su rumbo con el paso del tiempo, y que ahora sus responsables nos venden como un proceso saludable de “cooperación low cost”.

Así las cosas, siendo esenciales los recursos económicos para llevar a cabo las políticas, en el caso de la ayuda al desarrollo no son el componente exclusivo, ni mucho menos, si no se acompañan al mismo tiempo de otras decisiones, dispositivos y estrategias que aseguren su adecuada finalidad. Hasta el punto que durante la etapa socialista, se tomó como bandera el logro del compromiso 0,7% en el año 2012, algo de imposible cumplimiento pero que redujo la política de cooperación española a este lema de futuro, sin proyectos estructurales visibles sobre el presente y sin ir acompañada de otros cambios imprescindibles en las estructuras institucionales, técnicas y estratégicas.

Y a medida que los gobiernos socialistas centraron todas sus energías en el logro del 0,7%, situaron en un segundo plano otras exigencias mucho más acuciantes, reduciendo la complejidad de las políticas de cooperación y los problemas de la pobreza en el mundo a una simple cifra que se pensaba que crecería frenéticamente, sin abordar las grandes reformas estructurales e institucionales. De forma que cuando llega el Partido Popular al Gobierno, en noviembre de 2011, arremete contra una política de solidaridad internacional en la que no cree y que adolece de importantes problemas estructurales. Y más allá de unos recortes de enorme calado, el Gobierno de derechas de Rajoy cuestiona el papel y la funcionalidad de una política de cooperación internacional que entorpece su proyecto ultraliberal y conservador en el que no cabe la solidaridad social. El Partido Popular profundiza así en un proceso que venía tomando cuerpo desde hace años, al afectar morfológica y metabólicamente al sentido mismo de la ayuda al desarrollo.

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El naufragio de la cooperación descentralizada: lecciones ante la crisis

El naufragio

Hace pocos días tuvo lugar en Valencia unas jornadas de trabajo, “La cooperación descentralizada local: retos ante el contexto de crisis”, organizadas por el Fons Valencià per la Solidaritat, y en las que tuve la oportunidad de realizar la ponencia marco. Fue una buena oportunidad para explicar en público algunas de las investigaciones que vengo realizando sobre el impacto de la crisis en las políticas de cooperación al desarrollo. En mi opinión, los efectos de la crisis sobre las políticas de cooperación no se limitan a sus recortes presupuestarios, aun siendo éstos de una gran repercusión, sino que afectan a procesos morfológicos y metabólicos de un enorme calado, haciendo que estas transformaciones no sean ni mucho menos coyunturales ni pasajeras, sino estructurales y de un gran profundidad. Es algo que podemos ver con claridad en la cooperación descentralizada realizada en España desde ayuntamientos, comunidades autónomas y diputaciones, que habiendo sido un modelo mundial, avanza como barco a la deriva sin saber bien hacia dónde.

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El deliberado colapso de la ayuda al desarrollo

La profunda crisis sistémica que vivimos, alimentada por la delincuencia financiera mundial, está teniendo también una incidencia notable sobre las políticas globales de ayuda al desarrollo, que en muchos países como en el nuestro viven un auténtico proceso de voladura controlada y deliberada. De esta forma, las políticas públicas de ayuda al desarrollo atraviesan el proceso de cambio y transformación más importante desde que fueron formuladas, que va más allá de reajustes económicos, al experimentar una auténtica reconversión política, ideológica e instrumental que afecta a procesos morfológicos e instrumentales de un enorme calado.

No son solo recortes lo que está contribuyendo a desdibujar las políticas globales de ayuda al desarrollo, sino su progresivo y deliberado deterioro de la mano de intereses económicos, políticos y comerciales abrasivos que transforman de forma acelerada los paradigmas esenciales sobre los que han avanzado las políticas de solidaridad internacional.

Es cierto que desde que se inició la maldita hipercrisis mundial, las políticas globales de ayuda al desarrollo han sufrido en muchos países profundos recortes y reajustes, cuando no un profundo cuestionamiento sobre su papel y funcionalidad. Pero hay que dejar claro que este proceso no está teniendo la misma intensidad en todos los países y sociedades, delimitando de forma muy nítida Estados y sociedades anémicas, en las que el proceso de crisis económica se ha convertido en un formidable vendaval social e institucional; frente a otros países y sociedades éticamente fuertes, moralmente vigorosas, económicamente saludables y socialmente más equilibradas.

Así las cosas, todo el entramado doctrinal e institucional sobre el que se ha venido levantando la Ayuda Oficial al Desarrollo ha saltado por los aires de la mano de las políticas de austeridad y consolidación fiscal que se promueven en muchos países, pero también como consecuencia de procesos especulativos de dimensión mundial. De tal manera que acabamos por convivir con el hambre como un residuo inevitable de nuestro bienestar, mientras hemos incluido a los alimentos en las dinámicas especulativas del capitalismo de casino cuyos resultados devastadores estamos viviendo con toda su crudeza, como bien señalan autores como Jean Ziegler, en su obra «Geopolítica del hambre».

No es casual, por ello, que desde que se iniciara la crisis sistémica en 2008 se hayan desencadenado una serie de procesos íntimamente relacionados, que al tiempo que profundizan los procesos de empobrecimiento global, aumentan la necesidad de promover instrumentos de desarrollo de alcance también mundial. Y entre ellos, podemos destacar: la persistencia y crecimiento del hambre en el mundo; una progresiva reducción de los recursos en las agencias encargadas de paliarlo; al tiempo que el precio de los alimentos esté aumentando de forma vertiginosa; convirtiéndose a los alimentos en objeto de especulación financiera en los mercados de valores y fondos de inversión, agudizando con ello un nuevo neocolonialismo agrario. Analicemos rápidamente cada uno de estos elementos.

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