El valor de nuestra solidaridad

Nadie está preparado para una guerra de destrucción, muerte y barbarie como la que ha desencadenado Vladimir Putin en Ucrania. Pero mucho menos, en medio de una devastadora pandemia que cumple dos años y cuyas dañinas consecuencias persisten, dentro de una Europa que todavía mantiene muy presentes los efectos de la gigantesca destrucción causada durante la Segunda Guerra Mundial y promovida por una potencia nuclear con aires imperialistas que afirma abiertamente querer derrocar a gobierno de un país al que califica de drogadictos, como hizo Putin al justificar esta salvajada.

Ahora queda esperar que se alcance con rapidez un acuerdo de paz, aunque sea precario e inestable, pero que permita detener la destrucción perpetrada por la maquinaria militar rusa e impida lo que estamos viendo con un enorme dolor, una vez más. En una guerra es la población civil la que sufre siempre, en mayor medida, el efecto de las decisiones de dirigentes políticos y militares.

Junto a la lógica indignación y el enorme dolor que todos compartimos ante el inimaginable sufrimiento y destrucción al que estamos asistiendo, se ha desatado, una vez más, una corriente de solidaridad en la ciudadanía que, con rapidez, se ha movilizado para tratar de colaborar, de alguna manera, con la población atacada y con los cientos de miles de refugiados que están huyendo por las fronteras. Esa misma solidaridad que, como Eduardo Galeano señaló, es la ternura que tienen los pueblos para enviar cariño y ayuda a quien peor lo está pasando.

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La excusa humanitaria

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En las últimas semanas, el envío de ayuda humanitaria a Venezuela viene siendo utilizado como un elemento más del conflicto que amenaza con desencadenar una guerra en una zona particularmente sensible de América Latina. Sin embargo, existe una coincidencia generalizada entre las ONG internacionales, instituciones y especialistas de la cooperación internacional: se está tratando de utilizar un aparente interés humanitario para justificar, facilitar y abrir la puerta a una intervención que pueda acabar con el régimen de Nicolás Maduro y poner en su lugar al candidato de Estados Unidos, JuanGuaidó.

Venezuela atraviesa una situación catastrófica que no deja de empeorar, con una población que sobrevive en medio de gigantescas penurias, sin poder satisfacer sus necesidades más elementales como la alimentación, con hospitales que carecen de lo más básico o no pueden prestar atenciones esenciales, con un aparato productivo en ruinas y una hiperinflación absolutamente estratosférica que demuestra el gigantesco colapso de su economía, que se sitúa por encima del 1.700.000% anual. La magnitud de la crisis venezolana es de tal calibre que el PIB ha caído a la mitad durante el mandato de Maduro, al tiempo que la renta per cápita se ha reducido en un 60%, con una acusada caída de la extracción de petróleo, principal fuente de ingresos del país, de un 65%. Bien es cierto que en todo ello, las sanciones y el boicot que desde hace años Estados Unidos promueve contra este país, junto al bloqueo comercial y financiero, tienen una importante responsabilidad.

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