Creadores de malestar

Hace veinte años que el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz publicó un libro premonitorio, “El malestar en la globalización”, en el que exploraba la creciente ola de descontento que se extendía por buena parte del mundo de la mano de unas reglas económicas profundamente injustas que alimentaban pobreza, desigualdad y una amplia insatisfacción.

Hoy en día, el malestar creciente parece haberse convertido en un elemento universal que sacude transversalmente a todas las sociedades. Son tantos los países en los que hay movilizaciones, conflictos, luchas, manifestaciones, huelgas y protestas de una forma u otra que pudiéramos pensar que este malestar global se ha convertido en la seña de identidad de nuestro tiempo, en una energía universal que une a todos los países y sociedades.

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Meterse en charcos

Nunca dejan de sorprenderme todas esas personas que parecen disfrutar metiéndose en líos, generando polémicas y alimentando conflictos de toda naturaleza. Es verdad que forma parte de estos tiempos agitados de redes sociales fáciles, repletas de inmundicia, donde triunfa el exabrupto y la barbaridad de personajillos carentes de méritos y trayectoria, que buscan su fama a base del insulto fácil, del acoso sistemático y el disparate sin límite. Y a algunos no parece haberles ido tan mal jugar en esta siniestra liga, a juzgar por casos como el de Toni Cantó, una de las personas más tóxicas que tiene la política en estos momentos y que más ha trabajado por degradarla y devaluarla, tratando de vivir de ella a cualquier precio, aunque sea convirtiéndose en el nuevo “Pecas” de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Precisamente por ello, me resulta incomprensible que haya importantes responsables políticos que estén jugando a la provocación, como seña de identidad de su liderazgo, practicando una política de tierra quemada que tiene muchos costes y muy pocas ganancias. Es verdad que hay fuerzas políticas que han hecho de la generación sistemática de conflictos de toda naturaleza el eje de su presencia pública, como sucede con Vox, algo que comparten los partidos de ultraderecha. No es el consenso, el diálogo o la razón la fuerza que les mueve sino precisamente lo contrario, generar brechas en la sociedad para agrietar la convivencia y alimentar así conflictos de toda naturaleza.

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Tiempo de malestar

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Todo parece indicar que el año 2019 va a ser extraordinariamente difícil, y no solo desde el punto de vista económico, como numerosos indicadores anuncian. Parece como si se acumulara un malestar generalizado que, como el vapor en una olla al fuego, puede escapar en cualquier momento y puede hacerlo de manera inesperada y explosiva, como vimos en París a finales del pasado año con las movilizaciones de los chalecos amarillos.

Numerosos estudios muestran que los años de crisis, miedos y recortes generalizados han alimentado un enorme hartazgo en los trabajadores, los grandes perdedores de todo un conjunto de políticas neoliberales que vienen impulsándose desde los años ochenta pero que se generalizaron con saña a lo largo de la década de la Gran Recesión. La precariedad, el temor y la incertidumbre se han extendido entre sociedades y países, al tiempo que ha avanzado una importante crisis institucional y de representación porque la gente siente que sus responsables políticos están sirviendo los intereses de los poderosos, generando el caldo de cultivo propicio a formaciones y políticos que explotan los instintos más bajos de la población mediante el odio, el racismo, la mentira, el rechazo al débil, la xenofobia, el machismo descarnado, la deformación de la realidad, el insulto, la apelación a la violencia, la exhibición del militarismo. Todo ello adornado con referencias a la patria y a Dios, como entes supremos que están por encima de las leyes, del derecho y del propio sistema democrático.

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