
Las lamentables declaraciones realizadas por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, sobre la escritora Almudena Grandes, en relación con su nombramiento como hija predilecta de Madrid, los términos despectivos que utilizó para referirse a una persona recientemente fallecida, junto al cuestionamiento del indudable prestigio y proyección de esta novelista han generado tanto rechazo como enfado.
Todo un alcalde de la capital de España, portavoz nacional del Partido Popular y uno de los máximos dirigentes de una derecha que defiende dejar en paz a los muertos, con la tumba todavía caliente de la escritora, explica de manera desvergonzada que la aceptación de la propuesta realizada por tres concejales de izquierdas para dar a esta escritora ese reconocimiento era, simple y llanamente, una treta para poder tener aprobados unos presupuestos que sus socios de Vox no apoyaban, porque, en opinión de este dirigente del PP, esta gran escritora no es merecedora de este reconocimiento. No le bastaba con dejar constancia de su falta de respeto institucional al no expresar unas condolencias como alcalde de todos los madrileños, ni siquiera un simple y frío mensaje en esas redes sociales que llenan de felicitaciones a los suyos y reproches a los que no son los suyos, ni tampoco les importó no asistir al funeral ni al entierro de una literata tan querida como valorada. Por si fuera poco, se atrevió a poner en duda que una madrileña de Chamberí que a lo largo de toda su vida ha reivindicado Madrid por los cuatro costados, fuera merecedora de este reconocimiento, denominándola con especial desprecio como “personaje”.
Es cierto que la política está alcanzando unos niveles lamentables de emponzoñamiento de la mano, especialmente, de una ultraderecha que ha superado todos los límites y a la que sigue con mansedumbre un PP cada vez más succionado hacia su ideario destructivo, seducido por su estilo faltón y desvergonzado. Pero es difícil encontrar en un dirigente institucional del calibre del alcalde de Madrid tal compendio de indignidad, desvergüenza y mezquindad. Y lo peor de todo es que hay responsables políticos que ya no tienen reparo alguno en dejar constancia pública de la falta de respeto institucional al cargo que ostentan, de certificar su desprecio hacia la cultura y de aparecer como simples hinchas fanáticos de la camiseta que visten, como ha hecho el alcalde Almeida.
Junto al rechazo que muchos compartimos por este proceso de corrosión moral, nos hacernos algunas preguntas que no tienen fácil respuesta. ¿Cómo pueden personas de educación religiosa, que defienden públicamente los valores del catolicismo, tener comportamientos tan poco cristianos? ¿Cómo se puede dañar la dignidad institucional de un cargo representativo para anteponer el seguidismo ciego al dirigente de turno y a su política oportunista? ¿Cómo se llega a perder el sentido de la realidad, cegado por el interés partidista? ¿Por qué en la derecha carpetovetónica siguen teniendo tanto desprecio hacia la cultura y los intelectuales? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias para la ética pública y la pedagogía política tienen actuaciones como las protagonizadas por el alcalde Almeida hacia la escritora Almudena Grandes?
Una parte importante de la derecha se considera triunfadora de una Guerra Civil cuya cruzada siguen manteniendo hoy día, en el fondo y en la forma, defendiendo buena parte de sus valores. Así es como Martínez-Almeida ha repuesto nombres de calles en Madrid de militares franquistas asesinos o de figuras clave de una contienda que siguen amparando, de la misma forma que no ha tenido reparos en retirar unos versos del poeta Miguel Hernández del memorial del cementerio de la Almudena.
Para este alcalde del Partido Popular, para su propio partido y para esa extrema derecha ágrafa que empieza y acaba en el PP, Almudena Grandes es una escritora “roja”, de izquierdas, a la que por su compromiso político hay que negarle cualquier reconocimiento porque pertenece al otro bando, como estos días han explicado en redes sociales los defensores del alcalde madrileño. El prestigio, la proyección y el valor innegable de toda la obra literaria de esta respetada escritora, para el alcalde del PP y su partido, no tienen mérito, como defendió abiertamente, ya que, por encima de todo, no es “de los nuestros”.
Hasta la fecha, entre los reconocimientos a hijos predilectos de Madrid solo hay una mujer, la hija del dictador Francisco Franco, Carmen Franco. Y junto a ella, personas tan controvertidas como el fugado Rey Juan Carlos I o el búlgaro acusado de corrupción y protegido también durante el régimen franquista, Simeón de Bulgaria. Se comprende perfectamente que el alcalde Almeida se sienta mucho más cómodo y cercano a estos hijos tan predilectos de su capital, que con una mujer que ha hecho tanto por la literatura, por Madrid y por reconstruir la historia de los derrotados. Cada cual tiene el derecho a identificarse con aquello que defiende, como ha hecho el alcalde Almeida.
Pero la derecha castiza sigue sin comprender que sus esfuerzos por despreciar la cultura y a los creadores no hacen sino darles mayor proyección y relevancia histórica, mientras ellos quedarán arrinconados como personajes maleducados y sin sustancia.