La encrucijada post electoral

En la película de El sexto sentido, uno de sus protagonistas, Bruce Willis, está muerto a partir del disparo de la primera escena, a pesar de mantenerse hasta el final como uno de sus actores principales. La aclamada cinta nos muestra que los fantasmas no se dan cuenta de que están muertos porque solo ven lo que quieren ver.

Algo parecido le sucede a Alberto Núñez Feijoo, quien solo ve lo que se empeñan en mostrarle, pero a partir de que se conocieran los resultados a las elecciones generales del pasado 23 de julio y compareciera en la tribuna de la calle Génova, acompañado de la presidenta del vestido rojo, sabemos que está políticamente muerto. Desde entonces, vemos a su alma dando tumbos como un zombi, haciendo declaraciones incoherentes, pidiendo pactar hasta con los mismos socialistas, dirigidos por Pedro Sánchez, con los que afirmaba que acabaría, para terminar con eso que llamó como “sanchismo”.

Si la campaña electoral que ha realizado el Partido Popular ha sido todo un disparatado ejemplo de soberbia, desprecio a los electores y falsedades continuadas, desde que se conocieron los resultados, el pasado domingo, este partido no levanta cabeza. Con discursos incoherentes y contradictorios, mostrándose como un boxeador noqueado que da tumbos sobre la lona, alimentando el ruido de conspiraciones y cambios de líder, los populares no dejan de mantener sus ofertas de gobierno a fuerzas políticas que están negándose, incluso, a sentarse a hablar con ellos, lo que da buena idea del aislamiento político que han construido a su alrededor.

Hoy en día, el PP solo es capaz de negociar con la extrema derecha neofranquista de Vox, algo que debería avergonzar a sus líderes porque hace inviable cualquier proyecto de gobierno mayoritario en un país diverso ideológicamente y plural territorialmente, en oposición a esa visión madrileña y castiza que desprenden sus líderes de Génova.

Durante la campaña electoral, Feijóo definió en diferentes ocasiones al “sanchismo” como el arte de “pactar lo que sea, con quien sea y al precio que sea, con tal de mantenerse en el poder el mayor tiempo posible”. Qué habilidad para definir lo que pretende el PP y él mismo tras el gatillazo de las pasadas elecciones generales. Porque hay que tener una profunda pérdida del ridículo y de la dignidad para llegar a solicitar a ese mismo líder político al que has calificado con los insultos y las descalificaciones más groseras y despreciables, impulsando campañas para deshumanizarle y llamarle “perro sanxe”, calificándole de proterrorista y amigo de asesinos, que pacte contigo y te apoye para que puedas formar gobierno con tus socios filofascistas y neofranquistas.

Ya sé que eso de leer los programas electorales no se lleva, pero yo que sí me he leído el programa de Vox. Y no acabo de dar crédito a todos los disparates y barbaridades que contienen sus 178 páginas. Recomiendo al Partido Popular, a sus dirigentes y al propio Feijóo que nos expliquen cómo piensan gobernar con un partido cuyas propuestas son inconstitucionales o ilegales con el ordenamiento jurídico actual, contrarias a los acuerdos y tratados suscritos con la UE y con otras muchas instituciones internacionales, además de atentar contra derechos y principios básicos de numerosos colectivos sociales.

Esto es lo que los populares han ido asumiendo con aparente normalidad pero que una parte importante de la sociedad rechaza de manera enérgica: convertir a España en el primer país democrático que, tras una dictadura, volvería a estar en manos de la ultraderecha defensora de ese régimen, como ha recogido la prensa internacional.

Pero si hay un resultado nítido de las elecciones generales del 23 de julio es, precisamente, el desmoronamiento de Vox, y con ello lo que puede ser el inicio de su progresiva descomposición como partido de ultraderecha, posicionado con el trumpismo y el neofascismo europeo, reivindicador del franquismo. Hasta ahora, Vox representaba la fuerza política antisistema más radical del escenario político a base de prometer de todo a todos, cuestionando la política, a los políticos y las propias instituciones. Nutrido de negacionistas y creadores de teorías conspirativas de todo pelaje, esta fuerza ultraderechista ha tratado de ganar visibilidad en las redes sociales a base de campañas repletas de falsedades, utilizando trolls y boots, con el apoyo de importantes sectores del Estado.

Sin embargo, una cosa es predicar y otra muy distinta, dar trigo, gobernar teniendo responsabilidades. Y cuando Vox ha empezado a asumir competencias en gobiernos, como en Castilla y León, que se presentaba como ejemplo de lo que aspira a ser Vox, la gente se ha dado cuenta de que son un trampantojo que alimenta disparates, encarna contradicciones y puede poner en peligro, incluso, la salud de la población y la economía de los ganaderos, perdiendo cinco de sus seis escaños en pocos meses de mandato. Ahora es cuando van a comenzar a mostrar lo que realmente son en tantos otros gobiernos locales y autonómicos como el valenciano, sin olvidar que en el PP ya hay quienes hablan de una fusión con Vox para lograr una gran derecha carpetovetónica.

De manera que la derecha se juega su futuro en comprender y aceptar la realidad y hacer una adecuada lectura de unos resultados, algo que, por ahora, no se ve en el horizonte.

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