Catástrofes de clase

De nuevo la Tierra ha temblado con toda su fuerza, dejando en Marruecos su rastro de daños materiales y un reguero de víctimas que hasta la fecha eleva a cerca de 3.000 los fallecidos y más de 6.000 las personas heridas. La intensidad de este mortífero seísmo, de 6,8 grados en la escala de Richter, ha sido elevada, si bien en el mundo se producen cada año más de un centenar de movimientos sísmicos de magnitud igual o superior que apenas producen daños entre la población, aunque en este caso la cercanía del epicentro con la superficie haya amplificado su capacidad destructiva.

Sin embargo, tanto daño como vemos sobre personas y viviendas, con pueblos y aldeas convertidos en montones de escombros, no tiene que ver exclusivamente con la energía liberada por la dinámica geológica, sino con la combinación de otros factores sociales y políticos que han amplificado su destrucción, multiplicando sus efectos sobre la población más vulnerable de la región afectada.

En Marruecos ha temblado la Tierra por el desplazamiento de las placas tectónicas, cebándose sobre las condiciones de pobreza y abandono de la población, dejando al descubierto los graves problemas de la monarquía feudal alauita encarnada por Mohamed VI y el Majzen, la oligarquía que rodea al rey, se reparte el país y dirige sus instituciones. Esa combinación de fuerzas ha agravado las consecuencias del terremoto sobre la población marroquí afectada, la sísmica, la profunda pobreza y abandono en que se encuentran amplios sectores rurales, la actuación tan indecente que mantiene el rey de Marruecos con su pueblo, como ha evidenciado este terremoto, junto a la pasividad y negligencia de todo el séquito real en las instituciones, el ejército y los dispositivos de ayuda.

Podemos utilizar el término “catástrofe de clase” para conocer las condiciones sociales y políticas que atraviesa un país ante una tragedia, su grado de desarrollo y las condiciones de vida de los más desposeídos, un concepto que utilicé por vez primera en un estudio multifocal que realicé en el año 2010 con motivo del terremoto de Haití. Ya sean ciclones o terremotos, huracanes o inundaciones, hambrunas o sequías, sus efectos son siempre más devastadores sobre la población más pobre y vulnerable, demostrando las dramáticas condiciones de miseria en que viven amplios sectores de la humanidad, así como las asimetrías sociales tan profundas entre países.

De hecho, en estados socialmente avanzados, económicamente prósperos, con elevados niveles de bienestar y democráticos estas catástrofes apenas causan víctimas, mientras que en las naciones empobrecidas esos mismos desastres originan miles de muertos, heridos y decenas de miles de damnificados, como sacrificio añadido a las penosas condiciones de vida de millones de personas. Y aunque puedan ser naturales los orígenes de muchas catástrofes, no lo son en absoluto sus efectos, sino que tienen una responsabilidad claramente humana, tanto en las condiciones previas de los afectados, como en la falta de atención y ayuda proporcionada posteriormente, que habitualmente depende básicamente de la asistencia internacional.

Cuando se produjo el terremoto en Marruecos, su rey, Mohamed VI, se encontraba de vacaciones en su mansión de París, comprada recientemente por 80 millones de dólares. En realidad, vive más tiempo fuera de Marruecos que en su país, habiendo pasado 200 días en el extranjero en 2022, principalmente en sus dos suntuosos palacetes franceses y en el lujoso palacio en el estuario del río Komo, en Gabón, con la polémica compañía de tres hermanos boxeadores, con amplios antecedentes criminales, que utilizan mansiones, coches, aviones y helicópteros reales y militares a su antojo, como recogió con preocupación recientemente el prestigioso semanario The Economist.

Dos días tardó en regresar a su país Mohamed VI tras el terremoto, sin hacer ni decir nada públicamente, y cuatro en realizar una corta visita con su numeroso séquito a un impostado hospital moderno en Marraquech, con falso simulacro de donación de sangre incluido. Mientras tanto, las víctimas se multiplicaban, especialmente en las zonas rurales del Atlas más remotas y abandonadas, a las que ni siquiera llegaban los servicios de rescate, al tener caminos de tierra que en muchos casos se vieron destruidos.

A medida que llegaban imágenes que daban testimonio de la devastación producida por el seísmo sobre viviendas y localidades enteras, reducidas a montones de grava por las condiciones tan precarias en su construcción, junto a las angustiosas necesidades de rescate y atención médica urgente a las víctimas, el rey Mohamed VI aprobaba personalmente a cuentagotas la llegada de equipos de ayuda extranjeros, los únicos que desde el primer momento se movilizaron con rapidez. Pero a pesar de la magnitud de la tragedia, solo ha autorizado la entrada de equipos de cuatro países, España entre ellos, mientras que ha rechazado la llegada de dispositivos y suministros preparados desde otras muchas naciones y agencias humanitarias, en una de las actuaciones más despreciables vividas durante una tragedia como la que ha asolado Marruecos, con un número tan elevado de damnificados.

Es la hora de mostrar nuestra solidaridad con los afectados por el terremoto en Marruecos, personas que con anterioridad han sido víctimas de la miseria, la indigencia y el abandono de un rey que está embarcado, en cambio, en un enloquecido proceso de rearme militar con un coste de miles de millones de dólares. Cuestión de prioridades.

2 comentarios en “Catástrofes de clase

  1. Gracias Maestro Carlos, estas cosas hay que decirlas y claramente como lo haces, y es realmente vergonzoso ese feudalismo tan cercano y bochornosamente mantenido y alimentado por ciertos intereses de una supuesta Clase elite (a nivel local y mundial)

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