
Esta semana se ha celebrado en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, la cumbre de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, poniendo en primer plano tanto las intervenciones de numerosos dirigentes mundiales, como las de nuestro presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, junto a la difusión de datos, informes y análisis sobre algunos de los problemas más graves que tienen el planeta y la humanidad.
Desde Naciones Unidas se han venido impulsando conferencias y cumbres que han tratado de abordar los desafíos más relevantes en cada momento histórico para avanzar sobre la senda de la paz, el desarrollo, la reducción de la pobreza y la prosperidad compartida. Es lo que los especialistas denominamos como “agendas utópicas”, grandes acuerdos, repletos de compromisos ambiciosos y generalistas, que tratan de imaginar un mundo sin guerras ni tiranías, donde la pobreza y la miseria desaparezcan, teniendo todas las personas cubiertas sus necesidades básicas para disponer de una vida plena, con economías que impulsan el desarrollo equilibrado en todos los países, en un planeta limpio y respetado. Un hermoso paisaje que parece muy lejano.
Se entenderá que muchos de esos informes, cumbres y acuerdos mundiales no han pasado de ser simples deseos aunque necesarios para evitar que la barbarie avanzara sin horizontes para la esperanza de la humanidad. Es lo que con acierto describió uno de los mejores secretarios generales que ha tenido Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, fallecido en accidente de avión en 1961 cuando volaba a Zaire para mediar en la guerra de Katanga, al afirmar que su organización no estaba para llevarnos al cielo, sino para salvarnos del infierno.
Este ha sido el horizonte de las muchas reuniones y compromisos que Naciones Unidas ha impulsado a lo largo de su historia, desde el primero, en 1951, bajo el nombre “Medidas para el desarrollo económico de los países en desarrollo”, hasta el último de ellos, aprobado en septiembre de 2015, “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, suscrito por los 193 jefes de estado reunidos en la 70º Asamblea General. Todos los dirigentes mundiales en nombre de sus países adoptaron voluntariamente esta hoja de ruta que contiene los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), estructurados en 17 grandes objetivos, que se concretan en 169 metas, evaluables a través de 230 indicadores.
Hablar de la Agenda 2030 y de los ODS se presta a la retórica buenista y grandilocuente, en la medida en que se han impulsado demasiados lemas fáciles y frases vacías que en nada ayudan a comprender el impresionante trabajo científico de conocimiento y discusión que tienen detrás, y que durante años han reunido a algunos de los mejores investigadores y organismos científicos mundiales. Junto a los numerosos y pormenorizados informes que cada año difunde Naciones Unidas en torno a la Agenda 2030, se suman otras muchas investigaciones y artículos académicos que están poniendo sobre la mesa debates muy importantes sobre algunos de los grandes desafíos que tenemos en tres grandes dimensiones: la económica, la social y la ambiental, de una manera interrelacionada.
En torno a la Agenda 2030 se están planteando debates políticos, académicos y científicos de un enorme calado, en algunos casos de una extraordinaria complejidad conceptual, que han llegado, incluso, a cuestionar aspectos sustanciales sobre su viabilidad. En mi caso, he recogido en diferentes estudios académicos cuatro problemas básicos, referidos a su diagnóstico inadecuado sobre causas y consecuencias, la debilidad de su arquitectura metodológica, sus graves problemas de medición y no ser globales ni acabar en el año 2030. Pero me temo que son discusiones técnicas que muy pocos conocen, ya que exigen mucho trabajo de estudio e investigación.
Sin embargo, en los últimos años se ha impulsado desde el trumpismo ultraderechista y conspiranoico una campaña delirante contra la Agenda 2030 que se ha extendido entre la ultraderecha mundial y su franquicia de Vox en España, culpando a esta Agenda de impulsar poco menos que el exterminio deliberado de la humanidad. Esta cruzada negacionista contra la Agenda 2030 difunde mentiras gigantescas, falsedades ridículas junto a la creación de un relato de malestar y rechazo institucional, que es a fin de cuentas lo que buscan estas fuerzas neofascistas globales, sin detenerse en la magnitud de sus calumnias o en el analfabetismo intelectual que evidencian.
Una Agenda que se propone el fin de la pobreza y el hambre, la educación de calidad, el acceso a una sanidad universal, el trabajo decente, la reducción de las desigualdades, el cuidado del planeta y de su vida o tratar de frenar el calentamiento global es acusada de los mayores disparates, como propagan un día tras otro los máximos dirigentes de Vox, demostrando a partes iguales su profunda ignorancia y su maldad. Y en línea con la política de malestar que promueven, algunos sectores ultramontanos de los obispos se han convertido en portavoces de los engaños de Vox y de sus patrañas.
La Agenda 2030 representa un deseo utópico de convivencia, respeto y justicia universal compartida para toda la humanidad, con todos los peros y críticas que queramos. Es eso lo que ataca de manera furibunda la extrema derecha asalvajada que trata de hacer del malestar y la destrucción, su horizonte político.