Cuando el mundo se descompone

Resulta muy difícil encontrar un momento de la historia reciente en el que se haya vivido el vértigo de un proceso de descomposición tan acelerada en países y en regiones enteras, en el que parezca que el mundo se haya vuelto loco al proponerse demoler los cimientos básicos de la convivencia que con tanto esfuerzo y sufrimiento hemos levantado, a duras penas, en los últimos siglos.

Convertir en presidente de todo un país a alguien, con pinta de enajenado, que empuña una motosierra y pregona a los cuatro vientos su desprecio infinito por el mismo Estado al que se propone demoler y que se supone preside, es la gran metáfora de los tiempos que vivimos. Cualquier barbaridad inimaginable parece actualmente posible entre quienes llegan a las más altas responsabilidades de la política en el mundo, convirtiendo las reglas básicas de eso que hemos llamado democracia en papel higiénico. Y lo que es peor, alimentando una ferocidad social que está removiendo los instintos colectivos más primarios. Y como con las malas digestiones, cuando se remueven las tripas de las personas, nada bueno sale de ahí, algo que ya hemos vivido en otros momentos con espanto.

Fue Antonio Gramsci quien habló del pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad, al referirse a la necesidad de cambiar la realidad con la acción, pero la verdad es que no sabemos bien por dónde empezar a desenmarañar este gigantesco galimatías contemporáneo en el que estamos metidos y que no comprendemos, por mucho que lo intentemos. Lo cierto es que, frente a un proyecto de convivencia más o menos democrático en el marco de un multilateralismo básicamente respetado en el que vivíamos, hemos pasado rápidamente a la reivindicación de autoritarismos salvajes que no se atienen más que al egoísmo particular de los gobernantes, como estamos viendo en cada vez más países.

¿Es la desintegración de la civilización occidental, tal y como la conocemos, el proyecto político de todos esos autócratas que emergen como setas por el mundo tras una sucesión de crisis globales de efectos transnacionales vividas desde la Gran Recesión?  Algunos de ellos así lo defienden con una claridad meridiana. De hecho, Steve Bannon, mano derecha de Donald Trump y estratega diabólico de la extrema derecha global al que rinden pleitesía desde Abascal en España, hasta Orbán en Hungría, afirmó con rotundidad recientemente en la Universidad de Nueva York que su proyecto político era similar al de Lenin, con el propósito último de acabar con el Estado.

Milei en Argentina se ha puesto manos a la obra y, cada vez que le preguntan, se muestra feliz de avanzar en su trabajo de destrucción de organismos públicos, despidos de decenas de miles de funcionarios y eliminación de programas sociales, médicos y educativos básicos, sin dejar de vociferar ese lema grotesco de “viva la libertad, carajo”, como única explicación. Algo muy distinto gritaba hace pocos días un anciano que intentó quemarse dentro del organismo sanitario que le había retirado su medicación contra el cáncer, mientras pedía perdón por haber votado a su verdugo.

Por su parte, Netanyahu avanza, desde Israel, con paso firme en sus planes siniestros de redibujar el mapa de Oriente Medio a golpe de barbarie, muerte y destrucción, continuando con el exterminio de una de las poblaciones más indefensas del planeta y bombardeando a su antojo a los países de la región para anexionarse territorios en su plan de expansión, sin que haya países, organismos, tribunales, tratados ni ordenamiento jurídico capaces de parar tanto salvajismo. Nunca antes los componentes de la Corte Penal Internacional que incoa la causa contra los jerarcas israelíes por genocidio contra el pueblo palestino que ha ordenado la detención de algunos de ellos han sido amenazado públicamente hasta por el propio presidente israelí.

Desde los Estados Unidos se van conociendo las personas que van a acompañar a Donald Trump en su segundo mandato, confirmando los peores temores sobre lo que se avecina. Elon Musk, el gran multimillonario tan ególatra como caprichoso, se ha convertido en una pieza clave del nuevo proyecto trumpista en el que una nueva oligarquía tecnológica va a diseñar a su medida una sociedad dominada por el poder del dinero, las altas tecnologías y un tecnofeudalismo capitalista. Pero el resto del equipo conocido no es menos inquietante, incorporando desde activos negacionistas contrarios a la ciencia hasta violentos defensores del racismo y la hegemonía blanca repletos de resentimiento.

Los anuncios avanzados por Trump para poner fin a la guerra en Ucrania contribuirán a dividir aún más Europa y profundizar en su vacío existencial, dejando claro que la UE ha sido el pagafantas de la operación militar montada por los Estados Unidos contra Rusia en la que Ucrania ha puesto las víctimas humanas y el territorio arrasado, Europa ha sufrido los efectos de las sucesivas crisis desencadenadas, dejando nuestras economías exhaustas, mientras los estadounidenses conseguían debilitar al ejército ruso, engordando su industria militar y vendiendo gas natural a unos países europeos a los que cortaron las vías de suministro.

Sin mencionar el autogolpe de Estado en Corea del Sur, el ascenso de los yihadistas en Siria, la prolongación de la decadencia en Francia mientras la recesión en Alemania se convierte en declive, el salvajismo extremo en Haití, la guerra en Yemen, el hambre en Sudán, el conflicto de Nagorno Karabaj y el mantenimiento del genocidio sobre los palestinos en Gaza y Cisjordania.

Me temo que la palabra geoestrategia se nos queda demasiado corta ante un mundo agrietado y en descomposición.

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