
Estos días, miles de jóvenes están pendientes de las calificaciones que obtendrán en sus Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU) para orientar su futuro académico y, con ello, encaminar una parte importante del que será su proyecto de vida. Estamos ante un momento crucial para muchos que va a marcar su cualificación académica y sus opciones profesionales futuras. Son chicos y chicas que tienen en común querer acceder a una formación universitaria para la que dedicarán importantes esfuerzos, si bien, la fortaleza de sus carreras académicas, la excelencia en sus expedientes así como el esfuerzo en los estudios universitarios elegidos van a ir marcando a unos y otros, al tiempo que añadirá diferencias entre las mujeres y los hombres, con toda la precaución que hay que tener cuando hablamos de cohortes y grupos sociales.
Ahora bien, se está produciendo una creciente divergencia entre numerosos chicos y chicas en estos momentos, al constatarse en numerosos países la aparición de un importante grupo de hombres jóvenes que están teniendo problemas para encontrarse en la sociedad actual. Son chicos cada vez más derechizados políticamente, con bajos rendimientos académicos cuando no abandonan sus estudios, metidos en sus redes sociales pero aislados socialmente, sin expectativas vitales claras, presentando importantes problemas para relacionarse con las chicas hacia las que alimentan importantes sentimientos de hostilidad y rechazo, al culparlas de buena parte de sus frustraciones.
Hablamos de hombres jóvenes con importantes pulsiones antidemocráticas cuando las libertades y opciones de las que disfrutan dependen, precisamente, del avance de los derechos democráticos alcanzados tras la muerte del dictador Francisco Franco; de personas en las que anida un negacionismo científico cuando viven en un mundo impulsado por el avance de la ciencia y el conocimiento académico; entregados a quienes quieren volar por los aires la convivencia y el estado del bienestar del que disfrutan ellos y sus familias; reivindicando una masculinidad tóxica que les lleva a exigir el mantenimiento de privilegios patriarcales y discriminaciones históricas frente a las chicas. No es casual que un 17% de los hombres jóvenes entre 18 y 35 años prefieran gobiernos autoritarios, siendo precisamente en este grupo en el que algunas fuerzas de ultraderecha y antisistema como Vox y SALF de Alvise Pérez tienen su mayor granero de votos. Representa la constatación de una profunda fractura social, emocional, política y vital en un grupo de chavales sobre el que se está apoyando el avance de la extrema derecha reaccionaria en países como el nuestro, pero que también en otros lugares.
Las redes sociales tóxicas y los proyectos políticos autoritarios crean una argamasa pegajosa pero muy eficaz para alimentar esta ideología entre los hombres jóvenes. La ultraderecha antisistema facilita mensajes simplistas que apelan a valores masculinos tradicionales y a la defensa de cosmovisiones históricas en las que la primacía del hombre sobre la mujer estaba fuera de toda duda. Por ello, reniegan del feminismo y de cualquier avance en materia de igualdad y reconocimiento hacia las mujeres, a las que consideran responsables de que se cuestione la primacía de los hombres a nivel económico, laboral, sexual, emocional y político.
Lo llamativo es que son estos chavales jóvenes los que se autoconvierten en una generación de incapaces sociales y emocionales. Mientras que las chicas canalizan en la juventud sus energías hacia sus amistades y relaciones, a su formación y cualificación profesional, los chicos, cuando ven frustradas sus expectativas relacionales con las chicas, se aíslan, se sumergen en las redes sociales o se abandonan al porno lo que hace que muchos de ellos sean cada vez más torpes, emocional y socialmente. Y ello, a su vez, genera una mayor disparidad entre chicas y chicos, ya que las primeras avanzan en su autonomía personal, su madurez emocional, su formación y su empleabilidad, mientras que muchos de estos chicos se vuelven cada vez más frustrados, enfadados con un mundo y con unas chicas que no entienden y de las que se desenganchan progresivamente.
Son jóvenes que viven el mundo a través de las redes sociales, que actúan como su cordón umbilical con una realidad parcial y segmentada que obtienen de ellas, especialmente a través de plataformas en las que la difusión de mensajes de odio circulan abiertamente, junto a contenidos violentos, racistas, xenófobos y antifeministas, cuestiones a los que estos chavales dedican muchas horas y en los que encuentran un refugio personal. Ya sean las aplicaciones de citas, servicios de mensajería instantánea, redes sociales o grupos de intereses específicos, se trata de espacios cómodos a los que acceden con facilidad, en muchos casos sin normas y donde dominan los bots, trols y cuentas falsas creadas precisamente para difundir odio, alimentar negacionismo y justificar violencias de todo tipo.
Cuando los chavales abandonan las relaciones personales y los espacios de ocio, incluso cuando dejan de comunicarse con su familia y centran su vida a través de las redes sociales alimentan su aislamiento y malestar, pero también el fracaso escolar, la violencia e incluso el suicidio, como ya detectan algunos estudios.
Las relaciones sociales, la formación especializada, la educación y la comunicación personal son fundamentales para romper la espiral de fracaso, frustración y resentimiento en el que muchos chicos jóvenes están atrapados.