
En los últimos días, se suceden las noticias que nos hablan de la destrucción que hemos emprendido y las graves amenazas que planean sobre el futuro. No me estoy refiriendo a la guerra en Ucrania, aunque pueda parecerlo, sino a otra contienda que la humanidad tiene abierta contra el planeta y la naturaleza, que está dañando de manera acelerada las condiciones que han hecho posible la vida de mujeres y hombres durante generaciones.
Es cierto que nos hemos acostumbrado a informaciones que nos hablan de estudios, investigaciones y sucesos inquietantes que demuestran hasta qué punto el impacto humano sobre el planeta está destruyendo y alterando las bases mismas de la vida y de la biosfera. Pero esta semana se han sucedido tantos testimonios de ello que ni siquiera hemos tenido tiempo de asimilarlos, inmersos como estamos en una guerra en Europa sobre la que sobrevuela el uso del arma nuclear. Sin embargo, los estudios que se han difundido estos días no pueden ser más pesimistas.
En línea con los peores escenarios que vienen trazando los prestigiosos estudios del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), la Organización Mundial de Meteorología ha alertado esta semana de que en el último año la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, responsables del cambio climático y al calentamiento global, ha alcanzado niveles mundiales sin precedentes. En este estudio se hace una llamada a reducir con urgencia las emisiones de dióxido de carbono para evitar fenómenos meteorológicos extremos como los que ya estamos sufriendo, y que pueden dañar el clima mundial durante miles de años.
En la misma línea, el departamento de Cambio Climático de las Naciones Unidas, tras analizar los planes climáticos de los 196 países que suscribieron el Acuerdo de París (COP21), en diciembre de 2015, ha certificado que el escaso compromiso con la reducción de los gases de efecto invernadero lleva al planeta a un catastrófico calentamiento global por encima de los 2,5 grados, anticipando así los peores escenarios climáticos, meteorológicos y ambientales, que dañarán las condiciones de vida e impulsarán riesgos y desequilibrios en la vida de las personas.
Al mismo tiempo, se ha hecho público el informe 2022 “The Lancet Countdown in Europe” sobre salud y cambio climático, que analiza de manera minuciosa el impacto que para la salud tienen los efectos de la crisis climática sobre los ciudadanos europeos. El estudio publicado por esta revista médica, una de las cuatro más prestigiosas del mundo, es concluyente al afirmar que la emergencia climática está impulsando una crisis humanitaria y sanitaria de la mano de efectos meteorológicos extremos, olas de calor persistentes, la disminución de la calidad del aire, las alteraciones en la cantidad de agua disponible y en su salubridad, la disminución en la producción de alimentos, alteraciones graves en la ecología y sobre las zonas naturales, además de la extensión de plagas y la destrucción de ecosistemas. Este informe señala que a medida que el planeta se calienta y el clima se altera en profundidad los riesgos son más frecuentes e impredecibles, provocando reacciones en cadena con impactos directos sobre la salud de las personas, impulsando hambrunas y mortalidades prematuras
Tres informaciones en una sola semana que demuestran, por sí solas, que la humanidad vive tiempos extraordinarios de una enorme singularidad en los que estamos alterando de manera muy grave nuestro futuro inmediato, con impactos y transformaciones que son ya visibles y sentidas por todos. Los riesgos, las amenazas y los daños de estas gigantescas transformaciones sobre el planeta generadas por nuestra civilización tienen que ser comprendidos por gobiernos y responsables políticos, quienes parecen empeñados en mantener una huida hacia adelante suicida, pero también por la sociedad. Y para ello, necesitamos abandonar el desencanto y el catastrofismo paralizante para recomponer el sentido de humanidad, comprendiendo la capacidad que tenemos para impulsar y exigir los cambios urgentes que nuestro planeta necesita.
No podemos resignarnos a una sociedad del desastre, en la que acumulemos crisis, catástrofes y calamidades de todo tipo como si fueran el signo inexorable de nuestros tiempos, sin ofrecer respuestas que detengan e inviertan tantos daños como vemos a nuestro alrededor.
Es cierto que nos toca adaptarnos a otro clima y aprender a manejar los nuevos escenarios que tenemos entre manos, pero también debemos crear nuevas relaciones sociales de cooperación y solidaridad, modificando hábitos de consumo y cambiando las dinámicas de producción y acumulación para que respondan a las necesidades reales de las personas.
Y ello requiere también impulsar cambios institucionales a todos los niveles y en todas las esferas, porque en todos ellos encontramos repercusiones importantes para la vida de las personas y el cuidado de nuestro maltratado planeta. Lo catastrófico no son los datos, sino nuestra actitud irresponsable que nos lleva a mantener decisiones y políticas que, como vemos, están poniendo en peligro la vida misma.
De lo que se trata es de que triunfe la esperanza frente al desencanto, la vida ante la catástrofe, el futuro en lugar de un presente repleto de barbaridades e injusticias contra las personas y el propio planeta.