La política del malestar

La pandemia nunca nos hizo mejores, como algunos pregonaban, pero fue un magnífico caldo de cultivo para comenzar a incubar teorías conspirativas y estrategias de malestar calculadas que, con el paso del tiempo, han ido calando en los sectores más desconcertados de la sociedad.

Efectivamente, como una gota malaya, de manera lenta pero continuada, mientras la sociedad sufría los efectos de una mortífera epidemia de COVID-19, comenzaron a difundirse cábalas cada vez más disparatadas y enloquecidas, sin importar las evidencias científicas ni respetar el sacrificio de tantos para salvar vidas y procurar que pudiéramos recuperar la tan ansiada normalidad.

Recordemos que desde el inicio, se divulgaron teorías de que el COVID-19 era un virus producido por los militares chinos para hacerse con el poder mundial exterminando a buena parte de la población, con su versión estadounidense que, básicamente, defendía lo mismo pero bajo el perverso cálculo del gobierno norteamericano, que si algo demostró por entonces fue su perversa inutilidad.

En la medida en que gobiernos de todo el mundo impusieron confinamientos, medidas de distanciamiento social y de precaución ante los contagios, fueron cambiando las especulaciones enfermizas, para defender con vehemencia que todo era producto de un complot global de diferentes poderes y magnates que habían decidido crear un nuevo orden mundial de características similares al estalinismo totalitario, a base de recortar nuestras libertades, controlar nuestras vidas y disminuir la población por medio de este virus. Se nos alarmaba de que se quería imponer una especie de nuevo comunismo globalista extraordinariamente represivo que, por medio de una pandemia, avanzaría en un proyecto eugenésico y de control en el que se llevaba décadas trabajando, siendo las mascarillas su mejor ejemplo, por lo que había que negarse a llevarlas.

A medida que los investigadores avanzaron en el conocimiento sobre el SARS-CoV-2 y comenzaron a diseñar vacunas que demostraron su efectividad, las profecías fueron cambiando y adaptándose a la nueva realidad, pero con un mayor nivel de estupidez. Un buen profeta no se desanima por sus fracasos sino que siempre tiene preparada una teoría alternativa, si cabe, más disparatada que la anterior, para mantener viva la fe en sus creyentes.

Las vacunas contra la COVID-19 no eran para avanzar en la inmunización de la población, defendían con ardor estos creadores de intranquilidad, sino para introducirnos un chip en la sangre, producido por Bill Gates, que permitiría el control total sobre nuestras vidas, dando así un paso gigantesco en el dominio social que ese nuevo totalitarismo estaba imponiendo en todo el mundo. De manera anónima, los paladines de estas teorías, esparcidas desde sectores ultraderechistas y neofascistas, con sus lideres personificados en Bolsonaro y Trump, alentaban a no vacunarse e incluso a beber lejía contra los posibles efectos del virus, dificultando también las campañas generalizadas de inmunización. Y como todo profeta tiene también sus apóstoles, en Europa y en España desde determinados sectores de la ultraderecha comenzaron a hacerse eco de algunas de estas disparatadas teorías.

Ahí están recogidas en la hemeroteca las declaraciones e incluso las movilizaciones defendidas por personajes como Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida en el barrio de Salamanca promovidas por los “cayetanos” contra las medidas sanitarias del Gobierno, e incluso las manifestaciones y acusaciones gravísimas impulsadas por los dirigentes de Vox culpando al gobierno “proetarra y venezolano” de promover el “exterminio” de la población y la “ruina” de los españoles. Todos estos supuestos patriotas nos querían salvar de las garras del complot promovido por este gobierno socialcomunista, sin dejar de poner palos en las ruedas de la recuperación, esparciendo el veneno de sus falsedades y alentando a la población a una especie de insubordinación ciudadana.

Pero nada de esto era cierto, muy al contrario. La vacunación generalizada y voluntaria de la población funcionó y España fue de los países que mejor lo hizo, como se reconoció mundialmente. Al mismo tiempo, las medidas económicas y de escudo social sirvieron y evitaron una catástrofe, impulsando una recuperación cuyos resultados inequívocos son reconocidos unánimemente, menos por los promotores de todas estas barbaridades conspirativas. Las restricciones y limitaciones se eliminaron hace tiempo y la COVID-19 se ha doblegado hasta convertirse en una enfermedad más con la que convivimos.

Pero los creadores de malestar nunca reconocieron sus barbaridades, y siguieron esparciendo sus venenosas falsedades, a cual más disparatada, para alimentar inquietud. Que si la Tierra es plana, que si nos rocían aviones desde las nubes para controlar la natalidad y modificar el clima, que si el cambio climático es mentira, que si el 5G es una estrategia de control mental, que si la Agenda 2030 es el gran proyecto socialcomunista para controlar el mundo. Y todo ello con sus variantes más recientes, como que este gobierno ha volado 235 presas, que en las oficinas de Correos se está preparando un gigantesco tongo o el que te vote Txapote.

Lo peor es que esta estrategia diabólica de generar malestar, promovida por la ultraderecha, vemos ahora que ha calado en muchos incautos, de la mano de no pocos políticos sin escrúpulos, ansiosos por recoger sus frutos. Pero dañar la cohesión social y emponzoñar la convivencia, siempre acaba teniendo un coste que puede volverse en el futuro contra quienes han alimentado tanto delirio.

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