Cuando llevamos dos semanas de confinamiento, a estas alturas lo único que sabemos es que la situación que vivimos es muchísimo más dura, trágica y dolorosa de lo que se nos dijo. No estábamos preparados para este colapso y para tanto sufrimiento como vemos, hasta el punto que, ni siquiera nos atrevemos a imaginarlo en toda su dimensión. Sabemos que es hora de aguantar, de resistir, de estar en casa, de hacer lo mejor que podamos desde nuestras responsabilidades, con los nuestros, con la mucha gente que sigue trabajando para que nuestras vidas continúen, especialmente los maltratados trabajadores sanitarios.
Si hay una palabra que en estos momentos cobra todo su sentido es la empatía, más necesaria que nunca. La misma empatía que falta en tantos políticos que vivenajenos a este gigantesco drama para repetir sus envenenados mensajes tóxicos, que juegan al oportunismo propagandístico utilizando la mentira y el desprecio, que quienesdesde el minuto uno, han tratado de sacar tajada como sea, sin reparar en la angustia de tantos, de espaldas al llanto de quienes tienen familiares contagiados o han perdido a una persona querida. No es, únicamente, el sistema sanitario el que no estaba preparado para esta gigantesca pandemia; tampoco lo estaban nuestros políticos, dentro y fuera de España, como no dejan de demostrar cada día que pasa.
Estos días me ha venido a la mente uno de los episodios más heroicos de las últimas décadas, protagonizado por quienes fueron llamados “los liquidadores”, miles de hombres que arriesgaron y dieron su vida por contener el escape radioactivo tras la explosión de la central nuclear de Chernóbil. Sin apenas protección, con unos simples mandiles de plomo de un peso difícil de soportar, se acercaban a las paredes derruidas del núcleo del reactor para echar paladas de grafito o quitar con sus propias manos trozos aún calientes de escombros con plutonio altamente radioactivo para evitar que siguieran contaminando la atmósfera y detener, de esta forma, una posible explosión nuclear. La lucha contra la invisible radioactividad de estos héroes anónimos pudo evitar una tragedia de mayores dimensiones, a la vez que contuvo las emisiones atómicas a la atmósfera, y con ello, a todo el mundo. Pero a costa de la muerte de cientos de ellos y enfermedades de por vida para otros miles.
La humanidad no ha rendido tributo a estas personas, como tampoco ahora es capaz de valorar la importancia de “los liquidadores hospitalarios”, personal médico sin apenas protección que tiene que trabajar para contener la epidemia y atender a los enfermos que desbordan los hospitales y las unidades de cuidados intensivos.
Al igual que en Chernóbil todos aquellos liquidadores lucharon contra el enemigo invisible de la radioactividad, estos héroes de ahora luchan contra el enemigo invisible del coronavirus, arriesgando su salud e incluso su vida y la de los suyos. Pero mucho me temo que la sociedad y los políticos son flacos de memoria y cuando el virus se estabilice, nuestros profesionales sanitarios volverán a estar preocupados por la renovación de sus contratos, por su falta de medios y sus bajos sueldos, por las agresiones que sufren, mientras muchos de los políticos a los que hoy están atendiendo volverán a recortar gastos sanitarios, presupuestos públicos y a privatizar servicios para dárselos a sus amigos. Es lo que esta misma semana defendía con obscena soberbia Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz del PP en el Congreso de los Diputados.
Pero tampoco debemos olvidar a otros muchos trabajadores y funcionarios que hacen posible que nuestra vida, aunque sea bajo mínimos, continúe siendo posible, demostrando lo importante que es la dimensión colectiva de nuestra sociedad, frente aquienes siguen apelando de manera enfermiza al individualismo egoísta.
Naturalmente que es fundamental nuestra empatía con todos los profesionales que están luchando y trabajando día a día contra esta pandemia, y también con quienes hacen posible que nuestra vida continúe desde nuestras casas. Pero mucho más necesario será convertir toda esa energía emocional en energía política para impulsar los profundos cambios y transformaciones que serán necesarios cuando remita esta pesadilla. Porque, aunque no somos capaces ahora mismo de percibirlo, sabemos que estamos viviendo mutaciones de un enorme calado que harán que nada sea igual cuando todo esto acabe.
¿Creemos que no va a tener consecuencias la pasividad y el desdén, una vez más, de la Unión Europea ante el gigantesco drama que atravesamos? ¿Pensamos que la encarnizada lucha por acaparar medios de protección sanitaria que países como Alemania o Francia han hecho a costa de dejar desprotegidas a sociedades como la italiana o la española no va a pasar factura? ¿Consideramos que tener que recurrir a la ayuda de China, Rusia o Cuba no va a hacer bascular los equilibrios geoestratégicos en el mundo? Por poner algunos ejemplos.
Cada tragedia tiene su catarsis, y aunque ahora nos ahogan las dudas, acumulando más interrogantes que respuestas, tendremos que prepararnos para la sociedad pospandemia que vendrá.
La sociedad post pandemia será la que nosotros, con nuestras experiencias y con nuestra memoria, propicie mostrar, nada será lo mismo, es difícil olvidar quienes hemos sido y estamos obligados a pensar que queremos ser en un futuro próximo, tanto como individuos pero mucho más como sociedad, ese será nuestro próximo reto
Muy acertado! Comparto tus reflexiones, gracias!