Cumbre del desarrollo entre el maldesarrollo

Estos días ha tenido lugar en Sevilla la llamada Cuarta Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo, organizada por las Naciones Unidas, en continuidad con las conferencias anteriores, la última de las cuales tuvo lugar hace diez años en Adís Abeba, Etiopía. Esta tercera conferencia tuvo como propósito fundamental preparar los mecanismos de financiación para la futura Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, que sería aprobada en septiembre de 2015 con la finalidad de establecer una hoja de ruta de quince años para acabar con el hambre en el mundo, reducir la pobreza y acortar la desigualdad, al tiempo que se proponía proteger el medio ambiente y luchar contra el cambio climático para invertir sus efectos. Estos propósitos han fracasado, en medio de un escenario global con cifras récord de conflictos, personas refugiadas, migrantes forzosos, pobreza y desigualdad, al tiempo que el calentamiento global está disparado y sus compromisos parecen abandonados.

La Conferencia de Financiación para el Desarrollo de Sevilla es, sin duda, la cumbre más difícil y compleja de todas las que han tenido lugar, no solo porque acumula todos los fracasos e incumplimientos de los compromisos asumidos en cumbres anteriores, sino porque se celebra en el peor entorno global posible. Nunca antes se había llevado a cabo una cumbre semejante en medio de un escenario internacional tan desalentador, cuando se produce un serio cuestionamiento del multilateralismo y de los acuerdos internacionales por la vía del diálogo, mientras Estados Unidos está atacando a fondo a las Naciones Unidas y a otras muchas agencias de desarrollo hasta llegar a cuestionar su supervivencia, en plena escalada bélica que está llevando a comprometer importantísimas partidas presupuestarias para gastos militares que dañan otras prioridades sociales y compromisos internacionales. Todo ello con un ascenso de las guerras y su rastro de muerte, destrucción y refugiados, tras el cierre de la Agencia de Desarrollo de los Estados Unidos junto a un retroceso importante en compromisos de ayuda y cooperación al desarrollo, cuando avanzan gobiernos autoritarios por todo el mundo que rechazan compromisos internacionales de todo tipo y alimentan negacionismos y conspiraciones globales, al tiempo que todos los acuerdos jurídicamente vinculantes en materia de cambio climático están siendo incumplidos y los datos sobre el calentamiento global que difunden las agencias científicas son muy pesimistas.

Por si todo ello fuera poco, desde centros de investigación y las propias Naciones Unidas se asume el fracaso de los cacareados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que en el mejor de los casos solo permitirán dar respuesta al 15% de sus 169 metas establecidas para el año 2030, al haber sido muy escasas en escala y calidad. Hasta el punto de que ya se está trabajando en una nueva hoja de ruta que se volvería a denominar “Agenda 2050”, como si bastara con alargar los plazos para seguir sin entender los procesos que extienden en la humanidad un maldesarrollo agravado por la gigantesca desigualdad ecosocial, alimentada a su vez por el uso intensivo de combustibles fósiles que nos alejan de los desafíos climáticos y las necesidades sociales más acuciantes.

Es cierto que muchas de estas cumbres se han convertido en puro espectáculo que alimentan noticias y reportajes en medios de comunicación, pero con pocos compromisos tangibles y efectivos. Todavía se recuerda en una de estas grandes conferencias, cuando el cantante de U2, Bono, exigió al presidente Bush elevar la ayuda al desarrollo de este país en un 50% si quería que posara con él ante los medios de comunicación, compromiso que posteriormente los Estados Unidos nunca ejecutaron.

Sin embargo, estas grandes conferencias mundiales tienen sentido para avanzar por la línea del diálogo y el compromiso sobre desafíos compartidos fundamentales para la humanidad. Porque el mundo solo prosperará a través del acuerdo y la cooperación, no mediante la coacción y la guerra, como ahora se empeñan algunos en defender. Por ello es imprescindible seguir creyendo en el papel de instituciones internacionales que apuesten por la paz mundial y un desarrollo compartido en el mundo, como puedan representar las Naciones Unidas que, como muy bien señaló uno de sus mejores secretarios generales, Dag Hammarskjöld, “no nació para llevarnos al cielo sino para alejarnos del infierno.”

Al mismo tiempo, es muy importante que se analicen todas las vías para impulsar el desarrollo mundial y la lucha contra la pobreza mediante algunos mecanismos novedosos y otros que podrían dedicar importantes cantidades de activos de reserva para mejorar el bienestar global, como el control de los flujos financieros ilícitos, los Derechos Especiales de Giro en poder del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, un sistema tributario sobre las inversiones altamente especulativas y una mayor contribución de las grandes fortunas en inversión pública mundial como el cambio climático, la salud global y la lucha contra la pobreza y el hambre.

Es evidente que la ayuda al desarrollo, por sí sola, no es suficiente, pero además, la profunda reorientación que está sufriendo al servicio de intereses geoestratégicos de los donantes, el retroceso importante que protagonizan algunos países o, en el mejor de los casos, su mantenimiento en niveles bajos, como sucede con España, no plantea un horizonte optimista.

Ya que España se comprometió a realizar esta Cumbre de Financiación para el Desarrollo en Sevilla, podía haberse comprometido a elevar su exigua ayuda que no remonta el 0,25% de nuestra Renta Nacional Bruta, unos volúmenes similares a los de hace veinte años. El ejemplo es también un buen instrumento y un compromiso moral.

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