Intentar conocer mejor la vida que late en las ciudades es un ejercicio nada sencillo. Sus gentes, sus calles, sus edificios, son testimonios vivos en cada ciudad de su vitalidad o de su decrepitud. Pero para comprenderlos, debemos acercarnos a ellos con humildad, sin prisa, con una mirada abierta y carente de prejuicios si queremos entender procesos con frecuencia nada sencillos que aparecen ante nosotros y que habitualmente nos pasan desapercibidos. Es lo que he llamado “semántica social”, contenida en muchos detalles existentes en cada ciudad, sobre los que no prestamos la suficiente atención. Hasta el punto que podemos tratar de comprender mejor nuestras ciudades a través de múltiples detalles que existen en ellas, y que contemplamos cada día con monótona rutina. Ya lo mostré en mi post, “El lenguaje secreto de los porteros automáticos”, y a la vista de las peticiones que he tenido para que muestre otros trabajos, me he decidido a hacer este nuevo.
Hace tiempo que elegí varios de esos detalles, presentes en todas las ciudades, para captar la vida que transcurría a su alrededor, capturando su alma, su personalidad. Son detalles sin duda fragmentarios, retazos limitados de un universo inabarcable, pero detalles que hablan, que gritan, que comunican muchas cosas, ayudando a comprender mejor el entorno y las personas donde se ubican. Solo necesitamos una mirada curiosa, traviesa, inquieta para ver más allá de lo que miramos.
Y uno de esos objetos estáticos presentes en todas las calles de todas nuestras ciudades y pueblos, por pequeños que éstos sean, son las farolas. Las farolas iluminan nuestras calles por las noches y permiten que la vida transcurra cuando la luz se ha ido y el Sol se ha ocultado. Están ahí, silenciosas, repetidas, presentes en todos los lugares, a pesar de que no nos fijamos en ellas, con su rutina de encendidos y apagados diarios. Pero de la misma forma que no todas las farolas son iguales, el mundo que hay alrededor de ellas tampoco lo es.
Mi reto ha sido tratar de retratar el alma de las ciudades a partir de un objeto aparentemente anodino, rutinario, carente de atractivo como son las farolas. Y para ello he retratado farolas en mi ciudad, en otras muchas ciudades de España y del mundo que he visitado. Pero pronto comprendí que fotografiar una farola no es lo mismo que retratar la vida que transcurre a su alrededor, porque para ello había que recorrer las ciudades, patearlas, conocerlas mejor, y también a sus gentes y a su vida. Y para ello, necesitas tiempo, empatía, y también suerte, algo que no siempre se da. Sin embargo, a lo largo de los años en que vengo trabajando en esta serie de imágenes, he aprendido que hasta los objetos más rutinarios de nuestras ciudades están acompañados de retazos de nuestra vida. Solo hay que saber mirar con el corazón, con ese corazón que todos tenemos en nuestros ojos. La dificultad ha sido seleccionar una pequeña muestra de entre las cientos de imágenes acumuladas.
Todas las fotos: Carlos Gómez Gil
Fotografías hechas en Madrid, Alicante, Valencia, Palma de Mallorca, Planes (Alicante), Berlín, Oslo, Bergen, Stavanger, Estocolmo, Copenhague, Bogotá, Medellín y Panamá.
Magnífico trabajo, Carlos, como siempre!!
Poder pensar, reflexionar, analizar y sentir a través de tu mirada es una suerte
Gracias por compartirla!
Gracias a ti!
Has vivido casi todas…! :))
Enhorabuena Carlos! Detrás de cada imagen puede verse una intención, una mirada personal y el conjunto es homogéneo e invita a la reflexión. Felicita a tus musas y de paso pregúntales por las mías, que me abandonaron hace ya……..
Un fuerte abrazo
Me encanta tu trabajo, y lo he encontrado por casualidad, porque a mi también me mueve el interés de fotografiar las farolas de aquellas ciudades o pueblos que visito, no se bien lo que eso significa pensé que solo era curiosidad pero yo se que en el fondo tiene algún sentido. Tu lo has expresado muy bien.
Pues muchas gracias, Carmen. La verdad es que mi colección de fotos de farolas del mundo crece, pero me alegra mucho compartir aficiones y miradas. Un besote