El proyecto europeo, en juego

Tras la Segunda Guerra Mundial, el proyecto europeo ha sido clave para la paz, estabilidad y prosperidad en Europa, hasta el punto de que la incorporación por la que tantos países han peleado representaba el paso a la madurez democrática y un avance en su bienestar. Pero a medida que el número de países miembros de la UE ha ido aumentando y la complejidad de los desafíos internacionales se ha multiplicado, la erosión del acuerdo geopolítico más importante y sofisticado en el mundo se ha hecho cada vez más evidente, avanzando como una lenta y pesada maquinaria en decadencia que es incapaz de alcanzar y dar respuesta al cúmulo de retos que tiene a su alrededor, cada vez más complejos.

Naturalmente que las próximas elecciones al Parlamento Europeo del 9-J van a ser clave en la manera en que se van a abordar algunos de estos problemas trascendentales, y no son pocos. Cuestiones como la emergencia climática y el paso hacia las energías verdes, el avance de la economía digital y la inteligencia artificial, la estabilidad económica y el cambio de paradigmas productivos, la respuesta a las migraciones forzosas y a los refugiados, la solución a la guerra en Ucrania y la relación con Rusia, la adopción de una política exterior y de defensa común fuera del vasallaje a los Estados Unidos, la relación con China y las potencias emergentes, la degradación medioambiental y la protección del patrimonio natural, la solución a la guerra en Palestina y el diálogo con los países de Oriente Medio, la consolidación de las conquistas sociales y la reducción de las crecientes desigualdades, el avance hacia fiscalidades más justas con la eliminación de “dumping” fiscales, hacer frente a la crisis de vivienda y a los problemas de la turistificación descontrolada y la garantía de derechos y libertades de ciudadanía son algunos de los muchos dilemas que la UE tiene entre manos y cuya respuesta marcará el futuro de países y ciudadanos.

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Repensar nuestro turismo

A lo largo de todo el mundo, y también en España, se extiende un clamor a favor de repensar a fondo el modelo turístico de masas. Importantes ciudades turísticas están poniendo freno a la expansión de alquileres turísticos, como ha hecho Nueva York, limitando la apertura de nuevos hoteles para priorizar la calidad de vida de los habitantes en lugar de las ganancias privadas a corto plazo, como ha llevado a cabo Ámsterdam, o incluso aprobando una tasa a cada visitante que permanezca un solo día en su ciudad, como acaba de hacer Venecia.

Pero también en España crece por momentos una ola de malestar y descontento hacia un turismo masificado y descontrolado por el que están apostando numerosas ciudades y comunidades al erosionar la convivencia en los municipios, expulsando a sus vecinos al convertir las viviendas en productos turísticos especulativos, destruyendo el comercio tradicional, dañando lugares queridos y barrios tradicionales, mientras se pone en peligro la sostenibilidad y se destruyen los espacios vitales para vivir.

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