Respuestas a los tiempos sombríos

En pocos momentos de la historia reciente ha existido un desánimo generalizado ante un tiempo tan sombrío que vivimos. Y es que avanzamos sobre una gigantesca descomposición global que, como si camináramos sobre el hielo, vemos como el mundo se resquebraja bajo nuestros pies, proyectando tiempos de incertidumbre y malestar. Pero ni acertamos a comprender bien por qué hemos llegado a esta situación, ni mucho menos sabemos cuáles son las respuestas para salir de este período tan desalentador al que no vemos salida. Necesitamos perspectiva histórica y capacidad de reflexión serena para entender las causas del proceso de degradación social y política que atravesamos, pero también serenidad para articular soluciones, especialmente por quienes tienen esta responsabilidad.

Desde que el neoliberalismo avanzó sin freno en la década de los años setenta se ha pasado de un capitalismo industrial a un capitalismo financiero y ahora al capitalismo digital, transformando el mundo y generando importantes daños en la sociedad y el planeta. Desde entonces, las crisis económicas no han parado de sucederse, alcanzando su explosión en esta etapa reciente de policrisis. Algunas de ellas afectan a la seguridad y estabilidad mundial, como las amenazas militares, nucleares, climáticas, de desigualdad, digitales y políticas.

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Sobrevivir en tiempos sombríos

Sabíamos que la vida no era una aventura sencilla, ni mucho menos, pero últimamente tenemos una extraña sensación. Encadenamos un día tras otro con el vértigo de comprobar que todos los puntos cardinales que delimitaban el mundo han desaparecido, como si ese mínimo común denominador que hacían posible la vida, la decencia, el respeto, la tolerancia y nuestra preocupación hacia los demás se hubiera desintegrado, habiendo sido sustituidos por la violencia, la inmoralidad, el odio, la infamia y el deseo de atropellar, humillar y eliminar a los que son distintos.

Miremos donde miremos, la arrogancia, un desacomplejado autoritarismo y el odio parecen imponerse, arrinconándonos a todos aquellos que no queremos aceptar este lenguaje. Y es que avanzamos sobre una gigantesca descomposición global que, como si camináramos sobre el hielo, se resquebraja bajo nuestros pies, proyectando tiempos muy sombríos. El mundo y las miradas para interpretarlo están cambiando de manera vertiginosa, pasando a convivir con el riesgo y la barbarie, la violencia y la ruptura de normas básicas que, como sucede con el derecho internacional y la diplomacia, se han convertido en chatarra.

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Chicos resentidos

Estos días, miles de jóvenes están pendientes de las calificaciones que obtendrán en sus Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU) para orientar su futuro académico y, con ello, encaminar una parte importante del que será su proyecto de vida. Estamos ante un momento crucial para muchos que va a marcar su cualificación académica y sus opciones profesionales futuras. Son chicos y chicas que tienen en común querer acceder a una formación universitaria para la que dedicarán importantes esfuerzos, si bien, la fortaleza de sus carreras académicas, la excelencia en sus expedientes así como el esfuerzo en los estudios universitarios elegidos van a ir marcando a unos y otros, al tiempo que añadirá diferencias entre las mujeres y los hombres, con toda la precaución que hay que tener cuando hablamos de cohortes y grupos sociales.

Ahora bien, se está produciendo una creciente divergencia entre numerosos chicos y chicas en estos momentos, al constatarse en numerosos países la aparición de un importante grupo de hombres jóvenes que están teniendo problemas para encontrarse en la sociedad actual. Son chicos cada vez más derechizados políticamente, con bajos rendimientos académicos cuando no abandonan sus estudios, metidos en sus redes sociales pero aislados socialmente, sin expectativas vitales claras, presentando importantes problemas para relacionarse con las chicas hacia las que alimentan importantes sentimientos de hostilidad y rechazo, al culparlas de buena parte de sus frustraciones.

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Dato, relato y maldad

Los datos y el relato que la extrema derecha pregona machaconamente con entusiasmo en España, defendiendo como ejemplos de su ansiada gestión a gobiernos autoritarios y bárbaros como los de Trump en Estados Unidos o Miley en Argentina, tienen altas dosis de maldad al ocultar las barbaridades que estos gobernantes impulsan y que estos líderes hispanos apoyan sin miramientos.

Son tantas las ocasiones en que la extrema derecha de Vox y la derecha extrema del PP acusan a Pedro Sánchez y a su ejecutivo de tantos disparates que sus adjetivos han acabado por vaciarse de significado. Porque si quieren encontrar ejemplos de gobiernos a los que poder dirigir sus dardos envenenados repletos de maldad solo tienen que mirar a sus amigos del gobierno estadounidense de Donald Trump donde encontrarán muchas de las acusaciones que hacen a este ejecutivo y a sus socios.

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Tras los aranceles

En medio de uno de los momentos de mayor inestabilidad en la historia reciente, sometidos a los desvaríos de un atribulado personaje tan narcisista como insolente, bajo el vaivén de sus caprichos y despropósitos, se ha abierto un debate sobre el objetivo de la gigantesca crisis abierta con la guerra arancelaria que ha impulsado estos días el presidente estadounidense, Donald Trump, destrozando el sistema de comercio mundial y las bases de las relaciones internacionales construidas tras la Segunda Guerra Mundial.

A estas alturas, nadie duda de que sus declaraciones y decisiones están al margen de cualquier racionalidad y de espaldas a los principios básicos de la ciencia económica, tirando por tierra las enseñanzas de la historia al desbaratar los fundamentos de las relaciones internacionales y de las reglas multilaterales que ni conoce ni respeta. Hacer política a golpe de exabruptos y amenazas, con declaraciones tan disparatadas como falsas contra todos los países del mundo, a los que considera súbditos que tienen que rendirse a sus caprichos, solo puede dislocar un orden internacional extraordinariamente complejo, trasladando desconfianza e inestabilidad al sistema económico y financiero, como está sucediendo.

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Aranceles provocadores

Es difícil seguir el hilo conductor de lo que está sucediendo en Estados Unidos desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en su segundo mandato. Se cuentan por centenares los decretos y órdenes presidenciales firmados desde el despacho oval y en otros lugares tan extravagantes como el Air Force One, siempre bajo la atención de los medios y decenas de comunicadores que los difunden de inmediato por las redes sociales. Seguramente ese es uno de los objetivos fundamentales de este espectáculo, acaparar la atención mundial, como cuando el matón del colegio amenaza en el recreo y en voz alta a sus víctimas, para que todos sepan lo fuerte que es y le tengan miedo.

De lo que no hay duda es que desde el minuto cero, el nuevo presidente ha colocado la guerra arancelaria como una de las armas preferidas de su provocadora política exterior hacia vecinos, rivales, aliados y socios. No en vano, en ese torbellino de disparates que fue su discurso de toma de posesión, declaró de manera precisa: “Comenzaré inmediatamente la revisión de nuestro sistema comercial para proteger a los trabajadores y las familias estadounidenses. En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, habrá aranceles y gravámenes para los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”.

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La era de la impostura

En la magnífica película de Nicholas Ray “Johnny Guitar”, el protagonista, encarnado por Sterling Hayden, pide a Vienna, su amor, interpretada magistralmente por Joan Crawford en una escena que ha pasado a la historia del cine, que le mienta y le diga que le quiere. Vienna afirma que le quiere y continúa repitiendo todas las frases mentirosas que pronuncia Johnny. Cinismo y amargura, engaño consentido. De la misma forma, cada vez con más frecuencia escuchamos lo que queremos oír sin detenernos en saber si es cierto ni aceptar que nadie pueda defender algo que nos saque de nuestras convicciones, aunque sean falsedades descomunales.

Y es que la mentira, el bulo, la impostura cotizan al alza en esta era de odios, negacionismos y conspiraciones que, con el nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, se están convirtiendo en la argamasa de su gobierno. Lo pudimos comprobar en ese mitin surrealista que dio tras su toma de posesión, jaleado allí por los asistentes y por los seguidores que se reunieron en el estadio Capital One Arena, de Washington. En un discurso habitualmente tan solemne como histórico, medios como la CNN encontraron más de veinte afirmaciones falsas, junto a innumerables amenazas, desplantes, descalificaciones e insultos. Pero para Trump forman parte del andamiaje sobre el que se sustentan sus políticas, las señas de identidad de esa extrema derecha global que encuentra, en el primer presidente condenado por 34 delitos graves, su líder patriarcal.

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Desconcertados ante un mundo que se agrieta

El instinto humano de supervivencia nos ha llevado a vivir, con aparente normalidad, aquellos períodos previos a los acontecimientos más importantes que han marcado nuestra historia reciente. Algo parecido sucede en estos momentos, en coincidencia con el comienzo de un año que representa, a todas luces, el inicio de una situación histórica nueva de la mano del avance de un gigantesco desorden global, en coincidencia con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en un segundo mandato del que estamos teniendo algunas pinceladas inquietantes en estos días.

Es cierto que las bases de este formidable desbarajuste se han desplegado en los últimos años en una secuencia de acontecimientos inquietantes que han facilitado que tres cuartas partes de la población mundial viva bajo regímenes autoritarios, con un avance de un autoritarismo neoimperialista que Trump y su entorno encarnan a la perfección, habiendo tomado forma de distintas maneras en numerosos países y acontecimientos. La invasión de Ucrania por Rusia y la posterior guerra desencadenada desde febrero de 2021, convertida en una auténtica carnicería a nuestras puertas, el ascenso del militarismo y la multiplicación de conflictos, la pasividad ante un cambio climático destructivo, el genocidio palestino por Israel junto al desmoronamiento del precario orden multilateral y el profundo cuestionamiento del papel de las Naciones Unidas son algunos de estos ingredientes que han hecho del mundo un lugar mucho más inestable e inseguro.

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Cuando el mundo se descompone

Resulta muy difícil encontrar un momento de la historia reciente en el que se haya vivido el vértigo de un proceso de descomposición tan acelerada en países y en regiones enteras, en el que parezca que el mundo se haya vuelto loco al proponerse demoler los cimientos básicos de la convivencia que con tanto esfuerzo y sufrimiento hemos levantado, a duras penas, en los últimos siglos.

Convertir en presidente de todo un país a alguien, con pinta de enajenado, que empuña una motosierra y pregona a los cuatro vientos su desprecio infinito por el mismo Estado al que se propone demoler y que se supone preside, es la gran metáfora de los tiempos que vivimos. Cualquier barbaridad inimaginable parece actualmente posible entre quienes llegan a las más altas responsabilidades de la política en el mundo, convirtiendo las reglas básicas de eso que hemos llamado democracia en papel higiénico. Y lo que es peor, alimentando una ferocidad social que está removiendo los instintos colectivos más primarios. Y como con las malas digestiones, cuando se remueven las tripas de las personas, nada bueno sale de ahí, algo que ya hemos vivido en otros momentos con espanto.

Fue Antonio Gramsci quien habló del pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad, al referirse a la necesidad de cambiar la realidad con la acción, pero la verdad es que no sabemos bien por dónde empezar a desenmarañar este gigantesco galimatías contemporáneo en el que estamos metidos y que no comprendemos, por mucho que lo intentemos. Lo cierto es que, frente a un proyecto de convivencia más o menos democrático en el marco de un multilateralismo básicamente respetado en el que vivíamos, hemos pasado rápidamente a la reivindicación de autoritarismos salvajes que no se atienen más que al egoísmo particular de los gobernantes, como estamos viendo en cada vez más países.

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De crisis climática a policrisis

Las palabras son importantes porque nos ayudan a comprender lo que queremos comunicar, nos relacionan con el mundo y permiten que transmitamos ideas y conceptos. Nuestras palabras delimitan significados y también establecen el terreno de juego de nuestras acciones, hasta el punto de que, como afirmaba el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

A menudo, pudiera parecer que investigadores, científicos y académicos se enzarzan en debates insustanciales para poner nombre a fenómenos cuya denominación resulta aparentemente trivial. Sin embargo, con ello tratan de comprender mejor el impacto de sucesos trascendentales en nuestras vidas, pudiendo hacer un correcto diagnóstico y aportar soluciones de futuro.

Es lo que ocurre con el cambio climático, generado por alteraciones a largo plazo en las temperaturas y el clima que pueden ser debidas a factores naturales, como grandes erupciones volcánicas, o de carácter antropogénico causadas por actividades humanas, fundamentalmente por el uso de combustibles fósiles y la emisión a la atmósfera de enormes cantidades de gases de efecto invernadero que modifican las dinámicas atmosféricas, al atrapar el calor del sol y elevar las temperaturas, alterando así los patrones climáticos en todo el planeta.

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