
Son numerosos los problemas que requieren intervenciones urgentes en nuestras ciudades. La lista es amplia, aunque su contenido varía en función de los intereses de unos y otros. Pero con el tiempo, ha avanzado una manera de actuar sobre nuestras urbes que se denomina arquitectura hostil, entendida como intervenciones en los espacios públicos mediante modificaciones encaminadas a desalentar su utilización por determinados colectivos, particularmente desfavorecidos y sin hogar.
Naturalmente que el urbanismo, al tener que ordenar, elegir y jerarquizar sobre la ciudad, determina elementos que pueden ser contrapuestos entre sí, como sucede cuando se opta por el vehículo privado frente al peatón o al espacio público frente al privado.
La arquitectura hostil interviene a modo de técnicas deliberadas sobre las calles, el mobiliario y los edificios para impedir que las personas puedan ocupar lugares públicos, evitando así que puedan juntarse en determinados espacios, para favorecer la individualidad frente a la sociabilidad, e incluso el consumo sobre el disfrute. De esta manera, cada vez más lugares están al servicio de actividades económicas privadas que condicionan hasta el libre tránsito por ellas, como sucede en algunas calles y vías públicas inundadas de terrazas de bares y restaurantes.
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