
El instinto humano de supervivencia nos ha llevado a vivir, con aparente normalidad, aquellos períodos previos a los acontecimientos más importantes que han marcado nuestra historia reciente. Algo parecido sucede en estos momentos, en coincidencia con el comienzo de un año que representa, a todas luces, el inicio de una situación histórica nueva de la mano del avance de un gigantesco desorden global, en coincidencia con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en un segundo mandato del que estamos teniendo algunas pinceladas inquietantes en estos días.
Es cierto que las bases de este formidable desbarajuste se han desplegado en los últimos años en una secuencia de acontecimientos inquietantes que han facilitado que tres cuartas partes de la población mundial viva bajo regímenes autoritarios, con un avance de un autoritarismo neoimperialista que Trump y su entorno encarnan a la perfección, habiendo tomado forma de distintas maneras en numerosos países y acontecimientos. La invasión de Ucrania por Rusia y la posterior guerra desencadenada desde febrero de 2021, convertida en una auténtica carnicería a nuestras puertas, el ascenso del militarismo y la multiplicación de conflictos, la pasividad ante un cambio climático destructivo, el genocidio palestino por Israel junto al desmoronamiento del precario orden multilateral y el profundo cuestionamiento del papel de las Naciones Unidas son algunos de estos ingredientes que han hecho del mundo un lugar mucho más inestable e inseguro.
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