
Sabíamos que la vida no era una aventura sencilla, ni mucho menos, pero últimamente tenemos una extraña sensación. Encadenamos un día tras otro con el vértigo de comprobar que todos los puntos cardinales que delimitaban el mundo han desaparecido, como si ese mínimo común denominador que hacían posible la vida, la decencia, el respeto, la tolerancia y nuestra preocupación hacia los demás se hubiera desintegrado, habiendo sido sustituidos por la violencia, la inmoralidad, el odio, la infamia y el deseo de atropellar, humillar y eliminar a los que son distintos.
Miremos donde miremos, la arrogancia, un desacomplejado autoritarismo y el odio parecen imponerse, arrinconándonos a todos aquellos que no queremos aceptar este lenguaje. Y es que avanzamos sobre una gigantesca descomposición global que, como si camináramos sobre el hielo, se resquebraja bajo nuestros pies, proyectando tiempos muy sombríos. El mundo y las miradas para interpretarlo están cambiando de manera vertiginosa, pasando a convivir con el riesgo y la barbarie, la violencia y la ruptura de normas básicas que, como sucede con el derecho internacional y la diplomacia, se han convertido en chatarra.
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