Aranceles provocadores

Es difícil seguir el hilo conductor de lo que está sucediendo en Estados Unidos desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en su segundo mandato. Se cuentan por centenares los decretos y órdenes presidenciales firmados desde el despacho oval y en otros lugares tan extravagantes como el Air Force One, siempre bajo la atención de los medios y decenas de comunicadores que los difunden de inmediato por las redes sociales. Seguramente ese es uno de los objetivos fundamentales de este espectáculo, acaparar la atención mundial, como cuando el matón del colegio amenaza en el recreo y en voz alta a sus víctimas, para que todos sepan lo fuerte que es y le tengan miedo.

De lo que no hay duda es que desde el minuto cero, el nuevo presidente ha colocado la guerra arancelaria como una de las armas preferidas de su provocadora política exterior hacia vecinos, rivales, aliados y socios. No en vano, en ese torbellino de disparates que fue su discurso de toma de posesión, declaró de manera precisa: “Comenzaré inmediatamente la revisión de nuestro sistema comercial para proteger a los trabajadores y las familias estadounidenses. En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, habrá aranceles y gravámenes para los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”.

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La era de la impostura

En la magnífica película de Nicholas Ray “Johnny Guitar”, el protagonista, encarnado por Sterling Hayden, pide a Vienna, su amor, interpretada magistralmente por Joan Crawford en una escena que ha pasado a la historia del cine, que le mienta y le diga que le quiere. Vienna afirma que le quiere y continúa repitiendo todas las frases mentirosas que pronuncia Johnny. Cinismo y amargura, engaño consentido. De la misma forma, cada vez con más frecuencia escuchamos lo que queremos oír sin detenernos en saber si es cierto ni aceptar que nadie pueda defender algo que nos saque de nuestras convicciones, aunque sean falsedades descomunales.

Y es que la mentira, el bulo, la impostura cotizan al alza en esta era de odios, negacionismos y conspiraciones que, con el nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, se están convirtiendo en la argamasa de su gobierno. Lo pudimos comprobar en ese mitin surrealista que dio tras su toma de posesión, jaleado allí por los asistentes y por los seguidores que se reunieron en el estadio Capital One Arena, de Washington. En un discurso habitualmente tan solemne como histórico, medios como la CNN encontraron más de veinte afirmaciones falsas, junto a innumerables amenazas, desplantes, descalificaciones e insultos. Pero para Trump forman parte del andamiaje sobre el que se sustentan sus políticas, las señas de identidad de esa extrema derecha global que encuentra, en el primer presidente condenado por 34 delitos graves, su líder patriarcal.

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Desconcertados ante un mundo que se agrieta

El instinto humano de supervivencia nos ha llevado a vivir, con aparente normalidad, aquellos períodos previos a los acontecimientos más importantes que han marcado nuestra historia reciente. Algo parecido sucede en estos momentos, en coincidencia con el comienzo de un año que representa, a todas luces, el inicio de una situación histórica nueva de la mano del avance de un gigantesco desorden global, en coincidencia con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en un segundo mandato del que estamos teniendo algunas pinceladas inquietantes en estos días.

Es cierto que las bases de este formidable desbarajuste se han desplegado en los últimos años en una secuencia de acontecimientos inquietantes que han facilitado que tres cuartas partes de la población mundial viva bajo regímenes autoritarios, con un avance de un autoritarismo neoimperialista que Trump y su entorno encarnan a la perfección, habiendo tomado forma de distintas maneras en numerosos países y acontecimientos. La invasión de Ucrania por Rusia y la posterior guerra desencadenada desde febrero de 2021, convertida en una auténtica carnicería a nuestras puertas, el ascenso del militarismo y la multiplicación de conflictos, la pasividad ante un cambio climático destructivo, el genocidio palestino por Israel junto al desmoronamiento del precario orden multilateral y el profundo cuestionamiento del papel de las Naciones Unidas son algunos de estos ingredientes que han hecho del mundo un lugar mucho más inestable e inseguro.

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Comprender el marco ultra

Existe una preocupación generalizada por el avance del autoritarismo posdemocrático impulsado por una extrema derecha global que nunca ha tenido respeto hacia las instituciones democráticas, sin dejar de cuestionar importantes avances sociales que han costado mucho esfuerzo construir, pero que ahora se ven seriamente amenazados.

Desde que las fuerzas de extrema derecha empezaron a tener una presencia creciente en los parlamentos de diferentes países occidentales, desplegando su fanatismo sobre algunos de sus dogmas políticos y religiosos, han ido ganado espacio en los medios de comunicación con su discurso bélico descalificador, acompañado de una estrategia muy agresiva de desinformación y acoso en las redes sociales, permitiendo a estos grupos instalar su agenda populista radical con una normalidad inquietante.

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Época incierta

La era de la involución democrática ya está en marcha en toda España de la mano de unos acuerdos políticos entre el PP y Vox singulares en su contenido y significado, que blanquean la entrada de la extrema derecha reaccionaria, por la puerta grande, en numerosos gobiernos autonómicos y locales, como ha sucedido en la Comunitat Valenciana y en Elche. Mientras tanto, los máximos dirigentes de Podemos seguían repitiendo, una y otra vez, que lucharían por incluir a Irene Montero en las próximas listas electorales de Sumar, ajenos a la enorme preocupación extendida en muchos sectores por la generalización de gobiernos ultraderechistas, trumpistas y ultracatólicos, cuyos primeros gestos y anuncios dan buena cuenta de lo que se avecina: cuestión de prioridades.

Bien es cierto que, en otros lugares, dirigentes de Podemos han seguido luchando a pie de calle a favor de derechos sociales, como ha reconocido el TSJ de la Comunidad Valenciana, al rechazar la lamentable ordenanza de la vergüenza recurrida con esfuerzo por ese partido y que con empeño aprobó e impulsó el Partido Popular de Luis Barcala en Alicante, bandera y seña de su gobierno de derechas y de una concejala reaccionaria del PP, Julia Llopis, que ahora trabaja activamente al servicio de Vox. En Alicante podemos decir que sabemos lo que significa el gobierno de la ultraderecha porque durante el pasado mandato, una de las concejalas del equipo de gobierno impulsó desde sus áreas de Educación y Acción Social, una de las políticas reaccionarias más dañinas en concejalías fundamentales para la convivencia, con el apoyo del alcalde, Luis Barcala, dejándola hacer y deshacer a su antojo. Empezamos a ver ya las consecuencias de tanto fanatismo y tardaremos tiempo en recomponer los destrozos.

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