Defender a unas Naciones Unidas maltrechas

En un momento tan solemne como la apertura anual del octogésimo período de sesiones de Naciones Unidas, las improvisadas bravuconadas de barra de bar pronunciadas por Donald Trump fueron mucho más allá de las fanfarronadas y provocaciones a las que nos tiene acostumbrados con hartazgo. En sus ochenta años de vida, nunca un dirigente mundial se atrevió a lanzar desde la tribuna del salón más noble del edificio de la Asamblea General tal cantidad de mentiras, disparates, majaderías y descalificaciones sobre el conjunto de los países asistentes y, en particular, sobre la propia institución que le acogía.

Reivindicar recibir un Premio Nobel, cuya concesión es ajeno por completo a las Naciones Unidas, presumir de matar a tripulantes de barcos con el ejército bajo sus órdenes en alta mar, afirmar que los aerogeneradores son malos porque se oxidan, decir que el cambio climático supone la mayor estafa del mundo, difamar al alcalde de Londres por ser musulmán, señalar como estúpidos a los países que acogen inmigrantes, jactarse de ser muy listo y un gobernante excepcional y reprochar, entre otros muchos desvaríos, a las mismas Naciones Unidas que no eligieran su presupuesto de reforma por valor de 500 millones de dólares cuando era promotor inmobiliario, y otras muchas majaderías suponen un delirio tan disparatado como indigno, que siendo benévolos solo se explicaría desde una profunda enajenación mental repleta de maldad.

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Cumbre del desarrollo entre el maldesarrollo

Estos días ha tenido lugar en Sevilla la llamada Cuarta Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo, organizada por las Naciones Unidas, en continuidad con las conferencias anteriores, la última de las cuales tuvo lugar hace diez años en Adís Abeba, Etiopía. Esta tercera conferencia tuvo como propósito fundamental preparar los mecanismos de financiación para la futura Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, que sería aprobada en septiembre de 2015 con la finalidad de establecer una hoja de ruta de quince años para acabar con el hambre en el mundo, reducir la pobreza y acortar la desigualdad, al tiempo que se proponía proteger el medio ambiente y luchar contra el cambio climático para invertir sus efectos. Estos propósitos han fracasado, en medio de un escenario global con cifras récord de conflictos, personas refugiadas, migrantes forzosos, pobreza y desigualdad, al tiempo que el calentamiento global está disparado y sus compromisos parecen abandonados.

La Conferencia de Financiación para el Desarrollo de Sevilla es, sin duda, la cumbre más difícil y compleja de todas las que han tenido lugar, no solo porque acumula todos los fracasos e incumplimientos de los compromisos asumidos en cumbres anteriores, sino porque se celebra en el peor entorno global posible. Nunca antes se había llevado a cabo una cumbre semejante en medio de un escenario internacional tan desalentador, cuando se produce un serio cuestionamiento del multilateralismo y de los acuerdos internacionales por la vía del diálogo, mientras Estados Unidos está atacando a fondo a las Naciones Unidas y a otras muchas agencias de desarrollo hasta llegar a cuestionar su supervivencia, en plena escalada bélica que está llevando a comprometer importantísimas partidas presupuestarias para gastos militares que dañan otras prioridades sociales y compromisos internacionales. Todo ello con un ascenso de las guerras y su rastro de muerte, destrucción y refugiados, tras el cierre de la Agencia de Desarrollo de los Estados Unidos junto a un retroceso importante en compromisos de ayuda y cooperación al desarrollo, cuando avanzan gobiernos autoritarios por todo el mundo que rechazan compromisos internacionales de todo tipo y alimentan negacionismos y conspiraciones globales, al tiempo que todos los acuerdos jurídicamente vinculantes en materia de cambio climático están siendo incumplidos y los datos sobre el calentamiento global que difunden las agencias científicas son muy pesimistas.

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El naufragio de la política migratoria de la UE

En octubre de 2013 se produjo en el Mediterráneo, junto a la isla de Lampedusa, el dramático naufragio de un barco procedente de Libia que acabó con la vida de 360 personas, en su mayoría mujeres y niños. Las imágenes de cientos de ataúdes en un hangar del aeropuerto de la isla, donde se apilaron los féretros, dieron la vuelta al mundo y sacudieron a la opinión pública. Mientras las autoridades de la UE declaraban que evitarían que una tragedia similar volviera a suceder, el Papa Francisco, con su claridad habitual, señaló: “Solo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza”. Investigaciones posteriores acreditaron que la guardia costera italiana desatendió las llamadas desesperadas de ayuda realizadas desde el barco.

El cinismo de la UE llegó hasta el punto de que a los escasos náufragos rescatados con vida se les ingresó en el centro de internamiento de Mineo, en Lampedusa, tras incoarles expedientes de expulsión, mientras que a los cerca de 400 fallecidos se les concedió automáticamente y con honores la ciudadanía italiana y, con ello, la europea.

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