
Escribir desde el convencimiento de que eres uno de los 26 millones de hijos de puta a los que, según altos militares retirados, hay que fusilar, no es muy estimulante. Pero también es cierto que solo soy uno más de todos esos millones de ciudadanos de este país a los que estos mandos del Ejército jubilados sueñan con quitarse de en medio en sus conversaciones golpistas.
Resulta llamativa la cifra, ya que al representar a más de la mitad de la población dan por hecho que están en minoría, como les sucede en el Parlamento. Lo que no está tan claro es que este país tenga suficientes cunetas para enterrar a tanto fusilado, como ya pasó tras la Guerra Civil. Claro que estoy seguro de que entre los muchos amigos de estos militares ultraderechistas siempre habrá algún avispado promotor inmobiliario -emprendedores los llaman- que pueda comenzar a vender promociones de sepulturas con vistas al mar.
Es desalentador saber que tanto dinero pagado para formar a estos altos cargos del Ejército ya retirados, con lo mejorcito de nuestras academias militares y de las escuelas de Altos Estudios de la Defensa y de Estado Mayor, no les ha servido, siquiera, para saber lo que es un Estado democrático y de derecho con un sistema parlamentario representativo, algo básico en los estudios de educación secundaria. Porque empeñarse en defender la necesidad de cambiar un gobierno que tiene la mayoría parlamentaria, por la fuerza de las armas, demuestra la nula cultura democrática y política que tienen generales y coroneles que juraron defender a su país y a sus habitantes.
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