La construcción política del odio

La preocupación por el nivel de odio y la crispación alcanzado en nuestra sociedad es algo que me confirmaron diputados y diputadas con las que pude hablar ampliamente el pasado martes en el Congreso, cuando acudí a la comparecencia solicitada por la presidenta de la Cámara para intervenir sobre los trabajos de reforma de la Ley de Cooperación al Desarrollo. Desde diferentes grupos políticos me explicaron que estaban recibiendo indicaciones para aumentar su seguridad, en una escalada que les empezaba a recordar tiempos pasados. De hecho, una diputada vasca que vivió en primera persona la etapa del terrorismo de ETA, me contaba cómo después de tener que compartir con su familia y otros muchos compañeros años muy duros de amenazas, odios y provocaciones volvía de nuevo a revivir algunas de esas sensaciones que creía olvidadas.

La escuché con mucha atención, con un respeto reverencial cuando me relataba el sufrimiento de tantos años en los que su vida dependía de seguir a rajatabla las impresionantes medidas de seguridad que les imponían y que afectaban también a sus hijos, en un clima de violencia y odio irrespirable en el que se llegó a justificar verdaderas atrocidades, mientras una parte de la sociedad miraba para otro lado y desde otros sectores se jaleaba, amparaba o normalizaba este clima de terror. La diputada vasca me confesaba que a muchos compañeros que compartieron en Euskadi estos años de sangre y terror, de diferentes partidos, les alarmaba la escalada en la que había entrado la política en España, y razón no le faltaba.

A la sociedad vasca y a todo el país nos costó mucho aprender que nada justifica una violencia que acaba por pringarlo todo, como un espeso chapapote que mancha todo lo que toca y que es muy difícil de limpiar. Sé bien de lo que hablo porque durante aquellos dolorosos años trabajé en centros de investigación, con universidades e instituciones del País Vasco y he tenido un buen número de amigos amenazados de muerte. Por ello, cuesta asimilar que algunos de los que llevan años viviendo del rechazo y la condena a la violencia terrorista y su entorno, aún cuando ETA acabó en el año 2011, estén alimentando ahora una construcción política de odio, rechazo y violencia tan grave. Una espiral de odio alimentada por la extrema derecha y la derecha extrema, neofascistas, nostálgicos del franquismo, junto a una amalgama de cooperadores necesarios de lo más variopinto, que incluyen desde conspiranoicos y trolls profesionales, hasta algunos medios y periodistas madrileños que han hecho de la crispación su negocio.

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Sin más de la mitad

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Hace pocos días, uno de los líderes de opinión de las fuerzas reaccionarias hispanas, Federico Jiménez Losantos, pedía públicamente ante los micrófonos de la emisora desde la que emite su pegajoso veneno, que las fuerzas armadas y la guardia civil dieran un golpe como el 23F en España para salvarla de las peligrosas garras proetarrasbolivarianasvenezolanasperroflautistascomunistasindependentistas en las que había caído la sacrosanta nación española. Su llamamiento coincidía en el tiempo con otro manifiesto en el que conocidos (ultra)derechistas y tránsfugas se dirigían al PSOE en una carta abierta, solicitando que rompiera con sus proetarrasbolivarianasvenezolanasperroflautistascomunistasindependentistas socios de gobierno y promoviera un gran acuerdo nacional de reconstrucción con el PP para salvar la sacrosanta nación española. Todo ello, mientras los neofascistas de Vox nos anuncian las llamas del infierno cada día, saliendo a pegarle a la cacerola, insistiendo en la necesidad de salvar la España de Teresa de Jesús y del toro de lidia de proetarrasbolivarianasvenezolanasperroflautistascomunistasindependentistas, al tiempo que en la Guardia Civil sigue el movimiento de tricornios, en coincidencia con las interesadas filtraciones del sumario que una jueza de Madrid instruye contra el Gobierno y el responsable de alertas sanitarias, Fernando Simón, por las denuncias de grupos ultraderechistas por la autorización del 8M y la acusación de culpabilidad criminal al haber expandido el coronavirus de la mano del feminismo antipatriarcal, según sostienen. Cualquier malpensado podría suponer que el llamamiento al levantamiento contra el Gobierno legalmente constituido, realizado por Jiménez Losantos, forma parte de una estrategia de acoso y derribo a un gobierno al que consideran ilegítimo por el sencillo motivo de no estar presidido por ellos.

Y es que, sacar tanques y meter a guardias civiles uniformados en el Congreso de los Diputados da mala imagen. Ahora es más pulcro que jueces del Opus se encarguen de ello, esa congregación religiosa que, como el perejil, siempre ha estado en todas las conspiraciones económicas, políticas y financieras. Porque ya se han manchado suficientemente al tener que utilizar informes amputados, declaraciones fraudulentas, datos inexactos y hasta un vídeo off the récord de una ministra en la antesala de una entrevista en una televisión, para tratar de imputar, perdón, de desalojar a un gobierno en medio de la situación epidémica más grave que ha vivido la humanidad en el último siglo. Lo que los virus no puedan hacer, que lo hagan los jueces, sobre todo si cuentan con el apoyo divino del Opus.

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