
Cuando en el año 2012 se formuló la famosa “teoría de las élites extractivas”, que se convirtió rápidamente en una de las hipótesis académicas de moda para explicar el fracaso de los países, nunca imaginarían sus autores que diez años después sus tesis tomarían cuerpo en la España democrática del siglo XXI, de la mano de una oligarquía económica que lucha, con uñas y dientes, por mantener sus privilegios franquistas en las compañías eléctricas. Aunque bien es cierto que aquí, esa definición sobre este sector debería llamarse “extractivismo eléctrico castizo”, para darle mayor precisión conceptual y también para definir algunos rasgos de la chulería macarra con los que actúa.
Daron Acemoglu, profesor de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y James A. Robinson, profesor también de Economía en la Universidad de Harvard, trataron de conocer las razones por las que unos países prosperan y otros no lo hacen, a pesar de tener condiciones similares. Para ello, analizaron a conciencia variables de distinta naturaleza que iban más allá de las habituales, llegando a la conclusión de que son el buen funcionamiento de las instituciones y la naturaleza de sus élites las que hacen prosperar las naciones. Según estos investigadores, cuando las élites de un estado se dedican a la pura acumulación de capital, por encima del bien común, mediante la extracción de recursos a los ciudadanos, los países fracasan sometidos por instituciones modeladas al servicio de grupos minoritarios que buscan mantener sus privilegios.
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