De los aplausos a la reconstrucción

84425379-0BFB-4534-91B6-19AA7F92BB80

Como si camináramos sobre el hielo que se resquebraja bajo nuestros pies, vivimos tiempos de cambios y transformaciones desconcertantes en los que la lucha por el papel higiénico de doble capa se ha convertido en la verdadera lucha de clases. Por vez primera países, sociedades y grupos sociales hemos adoptado una bandera común que se ha convertido en signo de bienestar y tranquilidad, pero que también ha desatado los peores instintos en quienes han tratado de acaparar rollos y rollos de papel por encima de sus necesidades, sin importarles los demás, sin caer en la cuenta de que solo pensando en los otros podremos salir de ésta. 

Durante los últimos cincuenta años, el pensamiento político y las estructuras económicas impuestas protegieron y santificaron los intereses privados frente a las necesidades colectivas de la sociedad. La acumulación de papel higiénico es la expresión mundana de esa acumulación de riqueza desmedida y de capitales arrogantes que han impulsado un buen número de dirigentes políticos e ideólogos en todo el mundo. Su religión predicaba valores enfermizos como el individualismo frente a la ética colectiva, la competitividad frente a la cooperación, el éxito económico desmedido por encima de todo como han venido sermoneando numerosos líderes sin principios. Y para ello, han sacralizado un mercado que solo ha servido para alimentar los procesos de desigualdad económica y social más gigantescos que nunca se han visto, pero que se pone de lado ante una crisis de escala desconocida como la que atravesamos. Pero siempre dañando al Estado a favor de sus intereses privados. La esencia de este pensamiento la explicaba muy bien Rodrigo Rato en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados por la crisis de Bankia y el rescate multimillonario pagado con dinero público, cuando afirmó sin complejos: «Es el mercado, amigo». Así trataba de eludir responsabilidades ante el saqueo de la entidad.

Sigue leyendo