Generosidad

Si con algo hemos cimentado nuestra convivencia democrática tras la muerte del dictador Francisco Franco, ha sido con toneladas de generosidad. Pocas sociedades en el mundo han dado tantas muestras de generosidad para avanzar en la búsqueda de su futuro, desde una Transición nada sencilla, tratando de construir y consolidar una democracia imperfecta en la que una y otra vez se nos pedía o imponía esa benevolencia.

Así se construyó una Transición en la que no se pidieron cuentas a los herederos del franquismo, sin que se depuraran responsabilidades sobre jueces, militares ni aparatos policiales que habían participado activamente como brazos ejecutores de una dictadura violenta, sangrienta y represiva. También se permitió que las oligarquías que se enriquecieron a la sombra del dictador mantuvieran sus imperios económicos hasta nuestros días, sin que nadie les haya pedido explicaciones. De la misma forma, consentimos que la Iglesia católica, uno de los brazos del nacionalcatolicismo, continuara predicando su añoranza por la dictadura de la que se benefició. Hasta llegamos a permitir que ministros del dictador, que apoyaron condenas de muerte y represiones muy duras que acabaron con personas muertas, se convirtieran en líderes democráticos y presidentes de empresas públicas, dejando que torturadores reconocidos hayan fallecido en su cama haciendo la vista gorda sobre las documentadas denuncias de muchas de sus víctimas, o que se hayan mantenido durante cerca de medio siglo los restos del dictador en un gigantesco mausoleo custodiado por monjes y financiado con nuestros recursos públicos. Por generosidad no será, desde luego.

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