Las posibilidades de nuestros nietos

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En plena crisis económica, como la que vivía España por el año 1930, tras los dañinos efectos del crack del 29 y la Gran Depresión, llegó hasta nuestro país uno de los más importantes economistas de la historia invitado por la Residencia de Estudiantes, John Maynard Keynes. El propósito era dar una conferencia que tituló con el sugestivo nombre de “Posible situación económica de nuestros nietos”, en la que trataba de exponer su visión sobre el mundo en un siglo, para el año 2030. A punto de llegar a esta fecha, podemos reflexionar sobre ese mundo que pronosticaba Keynes como si fuéramos sus nietos, pero con la mirada puesta en lo que ya es un presente que se nos muestra repleto de incertidumbres.

Cuando se relee el discurso pronunciado por Keynes en Madrid hace noventa años, sorprende comprobar la vigencia de sus análisis en un mundo que tanto ha cambiado pero que mantiene muchos de sus problemas. “La depresión mundial reinante, la enorme anomalía del desempleo en un mundo lleno de necesidades, junto a los desastrosos errores cometidos, nos impiden ver la verdadera interpretación de lo que está sucediendo y nos impiden alcanzar la verdadera interpretación de los hechos”, explicó con particular lucidez y vigencia Keynes ante el público que abarrotaba el salón de actos de la Residencia de Estudiantes.

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Argentina ante un nuevo colapso

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Como si revivieran una terrible pesadilla, los argentinos vuelven a adentrarse en el agujero del colapso económico y social que ha tomado carta de naturaleza con el reciente anuncio de default realizado por el ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, confirmando que el país dejaría de pagar sus próximos vencimientos de deuda, por un importe superior a los 100.000 millones de dólares, contraída de manera irresponsable por el gobierno de Mauricio Macri.

En realidad, el país nunca se había recuperado de las profundas heridas causadas por la anterior crisis económica vivida entre 1998 y 2002. Con anterioridad a ese período, el país había protagonizado una cadena de disparates económicos contando con el beneplácito internacional, desde que en el año 1991 el gobierno de Carlos Menem decretó la Ley de Convertibilidad, mediante la que un peso argentino era convertible a un dólar, para intentar detener la hiperinflación que vivía el país, superior al 3.000% anual. Al contrario, se generó una sobrevaloración del peso, provocando una profunda recesión económica, con un aumento de la pobreza, saqueos de tiendas y supermercados, junto a una caída en las reservas de divisas y la fuga masiva de capitales, mientras la deuda externa no paraba de crecer hasta niveles insostenibles. De esta forma, la economía argentina no dejó de caer en picado, y tras una sucesión de gobiernos y un empeoramiento del clima social, en diciembre de 2001 el gobierno de Fernando de la Rúa anunció el “corralito”, la limitación en la disposición y uso del dinero en efectivo, junto a la congelación de depósitos bancarios, acompañado posteriormente del fin de la convertibilidad entre el peso y el dólar, lo que provocó una devaluación del peso superior al 300% y la incautación de todo el dinero en dólares que tenían los ciudadanos en los bancos. De golpe se arrojó a la pobreza y a la emigración a cientos de miles de argentinos a los que se dejó sin nada.

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Un nuevo contrato social

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La democracia y el sistema económico van de la mano, de manera que las profundas fracturas que está abriendo en la sociedad el avance de una economía desbocada, daña también la credibilidad en las democracias occidentales y la convivencia misma.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el progreso y la estabilidad de Europa se construyeron mediante la convicción de que era imprescindible construir una sociedad más equitativa por medio de un amplio consenso social. Para ello, los estados tenían que velar por el bienestar de sus ciudadanos, promoviendo que los empresarios proporcionaran unos mínimos vitales a sus empleados y éstos tuvieran unas condiciones de vida adecuadas. Así, sobre la base de grandes acuerdos, los trabajadores accedieron a derechos laborales, empleos dignos, una red de protección social más o menos amplia mediante una política redistributiva que permitiera a su vez, a los empresarios, asegurarse una fuerza de trabajo estable que mantuviera el progreso económico. Estos fueron los cimientos de la economía social de mercado que, con diferentes perfiles, avanzó en todo el continente europeo.

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Tiempo de malestar

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Todo parece indicar que el año 2019 va a ser extraordinariamente difícil, y no solo desde el punto de vista económico, como numerosos indicadores anuncian. Parece como si se acumulara un malestar generalizado que, como el vapor en una olla al fuego, puede escapar en cualquier momento y puede hacerlo de manera inesperada y explosiva, como vimos en París a finales del pasado año con las movilizaciones de los chalecos amarillos.

Numerosos estudios muestran que los años de crisis, miedos y recortes generalizados han alimentado un enorme hartazgo en los trabajadores, los grandes perdedores de todo un conjunto de políticas neoliberales que vienen impulsándose desde los años ochenta pero que se generalizaron con saña a lo largo de la década de la Gran Recesión. La precariedad, el temor y la incertidumbre se han extendido entre sociedades y países, al tiempo que ha avanzado una importante crisis institucional y de representación porque la gente siente que sus responsables políticos están sirviendo los intereses de los poderosos, generando el caldo de cultivo propicio a formaciones y políticos que explotan los instintos más bajos de la población mediante el odio, el racismo, la mentira, el rechazo al débil, la xenofobia, el machismo descarnado, la deformación de la realidad, el insulto, la apelación a la violencia, la exhibición del militarismo. Todo ello adornado con referencias a la patria y a Dios, como entes supremos que están por encima de las leyes, del derecho y del propio sistema democrático.

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Diez años de crisis

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Hay aniversarios que se recuerdan con inolvidable emoción, mientras otros remueven heridas muy profundas que no han sido del todo curadas. El próximo 15 de septiembre se cumplen diez años de la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de los Estados Unidos, tras 158 años de actividad, desencadenando el inicio de una gigantesca crisis que incendió la economía mundial de forma devastadora, con efectos dañinos que todavía perduran, generando la que se denomina por mérito propio como la “Gran Recesión”. Desde entonces no se ha recuperado la tranquilidad.

Mucho antes de esta fecha, se habían alimentado las condiciones que desencadenaron ese formidable cataclismo económico y social mediante dos elementos llamados desregulación y liberalización del sistema financiero y de los flujos de capital, generando una economía especulativa sin control alguno. Durante años se despreciaron las escasas voces críticas que venían alertando de que estábamos a las puertas de una crisis cuyos efectos catastróficos podrían ser incalculables, como así ocurrió. Por el contrario, el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe de abril de 2007, a las puertas de la catástrofe, afirmaba satisfecho: “Los riesgos para la economía mundial se han reducido, haciendo que el crecimiento económico internacional sea vigoroso y perdurable, no existiendo razones de preocupación sobre la economía en el mundo”. Nada sorprendente porque el FMI trabajaba activamente desde hacía décadas en afianzar el proceso de liberalización financiera desregulada causante de la crisis. Lo llamativo es que en los años siguientes, los pirómanos se convertirían en bomberos, al extender el FMI sus dañinas políticas de ajuste estructural al conjunto del continente europeo y en particular, a los países del Sur, afectados por una crisis de deuda desbocada.

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Economía crítica

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Si hay una disciplina que vive momentos de desconcierto esta es, por encima de cualquier otra, la economía. Desde hace demasiado tiempo, algunos de sus cualificados representantes, en instituciones académicas y organizaciones multilaterales, han venido repitiendo dogmas que con frecuencia han acabado en fracaso, mientras eran incapaces de aportar respuestas a algunos de los grandes problemas de la humanidad: el ascenso de la desigualdad en todo el mundo, la incrustación de grandes bolsas de pobreza cronificada, la degradación ambiental, la precarización de las condiciones de vida y de trabajo, la progresiva destrucción de empleos, los movimientos poblacionales descontrolados, el creciente poder de las grandes corporaciones transnacionales, la relocalización productiva, los elevados niveles de deuda alcanzados, la evasión fiscal y los flujos financieros ilícitos o los numerosos conflictos armados alimentados por intereses económicos de diversa índole.

La lista de desafíos a los que la economía se muestra incapaz de dar respuesta es demasiado grande, pero lo más grave es que la crisis financiera mundial fue imprevisible para la mayoría de los economistas que vivían, por el contrario, anunciando una etapa de prosperidad ilimitada. Y lo que es peor, tampoco ha encontrado respuestas efectivas para reparar los graves daños que esta gigantesca pandemia financiera ha causado en la sociedad y en el propio sistema económico, cuyos efectos son palpables. No resulta extraño, por ello, la creciente insatisfacción que desde amplios sectores de la población se viene extendiendo sobre el conjunto de la ciencia económica, a la que se ve como más como cómplice de los gigantescos desmanes que se vienen cometiendo, que como disciplina capaz de mejorar las condiciones de vida del conjunto de la población.

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Portugal, adelantando por la izquierda

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Durante la celebración esta semana de la XXIX Cumbre Ibérica en Vila-real, el presidente Mariano Rajoy pronunció un discurso ante el mandatario portugués, el socialista Antonio Costa, en el que afirmaba que España se situaba a la cabeza de los países del Euro, presumiendo sin miramientos de resultados económicos, olvidando por completo que se lo decía a uno de los países que en estos momentos recibe elogios y felicitaciones unánimes por sus logros económicos y sociales, hasta el punto de haberse convertido en la sorpresa de Europa. Es lo que tiene, señor Rajoy, vivir desde hace años de espaldas a la realidad repitiendo frases vacías.

Algo así como si el seleccionador de fútbol francés presumiera ante el combinado luso de ser uno de los mejores equipos europeos, olvidando que Portugal se impuso a Francia (1-0) el pasado mes de julio, ganando su primera Eurocopa. Y no es solo eso. La reciente victoria de Portugal en Eurovisión sorprendió no tanto por el galardón obtenido, sino por haberlo hecho con una canción melódica en portugués, francamente hermosa, reivindicando sin miedo la belleza de su cultura. Además, desde enero de este año un portugués, el expresidente socialista António Guterres es el nuevo secretario general de Naciones Unidas, elegido hasta diciembre de 2021 por aclamación de su Asamblea General. Y es que parece que a Portugal últimamente todo le sale bien.

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Durmiendo entre cartones

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Hace poco que la luz de la mañana ha estrenado el día, y aunque el relente del amanecer llega hasta los huesos, no es eso lo que le ha sobresaltado en su improvisada cama de mantas, cartones y bolsas, sino escuchar su nombre. Tiempo atrás, cuando las cosas le empezaron a ir mal y acabó en la calle, decidió dejar de utilizar su nombre, Pedro, como si así pudiera borrar su antigua vida para pasar a llamarse “barbas”, un apelativo mucho más acorde con su nueva apariencia física ya que en contadas ocasiones podía asearse y afeitarse, por lo que su larga barba canosa le distinguía del resto de compañeros de la calle. Por ello, escuchar esa mañana con voz firme el nombre de Pedro le hizo recordar que tenía un nombre, una vida y hasta un pasado feliz, con mujer, trabajo e hijos, a los que la perra vida apartó de su lado.

Pedro, es decir “el barbas”, era una persona normal, hasta rutinaria. Entró bien pronto a trabajar en una carpintería en Madrid donde aprendió el oficio, convirtiéndose enseguida en un buen especialista. La seguridad de tener un trabajo estable con un buen sueldo llevó a Pedro a casarse con Puri, su novia de siempre, y pronto llegaron dos hijas con apenas dos años de diferencia. La casa, el coche, las vacaciones en Torrevieja y los partidos en el Calderón los domingos formaban parte de una vida que parecía estable, hasta que todo empezó a torcerse. Primero fue el golpe de una viga de madera en el taller que le rompió la mano, teniendo que coger por primera vez en su vida una baja laboral de varios meses, regresando al trabajo con fuertes dolores en la mano que nunca le han desaparecido, junto a dificultades para desarrollar la pericia que tenía. De manera que su jefe estaba cada vez más contrariado al no poderle encargar las mismas tareas que antes, y en cuanto llegó la crisis y los pedidos descendieron en picado, la empresa se deshizo de él por cuatro perras, aprovechando una de las dolorosas reformas laborales aprobadas. A su edad y en medio de una crisis devastadora que había llenado las plazas de su barrio de gente parada, Pedro comenzó a beber para poder soportar los días vacíos, pero su afición a la bebida pronto rompió su matrimonio, empezando a deambular por las calles, los comedores sociales y los albergues. Hace meses que unos compañeros le dijeron que en Alicante el tiempo es más generoso y la presencia de turistas durante todo el año aumenta las posibilidades de conseguir algunas monedas, por lo que ahora “el barbas” es uno de los transeúntes que deambulan y duermen en las calles de nuestra ciudad.

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Grecia como ejemplo de fracaso

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Hace tiempo que solo sabemos de Grecia por los refugiados llegados a sus costas y alojados en sus improvisados campamentos. Sin embargo, el país heleno sigue inmerso en un proceso de paulatina descomposición económica, social y política, tras seis años de rescates desastrosos que han ahogado cada vez más a sus desesperados habitantes que viven el presente sin futuro alguno en medio de un Estado depauperado y consumido por la austeridad.

El economista norteamericano William Easterly habla de políticas económicas autodestructivas para referirse a las recetas económicas recesivas que se vienen aplicando con la excusa de la crisis por los llamados economistas del fracaso. Y Grecia es posiblemente el paradigma mundial de todo ello a la luz de unos datos desoladores. Los planes de “rescate” aplicados al país en los últimos años han generado la destrucción del 25% del PIB junto a una tasa de paro de las mayores del mundo, que alcanza el 26% y representa el 55% para los jóvenes. Al mismo tiempo, han cerrado el 32% de las empresas, causando más de un millón de despidos, con una reducción salarial media del 40%, que en el caso de las pensiones han descendido un 45% de media, sin olvidar la emigración de más de 600.000 jóvenes que en su mayor parte eran altamente cualificados. Por si todo ello fuera poco, la mortalidad infantil ha subido un 42%, mientras una tercera parte de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y más de un millón de personas comen diariamente gracias a los comedores populares y la caridad. Otros muchos indicadores demuestran que el país ha retrocedido a condiciones similares a las vividas tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en el campo sanitario, con un aumento de suicidios relacionados directamente por la crisis que está siendo estudiado y que desde hace seis años se cifra en dos personas al día.

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Soria y el Banco Mundial

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Artículo publicado en el diario Información de Alicante el domingo, 11 de septiembre de 2016. (Pinchar aquí para ver enlace original)

El fiasco montado por el Gobierno de Mariano Rajoy con el fallido nombramiento de José Manuel Soria como director ejecutivo del Banco Mundial (BM) ha demostrado, negro sobre blanco, demasiadas realidades. Cuestiones como la utilización compulsiva de falsedades y engaños por un Gobierno que parece haberlas convertido en seña de identidad incluso estando en funciones; la nula importancia que el Ejecutivo da a la evasión fiscal y a la utilización de mecanismos para evitar el pago de impuestos por parte de dirigentes del PP; el empleo de los puestos de representación internacional como destino de altos cargos quemados por sus escándalos; la falta de respeto a una sociedad que soporta con dureza los efectos de una crisis y de unas políticas austericidas mientras asiste a esta especie de reparto del botín por parte del partido gobernante; sin olvidar la irresponsabilidad de colocar al frente de importantes instituciones internacionales a personas que han tenido actuaciones inmorales y poco éticas que han contado con el rechazo social por haber actuado contra los intereses de nuestra sociedad.

Es evidente que estas y otras muchas cuestiones no cuentan para un Gobierno que vive de espaldas a la calle y a sus responsabilidades institucionales, porque al mismo tiempo todo ello ha añadido descrédito al papel de España ante organismos multilaterales en los que tenemos una escasa representación y donde llevamos años bajo mínimos, desde la extraña renuncia anticipada de Rodrigo Rato al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Todo ello, cuando tanto el BM como el FMI, instituciones del llamado sistema de Bretton Woods (lugar donde tuvo lugar en el año 1944 la conferencia de Naciones Unidas que aprobó crear estos dos organismos para implantar en el mundo una nueva regulación del sistema monetario y del orden financiero, junto a la reconstrucción a llevar a cabo tras la Segunda Guerra Mundial), llevan años cuestionadas por las fallidas políticas que vienen aplicando así como por los escándalos protagonizados por sus dirigentes.

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